Microdosis de susto

Hace un par de días casi que nos matan a todos. Audios viralizados hablaron de un toque de queda narco, de merca robada, de balas para cualquiera que anduviera a la noche por algunos barrios. Algunas escuelas suspendieron clases por amenazas, amenazas que se replicaron: unas en serio, otras en broma. Todas para abonar a un pánico colectivo, pero limitado a lo virtual.  

Para mí empezó el miércoles 10 de mayo por la mañana, cuando me subí al remis del laburo para ir del centro a la zona norte. El mapa calculaba unos 25 minutos, pero el viaje se estiró pausándose en hileras de tráfico. Roca, Avenida de la Costa, Carballo, Sabín, Pacheco, Zelaya, Baigorria, Medrano. 

Al llegar a destino, en el cruce con Siripo, barrio La Cerámica, vi una casa con el frente pintado con una dedicatoria a alguien: Brandon, el mismo nombre que se repetía en el asfalto y en paredes de esa esquina.

Quería saber dónde estaba parado, entonces, antes de ocuparme de mis asuntos me acerqué a la casa a pecar de curioso. Desde la vereda una mujer sentada en su reposera me miraba con ojos de incertidumbre. La puerta estaba abierta, y de ella, cuando me acerqué y escucharon mi voz, se asomaron un adolescente y una chica un poco más grande.

Sentí que incomodaba. Pero generalmente lo vale. Hablamos: la señora me contó que en octubre pasado su nieto Brandon y un amigo murieron en un accidente.

Les pregunté si conocían a Jeremías, el pibito de 15 años que la madrugada anterior había sido asesinado a tiros a 50 metros de ahí, sobre Siripo al 1400. Me dijeron que sí y, como si la cosa necesitara más drama, me contaron que había vivido un tiempo con Brandon, cuando la madre de uno salía con el padre del otro. Que eran muy amigos y que la mayoría de pintadas que recuerdan a Brandon habían sido obra de Jeremías y otros pibes.  

Les creí cuando me dijeron que Jeremías no estaba metido en problemas. Al menos uno tan groso que pudiera costarle los varios balazos que por mirar el celular no había podido advertir, a diferencia de quienes estaban con él y corrieron al ver a un tipo asomándose por la ventanilla de un auto con un arma en las manos. Qué problemas, pensé mientras volvía al centro, podía tener un pibito de 15 años. Pero estamos acá, en Uganda, donde desayunamos leyendo o escuchando cómo los límites de lo posible se arrinconan contra un abismo que, encima, nunca llega.

Dos días después volví a La Cerámica. Habían matado a un muchacho de 36 años igual que a Jeremías: lo balearon a la medianoche desde un auto, cuando tomaba una cerveza en la vereda con unos amigos. A los dos días, ahí nomás, de la misma manera mataron a Máximo, de 13 años, y a Maite, de 14.

Recordé el contacto que me había llevado en la primera visita, le escribí y me respondió la chica. Como la historia se empeñaba en ser bien jodida, me contó que Máximo era su sobrino y amigo de Jeremías y Brandon.

“Los narcos están cumpliendo y ahora dicen que nos van a quemar la casa”, tituló mi compañero Claudio en las notas sobre el doble crimen. Para entonces en La Cerámica se había instalado con fuerza implacable un rumor que hacía unos días daba vueltas: el robo a una casa como detonante del terror. 

Con las horas llegaron los detalles y las versiones. No se habían robado una garrafa o un ventilador como dijeron en un principio: el botín era una carga de cocaína, algunos dijeron 10 y otros 20 kilos, manoteada de una casa en la que iba a instalarse una banda narco. Mientras no apareciera la merca, decía el rumor, cualquiera que anduviera por la noche en las calles del barrio iba a ser asesinado.

Todo esto fue entre el miércoles 10 y el lunes 15 de mayo. Para entonces habían empezado a correr unos mensajes de WhatsApp. “Les robaron droga a uno de los Cantero y están matando a cualquiera hasta que aparezcan los 3 que les robaron”. “Van a matar a cualquiera. De noche. Al que esté en la calle los matan. Y ya van matando a 4 chicos que no entienden que no es joda”.

Para el martes esos mensajes volvieron a aparecer, pero esta vez con la marca de reenviado muchas veces. “Yo no sé si es verdad o no”, “La misma policía lo está avisando”, “Toque de queda”, “Van a matar a todos”.

Ese día y el siguiente las escuelas de La Cerámica tuvieron un nivel de inasistencia inédita: el 90 por ciento de los alumnos se quedaron en sus casas. Solo fueron al mediodía, a la única que entrega comida, quienes no podían satisfacer esa necesidad de otra manera. 

Por la noche del jueves me escribió la tía de Máximo: me mandó, además de los audios virales, una serie de fotos y videos. Un tipo muerto dentro de un auto, otros dos agonizando en el suelo y una captura de pantalla que repetía aquello del toque de queda. El mismo pack llegó de parte de colegas y de amigos de otra ciudad. 

Periodistas porteños se tuitearon encima con deducciones hasta cómicas que después llevaron a la TV. El clima virtual se puso por demás de espeso. Pánico y locura, en pocas horas, de La Cerámica a zona norte. 

Como si quien quisiera pudiera agarrar su celular y fabricar un clima de terror tan solo rejuntando una serie de posibles sucesos imaginarios en esos barrios en los que se situaba el supuesto toque de queda: 7 de Septiembre, Rucci, Zona Cero. Pero real en La Cerámica, donde tres adolescentes y un hombre habían sido acribillados sin ningún tipo de explicación y sin que nadie decretara nada.

Reconocí las imágenes sangrientas, eran de homicidios de otras ocasiones. También aparecieron los registros de un despliegue policial en la otra punta de Rosario, el sudoeste extremo, donde se había hecho una convocatoria por redes para arengar una pelea de pibas que fue dispersada con balazos de goma.

Era lógico, pensé, que se viralizara de esa manera, todo mezclado. Siempre impacta más la ficción, aunque esté compuesta por retazos de nuestra realidad tantas veces indigerible.

Los días siguientes escuelas del centro y otras de distintas zonas suspendieron las clases por amenazas de balaceras. La bronca de presos de alto perfil de la cárcel de Piñero con el Servicio Penitenciario -contexto de un ataque a tiros a una escuela de Empalme Graneros- se mezcló con la boludez de una alumna que pegó un cartel con lenguaje tumbero en su escuela de Las Flores, para después llorar en la comisaría cuando le admitió la broma a su mamá.

Para el ministro de Seguridad, al menos según le dijo a la prensa, se trató de una manera de “preocupar e intranquilizar a la población, seguramente con intencionalidad espuria”. Llevó los audios viralizados a la Justicia para que se trate de identificar al autor y ordenó que durante unos días la policía anduviera a toda hora por La Cerámica. En la Justicia se inició una investigación para tratar de llegar a alguna certeza.

Desde la Fiscalía, con la honestidad que permite el off, dicen que la puesta de recursos en este lío es tanta como el tiempo que se pierde cuando a fin de cuentas se sabe que todo fue humo. Pero que los recursos hay que ponerlos: nadie se anima a arriesgar a decir cuándo hay seriedad y cuándo no, por las dudas se mete todo en la misma bolsa.

Gente encerrada, escuelas vacías, videitos y audios terroríficos nos dieron esta guerra de los mundosversión Uganda. El sustismo, hermano menor del terrorismo como se dijo acá alguna vez, lo hizo de nuevo. 

Una ciudad por fabricar

Hola, ¿cómo andas?

La vez pasada hablamos sobre el puerto y su influencia en el origen de Uganda. Hoy vamos a dar un paso más en la biografía lugareña para sumergirnos en los inicios de la industria y su aporte a la identidad local

Situémonos en tiempo y espacio. Estamos en las primeras décadas del siglo XX, y una serie de acontecimientos mundiales comienzan a mover los cimientos de aquel país granero del mundo y de la ciudad-puerto.

La industria que supimos conseguir

Hasta el estallido de la primera guerra mundial, eran pocos los sectores propiamente fabriles que habían logrado desarrollarse en nuestro país. Las condiciones que ofrecían los suelos de la pampa hicieron que esta joven nación del sur haya mirado de reojo al desarrollo industrial, casi como un camino prescindible. 

La fertilidad de la Región Centro era la clave de la riqueza y su producto permitía garantizar el acceso a bienes, básicos y lujosos, comprandolos al exterior. Telas, alimentos procesados y automóviles llegaban por mar desde el Viejo Continente, y en esos mismos barcos se cargaban los productos primarios: granos sin procesar, pasturas, harinas y carnes.

Como en todo, siempre están los primeros. En este caso, los primeros Capitanes de la Industria fueron familias inmigrantes que habían logrado capitalizarse al calor del comercio y decidieron volcarse a actividades fabriles para abastecer a un nuevo mundo de consumidores urbanos. 

De todos ellos, los más famosos quizá sean los Bunge y los Born, fundadores de Molinos Río de la Plata. El grupo Bunge&Born creció exponencialmente con el comercio de granos -llegó a controlar más del 50 por ciento de este mercado a comienzos de siglo- y paulatinamente fue incursionando en actividades de agregado de valor vinculadas al agro. Sin embargo, fue recién después de 1914 que logró diversificarse hacia productos industriales, dando lugar al nacimiento de Alba pinturas, y peronismo mediante, de marcas conocidas como Vitina y Exquisita.

Los Demarchi, descendientes de la nobleza italiana, fueron otros precursores de la industria. Fundaron la Compañía Nacional de Fósforos, firma que tuvo el monopolio de ese producto. Incursionaron en el sector de droguerías. Luego se ampliaron hacia otros sectores como el textil, dando nacimiento a una de las primeras firmas locales, Hilanderías Argentinas de Algodón S. A. Entre sus negocios se encuentran las Galletitas Bagley, empresa que adquieren de Melville Bagley, quien curiosamente había sido un empleado de los Demarchi devenido en emprendedor.

De todas estas empresas, hay una que despierta una especial nostalgia. Hablo de SIAM, Sociedad Industrial Americana de Maquinarias, fundada por Torcuato Di Tella en Buenos Aires en 1911. Su primer producto fue una amasadora de pan. 

¿Qué pasaba en Uganda? Decíamos que SIAM inició la tradición metalúrgica argentina que hizo pié en muchas ciudades del conurbano. Pero sobre todo recaló en una del interior, la nuestra: ciudad con una historia y un presente fierrero. En Uganda decenas de talleres metalúrgicos se fueron convirtiendo paulatinamente en fábricas. Una de ellas es Torresetti,fundada en 1904. Esta empresa, como muchas otras, empezó como un taller de reparaciones y siguió con maquinaria para el agro como equipos de riego y acoplados

Entre las plantas fabriles locales está la primera refinería de azúcar. La empresa Refinería Argentina de Azúcar S.A., fundada por Ernesto Tornquist, llegó a emplear a 1.500 trabajadores y a crear un barrio obrero que hoy sigue llevando su nombre: Refinería. Por diferentes motivos, fundamentalmente ligados a la baja productividad, la refinería no llegó a gozar del viento industrial de mitad de siglo y a principios de los años 30 apagó sus chimeneas. 

La industria frigorífica también forma parte de la historia local. Su primer exponente, Swift, reconfiguró la zona del Saladillo. Este barrio, históricamente cooptado por la élite local, cambió totalmente su fisonomía cuando la empresa estadounidense levantó su planta en el límite con Villa Gobernador Gálvez. Las mansiones se vieron rodeadas de casas de trabajadores. Las cascadas pasaron a ser el espacio de ocio de estos obreros, que llegaron a ser diez mil en sus mejores años.

Arroyo Saladillo, testigo de grandezas - Tinta Nova

Ya nunca me verás como me vieras

La idea de que Argentina tenía que encaminarse hacia un nuevo rumbo para evitar el estancamiento comenzó a tomar vigor. Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial esta idea se terminó de confirmar. Mercado interno y expansión industrial fueron las claves de la nueva etapa.

Las economías europeas orientaban sus esfuerzos a la guerra. En línea con ese objetivo, la producción de acero fue destinada a los proyectos armamentísticos y este insumo clave comenzó a escasear. En parte como respuesta al conflicto, en 1942 se fundó Acindar en los terrenos próximos al Ferrocarril Belgrano, en Uganda. La planta se fue ampliando y tuvo un impulso adicional con la llegada del peronismo a partir del Plan Siderúrgico Nacional. En 1949, en un terreno cedido por la Fundación Eva Perón, se crea el barrio Acindar. Se llegaron a inaugurar 259 casas para los obreros. Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, eran solo unas cuadras. 

El gobierno de Perón produjo el movimiento social ascendente más grande de la historia argentina. El censo industrial de la época llegó a contar un millón de obreros. Y cuando los trabajadores salieron de compras, como dice Milanesio en su libro, pasaron algunas cosas. El subsuelo invisible de la patria comenzó a llenar las tiendas. Estos nuevos consumidores de overol dieron un fuerte empuje a la demanda de indumentaria, calzado, bienes durables como máquinas de coser, lavarropas, cocinas a gas y heladeras. 

De hecho, la década del 50 fue la época en la que las heladeras comenzaron a ser eléctricas (¡antes funcionaban a hielo!). Ahí comenzó el auge de la industria de la refrigeración como tal. El crecimiento fue tan vertiginoso que SIAM no podía abastecer toda la demanda. Se generaron largas listas de espera para recibir las nuevas heladeras, que ya se habían transformado en el símbolo de un hogar próspero. 

Así nacieron algunas pymes locales, como Briket S.A. o como Bambi, que vieron ahí una oportunidad de mercado. Si agarrás Ovidio Lagos para el Sur, las vas a ver. No solo son parte de la historia industrial de Uganda, sino también del presente. Esta hija no deseada, esta ciudad sin origen fundada por un puerto, se fabricó una historia a partir de su industria y sus barrios de obreros. 

¿Y sí ahí están las claves para hacer a Uganda grande otra vez?

Gracias por leer.  Hasta la próxima.

¿Puede un puerto fundar una ciudad?

“ Usted como yo, amigo mío, somos huérfanos. Somos hijos de una ciudad que ya no sabe qué ciudad es. Sin fundación, sin tradición, sin fe de nacimiento, su alma – el puerto – ha quedado atrás en el tiempo perdido de la historia.” 

La ciudad del puerto petrificado – Onir Asor

Buen lunes. Me iba a presentar pero, en realidad, este es nuestro segundo encuentro. Aunque es el primero en el que oficialmente me sumo a Uganda.  

En mis envíos vamos a hablar un poco de economía y de temas productivos. Y para eso vamos a empezar por el principio: los orígenes de la ciudad como centro económico y comercial.

Como es sabido, Uganda es una ciudad huérfana: sin fundador y sin fecha de nacimiento. Comenzó a configurarse como un caserío anónimo a mediados del siglo XVIII en un pedacito de tierra pegada al Paraná. Su ubicación resultó estratégica. Su río de aguas profundas y sus acantilados de más de 20 metros de altura permitieron a los recién llegados improvisar un puerto para intercambiar granos, frutas, animales y productos de todo tipo. 

El nombre se lo dió la Virgen del Rosario, patrona elegida por el juez de paz Montenegro, quien donó el predio en el que se instalaría un templo para adorarla en ese poblado sin capilla donde profesar la fe. 

La primera iglesia, la famosa Catedral, se construiría recién en 1834. Frente a ella, como en cada pueblo y ciudad, se irguió la Plaza y las demás instituciones de la vida pública, social y económica en la villa ilustre y fiel con tres mil habitantes. 

El país era liderado por Rosas, principal caudillo de la Confederación. La joven república estaba dando los primeros pasos en medio de una disputa entre Buenos Aires y las provincias del interior. Además de la Ley de Aduanas -primera norma nacional en gravar las importaciones en defensa de los productos nacionales-, Rosas sanciona un decreto que centraliza el ingreso de buques extranjeros en el puerto de Buenos Aires. Esta decisión relega a las ciudades portuarias del interior -entre ellas a Uganda– por al menos una década, y  condena a sus puertos a realizar únicamente operaciones locales y de contrabando.

Viento en popa y a toda vela

Años después, con la separación entre Buenos Aires y la Confederación Argentina, se abre una gran oportunidad. Las provincias, conducidas por Urquiza, tenían que definir su principal puerto. Se barajaron una serie de candidatas: la vieja ciudad de Santa Fe, la tímida Villa de Uganda y el llamado puerto de las piedras de Villa Constitución. 

Las características naturales y geográficas -fundamentalmente la cercanía a otros incipientes centros urbanos como Córdoba- generaron condiciones para que Uganda gane la pulseada. Consagrada como el puerto internacional de la Confederación, la ciudad abigarrada de principios de siglo historia. 

Uganda se convierte en una ciudad-puerto de ultramar y, por lo tanto, en el pujante centro económico y comercial de la pampa gringa. En los años siguientes se sanciona la Constitución Nacional, la cual da el marco legal a la apertura económica del país, y se decreta la libre navegación de los ríos.  

A partir de la internacionalización del Paraná, Uganda y su puerto se convirtieron en un símbolo. Su fulgor era la prueba más acabada de las oportunidades que las provincias habían perdido durante años en manos del centralismo porteño. Pero el protagonismo duraría menos de diez años. A partir de la reunificación del país,  Buenos Aires recupera su centralidad. Sin embargo, esa Década Ganada permitió el despegue. 

Para el primer centenario de la Patria, Uganda se había convertido en una ciudad organizada alrededor de la incesante actividad económica del puerto. Los primeros bancos públicos y privados se asentaron en las inmediaciones del primer centro comercial minorista -ubicado en la hoy plaza Montenegro-, donde se desplegaba el potente mercado interno local, alimentado por los nuevos trabajadores. Una nueva élite local se conforma en torno a los negocios directos e indirectos de las actividades que el puerto directa e indirectamente generaba en actividades comerciales, financieras, inmobiliarias e, incluso, industriales. 

La llegada del Ferrocarril Central Argentino, de capitales ingleses, completa el círculo que la división internacional del trabajo proponía para Uganda. La producción cerealera y cárnica argentina salía al mundo desde sus puertos, lo que la consagró como la “Chicago argentina”.

(Disclaimer: sobre este apodo hay dos versiones, una vinculada al mundo productivo, por la ciudad estadounidense conocida como la capital mundial de la carne y otra relacionada al “Outfit de Chicago”, un sindicato siciliano del crimen organizado. Elija su propia aventura).

Según el censo económico hacia 1910 funcionaban en la City más de cinco mil establecimientos comerciales y una decena de talleres artesanales y bancos. Además, entre las instalaciones ferroviarias y portuarias se establecieron las primeras plantas fabriles, fundamentalmente asociadas al procesamiento de bienes primarios y al mantenimiento del ferrocarril. 

Hoy su edificio, donde funciona el Alto Rosario Shopping, es considerado patrimonio histórico municipal y conserva su fachada de estilo inglés. Entre las más imponentes de sus industrias estuvo la Refinería Argentina de Azúcar -la primera refinería del país- que llegó a emplear a 1.500 trabajadores. Ubicada estratégicamente entre las vías férreas que traían la caña de Tucumán y los puertos donde se cargaba el azúcar procesado para ser exportado en lo que hoy es Puerto Norte Forum y el Hotel Los Silos

Esta nueva configuración económica trajo fuertes contrastes urbanos a la fisonomía local. A las casas de dos plantas y los bulevares se sumaron las chimeneas y los conventillos en los barrios de trabajadores: Refinería, el Inglés, estación Ludueña. Este nuevo rostro era aceptado por la elite local como la contracara del modelo de desarrollo, el costo mínimo asociado al rápido progreso. 

El puerto petrificado

El estallido de la Primera Guerra Mundial y la crisis del 30 marcaron sucesivas alteraciones en el devenir de los acontecimientos. Con el cierre de las economías de Europa se ralentizó la llegada de manufacturas, se redujo la demanda de productos primarios y el mercado de trabajo se contrajo de forma abrupta. El repliegue de la economía global fue un puñal en el centro del modelo agroexportador y Uganda fue el punto estratégico para observar el impacto de esa crisis y de las que siguieron. 

Si en los años previos a la guerra las cargas habían llegado a las 10 millones de toneladas, estas sufrieron un considerable retroceso para el fin de la década del 30. Las dificultades en la provisión de insumos y la pérdida de mercados externos también golpeó al sector fabril. Las chimeneas paulatinamente se fueron apagando. La Refinería Argentina fue una de ellas. En 1930 hizo su última horneada. De forma progresiva, los trabajadores que habían llegado a estas tierras buscando ascenso social a través de la construcción, del comercio o de la industria, se vieron lanzados a la pobreza.

A los vaivenes de la economía internacional se sumó que en 1939 Uganda perdió su posición como principal puerto exportador de cereales al no poder competir con Buenos Aires, que gozaba de incentivos para centralizar la administración portuaria.

La prosperidad del proyecto de país abierto al mundo se fue transformando en decadencia. Uganda, como la hija pródiga, comenzó a perder lentamente su fulgor.  

¿Aquella ciudad-puerto donde se apretaban los barcos y trinaban las sirenas se había perdido para siempre? Si bien la élite que vivió con ella sus años de gloria se resistía a abandonar la idea, la ciudad había cambiado su voz.  Tal vez solo por un rato, pero eso lo veremos en los próximos envíos. 

Que tengas buena semana.

De nuevo acá

Después de un verano tan intenso como extenso, estamos de vuelta. Los amistosos de la Selección marcaron el fin definitivo de la fiesta. Arrancó 2023, un año corto que se multiplica. Determinará, al menos, cuatro.

El calendario electoral está por comenzar. Se van definiendo las expectativas económicas y álmicas, condicionadas por la peor sequía de la historia. En la macro este el momento en el que debería ingresar la que no va a ingresar. En lo micro cada cual va concluyendo el armado de la intrincada red de laburos, changas, emprendimientos, curros y pasatiempos que van a llenar nuestras horas y bolsillos de acá a noviembre.

Y decimos bien, noviembre, porque este año que arranca tarde termina temprano. Diciembre, si alguna vez llegamos, es terra incognita. Queda en otra época. Hacia allá vamos. 

Hace unas semanas una nueva escala de sustismo rompió la monotonía. La palabra narcoterrorismo llegó a la boca de los funcionarios. Pero nosotros lo advertimos un tiempo antes: no es correcto pensar que el chancho es el chacinado. Los riesgos son varios. El peor error es apurarse. 

La irrupción de lo terrible cobra volumen en esta película incoherente que todos vemos y nadie acierta a explicar. Y se proyecta en imágenes que resumen en cámara rápida todos los vicios que nos habitan. Compactos televisivos, material didáctico para ilustrar una Uganda para porteños

Nuestra ciudad, se sabe, es un caso para el estudio. Corroborando la ley de Say, acá las demandas se configuran en torno a la oferta. En cuestión de minutos se agotan las entradas para viajar a la Metrópoli a ver shows internacionales. Al mismo tiempo levantan a un pibe al azar y lo rematan como forma de dar un mensaje narco. Es la crisis donde todo el mundo se gasta la plata sin pensarlo demasiado: Coldplay, Brasil o la contratación de un sicario. El precio de la vida es menor al costo de una muerte. 

Sobran los pesos y sobran los miedos. Esa costumbre de andar especulando. En Uganda los males se condensan y se hacen noticia. Para volver a disolverse. Dejando la sensación, agobiante, de que nadie sabe bien qué hacer. Y, además, nadie tiene muchas ganas de hacer nada.

Los que tienen responsabilidades se pasan la pelota por mera rutina. Como si el victimismo, tras haberse apoderado de las ciencias sociales, se hubiera traspapelado también en los manuales de conducción política. La autoridad se desvanece y las voluntades responsables asumen con orgullo su impotencia. Los dirigentes ugandeses adoptaron un estado de demanda permanente. Nuestra ciudad se volvió la novia tóxica del país: te dice que si no la cuidás se mata.

El intendente Pablo Javkin eligió hacer fitismo. Y canta su letanía cada vez que puede,  pidiendo auxilio por los pobres corazones que matan. Si estamos en emergencia, que se note. Y si la cosa sigue empeorando, mejor. El confort del idiota que dramatizó Capusotto vuelto praxis estatégica. 

En el Palacio de los Leones consideran que este enfoque no solo es correcto, sino también digno: dentro del abanico de posibilidades institucionales y capacidades políticas, ¿qué otra cosa podría hacer? Lo cierto es que la estrategia testimonialista desnuda una trampa: no hay sitio más indefenso que aquel en el que su líder sólo sabe pedir ayuda. Peor que un funcionario indolente es uno incapaz.

Eso parece entenderlo Omar Perotti, del que los ugandeses recelan por no tener su atención. Uno y otro se desentienden entre sí. El gobernador despliega sólidos balances fiscales y obras de infraestructura que emocionan el espíritu del Interior. Pero Uganda reclama con urgencia volver a ser el centro de una provincia en la que no es capital. 

Es una relación, ésta también, tóxica. En la Casa Gris miran más el mapa físico de Santa Fe que el mapa político de Uganda. Aunque ésta puede devorarlos. Desde sus márgenes, fue la ciudad la que otorgó el triunfo a Perotti en 2019. Las balas, además de lastimar cuerpos y paredes, mellan la sólida imagen de la que se jactan.

Por lo que, a falta de mejor táctica, se aplica la discepoliana llorar para mamar. El gobernador elude el tema pero habilita a su entorno a quejarse de la Nación. Las extorsiones a comercios, los arrebatos a cualquier hora del día y el funcionamiento anárquico de la Policía, en fin, lo que le caga la vida al que va de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, son cuestiones provinciales. Pero en ese juego de correr el cuerpo, Perotti gana media cancha. 

Las demandas del resto se ponen a girar en torno a una: el narcotráfico es un delito federal.  Algunos sacan el cuentaganado para calcular cuántos pares de gendarmes son dos botas. Las más finas demandas progresistas, de izquierda y de derecha, ponen el ojo en el lavado de activos, como si en el dinero radicase la fuente de toda economía.  

Todos coinciden en que la causa primera es la corrupción y los pactos entre cúpulas políticas, judiciales y policiales. El peligro es que el pesimismo lleva al fatalismo, y éste a la inmovilidad. Decir que todo está podrido es una buena forma de ocultar que uno tampoco sabe ni puede.  

Pero la pureza de los angustiados por la degradación de los otros encuentra siempre un único responsable. Lo curioso es que esa suma de perversidades siempre cae en el conurbano ugandés. Justo donde se halla el último bastión de fortaleza electoral del peronismo.

No dudamos que la plata que se hace con el narcomenudeo termina en inversiones despampanantes. En la obscenidad y el mal gusto de esas torres que cualquier cantautor de buen corazón condena en sus letras. Pero el drama mayor no es la plata que entra, sucia o no. El problema es la que sale porque no encuentra en qué hacerse valer. 

Mientras tanto, el gobierno nacional repite su infortunio hasta el hartazgo. Es casi imposible sumar un rasgo novedoso para describir a un gobierno cuya única decisión fue, increíblemente, no tomar ninguna. El Frente de Todos considera que el poder es el otro

La discusión pública en bares, asados y redes sociales, está desinflada. Todos lo notamos: el amigo garantista y el pariente pistolero suenan cada vez menos convencidos. Las posturas progresistas y reaccionarias son eso: simples posturas. Que en su rigidez, cansan inclusive a quien las adopta. Nadie quiere hablar de nada en serio. Ojalá Gran Hermano durase para siempre. 

Así los posibles cursos de acción se vuelven meros ejercicios retóricos. La mayoría de los ugandeses prefieren evitar la fatiga. Y, con el toque de queda implícito, se vuelcan a su mundo interno. Ese que la cuarentena terminó de sellar a cal y canto, y que el Mundial apenas pudo entreabrir un instante. 

Quizás sea el aire enrarecido por la seca, pero nadie sabe explicar qué es lo que pasa. Hablar de las restricciones externas, del bimonetarismo, del desbalance fiscal, de la debilidad del mercado interno, de la deuda con organismos multilaterales de crédito, esos Grandes Clásicos Argentinos, no alcanza. Esto es más extraño.

El desempleo es casi inexistente. Pero 9 de cada 10 argentinos ganan menos que el valor de la canasta básica. Los nacidos con la Convertibilidad vivimos nuestra primera Copa del Mundo y nuestra primera inflación de tres dígitos. Ahora ya tenemos nuestras historias para contar. 

En el panorama incierto, hay una certeza. El cronograma electoral. Todos los meses un poco: las listas provinciales cierran el 12 de mayo, las nacionales el 24 de junio. El 16 de julio se van a dar las PASO santafesinas y el 13 de agosto las PASO nacionales. Las elecciones generales de Provincia son el 10 de septiembre y las de Nación el 22 de octubre. Y si hay balotaje, es el 19 de noviembre.

Como se ve, es una seguidilla. Un partido por mes a partir de mayo. Con el correr de las semanas vamos a ir gastando mails para analizar las internas, los chismes, las predicciones y las chicanas de los días previos. Ni hablar de llevar adelante una de las pasiones ugandesas: hablar con el diario del lunes.

Por lo pronto, hoy terminamos. Pero antes de irnos queremos contarte que nuestro newsletter se hace más grande. 

Creemos que las cosas, para que se hagan bien, hay que hacerlas a fondo y en banda. Y estamos orgullosos de tener cuatro cabalísticas incorporaciones. Se trata de Martín Stoianovich, Sofía Di Fulvio, Santiago Beretta y Sol González. Que van a traer a nuestras siestas de los lunes su pluma, sus inquietudes, su agenda y sus obsesiones, para seguir intentando entender qué carajo es Uganda.

Quizás sea perder el tiempo, pero el tesoro se hunde. Por eso estamos de nuevo acá.

Ave fénix

Hola, ¿cómo estás? ¡ A vivir que son dos días !

Esta historia comienza hace dos semanas. Es viernes y estoy dando vuelta por Instagram. Me sumerjo en las stories. Voy pasando el dedo con desgano. Mi atención en este momento del año es como la de Dory de Buscando a Nemo. En eso veo que una cantante de Rosario, a.k.a @brunellalatia comparte un video que comienza con una pregunta: ¿Podés fundar una empresa en Argentina? ¿Y encima siendo de un barrio humilde?

En el video, aparece la locución de Tomás Machuca, un joven de Barrio República de la Sexta. Ese barrio que yo veía desde el parque Urquiza todos los días de chiquito cuando iba al parque a dar una vuelta con mi perra. Que después conocí de grande cuando crucé para filmar un documental. Y en el cual terminé viviendo, claramente en su zona más residencial, cuando me fui a vivir solo.

En la locución me llama la atención la entereza de su voz. Lo convencido que se lo escucha hablando de su proyecto. En su discurso hay un re-pensamiento a la hora de hablar sobre su territorio. Las problemáticas y las demandas actuales de vivir en un barrio popular. Pero también hay una lectura sobre la importancia del ecologismo y el impacto en la vida de las personas y, sobre todo, una invitación a hacer. La estrategia de comunicación que ideó cumplió su cometido: ganarle al algoritmo, que muchas veces, privilegia mostrar otros contenidos.

Al día siguiente le mando un mensaje por Instagram. Lo quiero invitar a la tele para hacer una entrevista. Hay que seguir ganándole al algoritmo. El me responde al rato y me dice que sí. Entonces coordinamos para el martes. Le pido fotos, logos, videos de su marca y pasamos a hablar por WhatsApp. Le pregunto si quiere venir acompañado porque por cuestiones de seguridad tengo que pasar nombres y apellidos en la portería de Telefe. Entonces ahí me escribe: ¿Puedo ir con mi mamá? Jajaja, re mimado el pibe. La ternura es total y justo Bizarrap saca la última sesión con Duki: “Cumplí mi misión de rapero le compré a mamá la casa que quería”, reflexiona en uno de los momentos más emotivos de la canción.

La entrevista la hacen Cecilia, la conductora, y Bianca, la panelista de deportes. Transcribo algunos fragmentos para escuchar su historia. Pero también después del newsletter, si quieren verla, pueden hacer click acá.

¿Cómo nace la idea de hacer esto?

Cuando yo jugaba al fútbol en Tiro Suizo en el 2016, en un entrenamiento me dieron una patada y me rompieron las canilleras que tenía. Como las había comprado hace poco y en casa no nos sobraba la plata para comprar otras, busqué la forma de hacer unas caseras. Navegando un poco entre tutoriales de internet, encontré como hacer unas con un balde. Agarré uno que estaba tirado en mi casa, lo corté con una sierrita, las moldié con un secador de pelo y le imprimí un diseño que había hecho en Paint en un cyber. Y al siguiente partido cuando las llevé armadas, los pibes del club me preguntaban dónde las había comprado, y yo por vergüenza les dije que me las había comprado un tío en Buenos Aires. 

¿Y funcionaron?

Sí, las tengo guardadas hasta el día de hoy como recuerdo. Entonces en el 2019 me picó el bicho del emprendedor y pensé que podía probar algo con esa experiencia.

¿Ahora las que hacés con que material están hechas?

Las canilleras de ahora están hechas con tapitas de gaseosas que juntamos de distintos clubes de la ciudad. Por cada par que vendemos, entregamos otro de recompensa por tomar una acción responsable con el medioambiente. Las canilleras son un elemento con el cual empoderamos con conocimiento a las comunidades, no solo un producto.

¿Cómo es que aparece ese bichito de emprender?

Desde chiquito fui incentivado por mi familia, mi mamá y mi papá para hacer estas cosas. No me sentía muy cómodo en la escuela. Y siempre andaba probando. Armar algún negocio, crear algo. Y esto para mi fue como encontrar un propósito, hacer un producto que me genera satisfacción.

¿Por qué se llama Fenniks el emprendimiento?

Por la leyenda del ave fénix. Que renace de las cenizas para volver a volar. Es la filosofía que tomé para hacer las primeras canilleras con el balde. Y el nombre está con doble k y no x porque está traducido al esperanto. Lo que buscamos es hacer de Fenikks un movimiento global. Buscamos hacer algo invitando y no imponiendo, no pensamos en una ley para prohibir algo, sino que mediante gestos cotidianos queremos hacer un cambio real.

Antes de cerrar este newsletter se me vienen a la cabeza dos imágenes. La primera tiene que ver con un límite y la segunda tiene que ver con una experiencia.

Nací en el barrio Martin. Montevideo y Chacabuco. A una cuadra de Pellegrini. A media del parque Urquiza. El límite estaba, está y estará ahí. Porque desde Cochabamba, es decir dos cuadras más allá, arranca lo que es el barrio República de la Sexta. Pero es sobre la Avenida y también desde el fondo del parque desde donde se ve el puente, que en algunos momentos, más que la unión entre dos lugares, fue la separación entre dos mundos contrapuestos.

Porque los únicos que siempre cruzaban ese puente eran los del barrio pobre. De un lado uno de los parques más cuidados de la ciudad, del otro, el abandono -en parte- por el Estado y el Mercado. Y por ese abandono, también, la preocupación por la delincuencia y la desprotección. Todavía, algunos días, hay un patrullero al lado del Parque. Dos o tres uniformados haciendo un poco de alarde para la tranquilidad de la vecindad que sale a pasear sus perros de raza o para los grupos de running que hacen sentadillas bajo la sombra de un árbol frondoso.

Pasaron muchos años hasta que un día, gracias a formar parte de un equipo de filmación de un documental sobre la historia de vida de un poeta de ese lado de la ciudad, me animé a cruzar caminando y vivenciar, al menos por un rato, y unos días, la experiencia de estar del otro lado del puente. Donde no hay policías para protegerte, ni tampoco perros de raza, ni gente haciendo ejercicio para llegar en forma al verano. Lo que hay es un descampado para jugar a la pelota, pibes y pibas corriendo todo el día, y al fondo un grupo de casillas y pasillos con los hogares del barrio.

La segunda imagen tiene que ver con una situación muy parecida a la que contó Tomás para hacer sus canilleras. De pibe jugué al fútbol en un club. Y en mi memoria tengo el recuerdo de algo que siempre me llamó la atención. En la Rosarina, la liga en la que nos tocaba jugar, era obligatorio sí o sí usar canilleras para que te dieran el aval para disputar el partido.

El árbitro, antes del inicio, miraba con detenimiento las medias los jugadores para chequear que todo estuviese en estado correcto. Estos referís tenían que ser fuertes, porque en los lugares donde les tocaba dirigir, si no lo eran, se los comían crudos en cinco minutos. En contextos donde un error arbitral puede llegar a poner en peligro tu integridad física. Con estos pequeños actos se aseguraban el mote de personas respetables, jerárquicas y fuertes. 

En un partido contra Río Negro me había olvidado mis Wilson blancas y negras en la mesa de mi casa. Cómo jugaba de delantero, de vez en cuando me habían zafado de un golpe duro. En ese momento, la angustia fue muy grande, y hasta pensé que iba a perderme el partido. Pero uno de mis compañeros me mostró lo que hacían él y otros a escondidas, que no tenía ni la suerte ni la plata que tenía yo para comprarse un par de canilleras.

Con unos cartones de cajas que encontraban en la puerta del supermercado cerca del club, se habían hecho sus propios pares, y hasta le habían escrito con fibrones sus nombres. Entonces, en ese momento, los pibes salieron a dar una vuelta por el campito del club, encontraron una caja y con eso recortaron dos pedazos y los moldearon para que pudiera usarlas y jugar. 

Ese partido jugábamos contra el puntero. Si ganaban salían campeones. Si perdíamos nos íbamos al descenso. Empezamos ganando dos a cero en los primeros minutos del partido. Había metido el primer gol y una asistencia. No lo podíamos creer. Aguantamos así hasta el final del segundo tiempo cuando un pibito al que apodaban Diez, de vincha roja y cara de malo, nos metió dos bombazos seguidos en menos de cinco minutos. El resultado fue un empate pero fuimos felices, fui feliz.

Después de ese partido, no quise más usar mis canilleras Wilson. Quería usar las de cartón pero no solo por mi desempeño en el partido y el hábito cabulero que me habita hasta hoy. Sino porque eran más cómodas, y sobre todo, me las habían hecho mis amigos.

Pienso que entre el puente que separa al barrio Martin del barrio República de la Sexta y la historia de las canilleras de cartón que usé para ese partido, está la historia que me une con Tomás. Un joven que supo cómo atravesar ese puente con ingenio. La imaginación al poder. Un pibe que pudo darle una vuelta más a su experiencia. Que desde y con la adversidad en sus canillas supo cómo vencer al destino. Desde el trabajo. Con una computadora, con las nuevas oportunidades que aparecen en el mercado laboral. En un proyecto enmarcado en la economía circular, nuevas palabras, otras maneras de entender el futuro. Un emprendimiento situado en un contexto complejo pero que quiere ser mucho más que sólo su contexto. En el relato de Tomás no hay romantización de la pobreza, ni apología al pobrismo, hay un pibe que quiere demostrar que hay nuevas y mejores formas de hacer negocios.

 Hasta el lunes que viene. Ganemos, después vemos.

Las ciudades de Dios


Mandamiento N°5: Difundir los milagros de Diego en todo el universo.

Buenos días, ¿Cómo estás? Feliz navidad para vos.

Año 33 d.D

En una casa de familia suena el teléfono. Atiende un joven de apenas 17 años. Del otro lado, su padre le dice que lo lograron. La gran hazaña está hecha. Que en unas horas vuelve de Buenos Aires a Uganda, y lo hará con el contrato debajo del brazo. El contrato con la firma de Dios. 

El que recuerda es el periodista Emiliano Cattaneo, hijo de Walter, el presidente de Newell’s Old Boys que logró que, en el 93, Diego Maradona vistiera al menos en cinco partidos los colores del parque. Pero más allá de eso, logró que Dios pise Uganda durante algunas semanas. 

En plena primavera menemista, Héctor Cavallero ocupa el lugar de poder en una Uganda que no era lo que es ahora. Según Cattaneo aún guardaba el aspecto de interior, de intimidad, una especie de paraíso, pero con diversión. Noche, mucha noche, pero oculta. A eso, y otras cosas, Emiliano le atribuye la llegada de Diego. La falta de testigos. La posibilidad de guardar un secreto. La mística de las calles en silencio y los bares con vidrios oscuros o sin ventanas. No había testigos, y eso, al Dios sucio, le gustó. 

Lo adjetivo así porque si hay algo que decir del Diego, es que es el hombre de las mil vidas. A Uganda llegó el Dios golpeado, conquistador de Europa, el que burló a los verdugos de nuestra independencia con un gol ilegal, el que fue verdugueado, a su vez, por los excesos. El que intentaba recomponerse tras una salida un tanto escandalosa del Sevilla, pelea con Bilardo mediante, y más. Con un mundial que se acercaba y un sueño que se renovaba en su cabeza.

Por otro lado, para Roberto Garcia, la figura del Diego que llegó a Uganda fue la politizada. Trajo lo aprendido del sur de Italia, también de sus tropiezos, y en concordancia con una época con épica, un espíritu revolucionario y contestador. Puteador del Vaticano y de la FIFA. ¿Qué ciudad le correspondió a este Diego? La Uganda en la que ya se empezaban a notar los primeros indicios de organizaciones sociales, en la que había pobreza y una desocupación en aumento, las miles de bocas de Graciela Sacco que denunciaban el hambre, y la vida entre pizza y champagne con los mediáticos en la TV de todas las casas de familia. Maradona no fue un crítico de esto, pero su presencia en la ciudad fue un combustible para el espíritu de miles de personas que deseaban encontrar un poco de fe. 

Roberto consiguió hacerle una nota para la revista Cablehogar. Me cuenta que cuando le pidió una foto para ilustrar la nota y el fotógrafo se puso en posición, Diego le dijo que esperara. Y mandó a llamar a Don Diego para que participara de la imagen. “Llamá al papi para que salga en la foto”. 

Entre tantos análisis coyunturales, me olvidé del otro Diego: el sensible. El casi niño. El pelusa. Ese también llegó a Uganda. Y trajo consigo alegría y algo de esperanza. Tocó miles de corazones que demostraron su amor cada vez que pudieron. Y lo siguen haciendo.

Diego dejó millones de símbolos por todo el mundo. Símbolos interpretables hasta el cansancio. La devoción de los fieles es criticada por muchos. Muchos de los cuales nunca tiran la piedra porque no están libres de pecado. La crítica viene por todas esas otras vidas que vivió Diego. Y para mí, eso también es parte de la religión.

Año 38 d.D 

En 1998 Hernán Amez y Héctor Campomar fundaron la Iglesia Maradoniana. Esa que, en el marco del nacimiento de Diego, festeja la navidad desde 1998. También las pascuas en cada aniversario de los goles a los ingleses. La celebración de algo tan extraordinario como lo es la resurrección. 

Fue creada en Uganda, luego de que los dos mencionados, al cruzarse por la calle en zona sur, un 30 de octubre, se miraran y sin dudarlo se desearan una feliz navidad. En 2001 celebraron una de las primeras navidades con muchas más personas: ya eran 120. Este año, la nochebuena se celebró en el club Servando Bayo, con música, regalos y la cuenta regresiva para el brindis de las 12, cuando se cumplió un aniversario más de la llegada de Diego.

En dieciocho años captaron a más de 500 mil fieles en más de 60 países. Incluso puede verse el video de la celebración de un casamiento maradoniano en México. También realizan bautismos y llevan como santo texto a la biografía de Maradona.

Se puede ensayar una explicación al hecho de que fuera acá que se fundó el culto, pero probablemente le erraría porque depende de a quién le preguntes. Quizás en esta ciudad que respira fútbol hay miles de razones. Quizás fue porque nos gusta ser los primeros de algo. Quizás, porque se necesitaba un santo al cual rezarle.

Año 24 d.D

Leí por ahí que el bar Nilo, un local tradicional justo en el centro de Nápoles, cuenta con la presencia de una graciosa reliquia. Un pequeño altar de tonalidades azules con un “sagrado cabello milagroso” de Maradona, objeto de peregrinaciones de hinchas y apasionados del fútbol, exhibido junto a un frasquito supuestamente lleno de lágrimas vertidas por los napolitanos en el momento de su despedida. Cada vez que veo por las redes sociales que un conocido viajó a Nápoles, me muero de ganas de estar ahí y le pregunto mil cosas. De todas las ciudades de Dios, siento que esa fue una de la más suya.

Nunca me voy a olvidar del día que conocí a Mario. Un napolitano que venía del sur de Italia a hacer unas pasantías, una especie de intercambio cultural y formativo a Poriajhú. Lo primero que recuerdo fue preguntarle por Diego. Si realmente es así como nos han contado. Si lo consideran el emblema de la batalla contra el norte de la Italia rica. Y él nos preguntó si acá somos tan maradonianos como se dice. Al final del viaje, respondimos afirmativamente a todas las preguntas. Si, somos maradonianos. Y si, allá en el norte italiano de obreros y cordones industriales, también necesitaban un Dios al cual pedirle.

Año 62 d.D

Todas las ciudades de Dios. Todos los Diegos, el Diego. Buenos Aires, Nápoles, Sevilla, Barcelona, Uganda. Diego llevaba consigo la impronta de Dios a ciudades olvidadas. Y, quizás en Uganda significó eso: la dulzura del secreto y la posibilidad de jugar tranquilo, pero también la sensibilidad que lo llevaba a abrazar las improntas de los pueblos. Pero, como dice la frase, no importa tanto lo que el camino hizo con él, ahora que ya no está, sino lo que trasciende: lo que hizo con las ciudades por las que pasó.

En las últimas semanas, la cuenta de Instagram del diez, se limpió. Borraron todo indicio, todo signo del Maradona politizado. El del tatuaje del Che, las visitas a Néstor y Cristina o la presencia en el “No al ALCA” con Chávez. 

Las ciudades nunca son puras y castas. Son sucias. Son bellas. Tienen contradicciones. Empujan amores y odios. Pasiones y angustias. Vida y muerte. Nos gusta pensar a Uganda desde esa lectura: no es una sola, son muchas. Y el Diego también lo fue. Por eso, pensar a qué Uganda llegó Él, no es tarea sencilla. Elegirás a qué salvador rezarle, desde la Uganda donde te persignes. 

Honrar los templos donde predicó y sus mantos sagrados. Ese es uno de los diez mandamientos de la Iglesia Maradoniana, y es un poco lo que intenta hacer esta entrega. Si por Uganda pasó Dios, hay que honrarla por lo que es y reconocer que alguna vez, quizás, no fue sólo una ciudad olvidada.

Apuntes del Bandera

Hola, ¿Cómo estás?

Sábado 10 am

Mientras escribo el comienzo de este newsletter faltan unas horas para el Festival Bandera. Estoy en mi casa frente a la computadora y pienso sobre la música. Su nuevo tiempo. El tiempo que ella creó y el que ahora está creando. Vengo de una educación sentimental basada en el rock nacional y el punk estadounidense. Dos géneros que en este momento no aparecen en las grillas del mainstream, de lo que se escucha masivamente.

En el line-up de esta tarde lo único que se asemeja al rock nacional son Guasones y Las Pelotas, y que, dentro de ese ambiente no son de lo más purista del género. El punk brilla por su ausencia, o mejor dicho, brilla a través del trap o de Dillom, lo más cercano a lo trash que habrá hoy en este encuentro.

Aunque el rock nacional sigue siendo popular y convocante. Hay algo de su destello que parece haber quedado enquistado en el recuerdo. Lo barrial, o mejor dicho, lo rollinga, es eso que identifica como resistencia y comunidad. Un lugar sublevado donde lo que queda se reinventa sobre sí mismo: su mística es ser místico.

Parece ser que la música ya no son las banderas rojas, banderas negras, del lienzo blanco de tu corazón, que coreaba el Indio antes de volverse un holograma. Ahora la música es una bandera de muchos colores, psicodélica y degenerada, con muchos más solistas que bandas, con muchos más conceptos que discos. Y el gusto es nuestro: todos los géneros posibles que aguante un algoritmo. El nuevo contrato del arte está hecho a base de interacciones, aleatoriedad e ingeniería basada en sentimientos, tus sentimientos, los que cargás y los que te cargan.

La nueva clase cultural. Si antes se pensaba a la música como contracultura, o contra el sistema, el capitalismo como máquina fagocitante llegó hasta el alma humana mucho más profundo que lo que supo llegar un solo de guitarra bien logrado en el vórtice de una canción. En 1971, John Lennon escribía Imagine y le proponía a una juventud cansada de la guerra pensar en un mundo sin fronteras. En 1982, Alberto Spinetta publicaba Barro tal vez y le proponía a una juventud, destruida por la dictadura, el don todopoderoso de «tocarse el alma». 

En un escenario de Guerra Fría y dictaduras latinoamericanas, algunos jóvenes optaron por repetir como mantra las letras de estas canciones avizorando un futuro mejor. Otros, a la sombra de la Primavera, decidieron armar sus propias empresas digitales en garajes californianos. Así, dedicarse a tocar las almas sin distinción de fronteras, se convertiría en el nuevo hit generacional. Estábamos a la víspera de una nueva fórmula de ganancias. Lo sensible sería el nuevo campo de batalla. La música como lengua universal, el capitalismo de plataformas, ese hecho y construido en Silicon Valley, también.

Sábado 4 pm

Estamos ante el nacimiento de una nueva era. Cuando Trueno y Wos dijeron te guste o no te guste somos el nuevo rock and roll la advertencia ya era una verdad. No es que ellos estuvieran declarándose en contra de algo, ni tampoco a favor del desplazamiento de un género por otro. Estaban contando algo que sucedía en ese momento: ahora les toca a ellos llegar a los oídos de los jóvenes.

Música a demanda en la época de la reproducibilidad digital. Cada generación conoció a sus artistas por sus propios medios. De los concertistas, a los vinilos, pasando por CD y el cassette en el mientras tanto de la radio y la televisión, y de ahí en más, los reproductores: del Home Theater al IPod A ese avance técnico de alguna manera lineal, le llegó su quiebre, la revolución: las plataformas de distribución y comercialización.

Además de haberme criado en una casa en la cual el CD y el DVD fueron un bastión, apadrinado por mis hermanos, conocí el Ares. La vanguardia pirata: el primer acercamiento para llegar rápido y sencillo a todo eso que no era fácil ni barato de conseguir. Hace poco tiempo, Ale Sergi, el cantante de Miranda, nombró esa época como el peor momento comercial de su historia. Internet había creado un paraíso ilegal para los oyentes antes de la llegada de la monetización por reproducción.

Con el Ares, entró por primera vez el hip-hop en mi casa. Así lo recuerdo. Ninguno de mis hermanos entendían por qué aparecían canciones de Eminem entre medio de las descargas. Menos que menos cuando se creó una carpeta de cumbia y reggaetón en esa computadora de escritorio que compartimos en toda la adolescencia. La CPU compartida de una casa familiar es como Gran Hermano, aunque estés solo todos saben lo que estás haciendo. 

Cuando llegó YouTube, y al tiempo Spotify, ya éramos grandes. Tuvimos tiempo para compartirlo. Pero con las plataformas y sus usuarios, cada uno pudo individualizar su repertorio. Armar su playlist y cortar el lazo. Construir su yo digital. Embarazado de nuevos significantes, pero, de alguna manera, suelto de la estructura familiar. Era mi adolescencia, y el gusto por la música, un tipo de música.

Prohibición y deseo. La lucha por el reconocimiento y el grito de singularidad. Mis hermanos no querían que escuchara hip-hop, pero me hicieron conocer Mendoza, la nieve, y el pogo más grande del mundo, alrededor de miles y miles de personas. Dios te quita, Dios te da. De alguna manera, a mi generación, el hip-hop, le apareció como un mecanismo contestatario pero débil. Más cercano a la batalla entre hermanos mayores y menores por lo que sonaba en el living a la tarde. Más propulsada por el instinto de Abel y Caín que por la pulsión de dar la muerte al padre conservador que pregonaba el rock and roll de los 70’.

Tanto el rap, como el hip-hop y los nuevos fenómenos musicales que de ahí se desprenden, en Argentina, no son un mecanismo sustitutivo del rock and roll, sino un fenómeno de desplazamiento y convergencia. La música es cada vez más compleja y sus etiquetas cada vez son más, ¿o quién no tiene una playlist para cada cosa que hace? ¿no has visto, acaso, a ese pobre CD llenarse de polvo mientras de cada mash-up nacía una nueva combinación?

Domingo 4 pm

El festival fue increíble. Me quedo con un hilo de tweets de Iván, alias @_zonasur y su experiencia. Los nuevos pensadores de estos tiempos y las ideas en pequeñas cuotas.

Viaje al fin de la noche. Después de Babasónicos, y casi al final de Peces Raros, me fui al escenario alternativo, donde cerraba ACRU. Un hiphopero de Buenos Aires. Mientras escuchaba el show atentamente, al lado mío lo veo a Manteca, un rapero de San Lorenzo, frontman de la banda Chales Wilson. El encuentro, el abrazo y el agite compartido fue un guiño para el cierre de esta entrega.

Recuerdo. Una de las primeras citas que tuve con Ana fue en Capitán Bermúdez. Volamos en un 35/9 y aterrizamos en el recital de la banda de Mante. Sentados en unos banquitos de escuela que oficiaban de mesas en un centro cultural,  comimos pizza, tomamos mucha Heineken helada y me enamoré. Pero esa es otra historia.

Esa noche fui feliz. La banda que escuchamos tiene una estructura similar a Caliope Family, donde canta Brian Brapis, otro rapero de la escena urbana de Uganda. Un grupo de músicos y un frontman. Un juego win to win donde la identidad no se negocia. Manteca es el portavoz de esa sinfonía, como muchos otros artistas de estos nuevos géneros que ahora, para tocar en vivo, buscan bandas concertistas para sus shows. Igualmente, él es parte de su banda y se siente uno más. 

Como sé que está cercano a la música y la vive desde adentro, es decir, produciéndola. Me atrevo y le mando un WhatsApp para conseguir su testimonio.https://open.spotify.com/embed/artist/1ZD71XAUDsTNJocmNITdGI

¿Cuándo arrancaste a rapear?

Empecé a rapear a los 18 casi 19 años. En su mayoría venían de Puerto San Martín, porque la plaza de acá era más concurrida. Y una de esas tardes me acerqué al hip-hop mediante el freestyle. Esto fue en el año 2010. 

¿Cómo fue lo de llegar a una banda?

Antes de la banda. Venía acostumbrado a tocar solo. Salía con un pendrive en el bolsillo y me subía al escenario. Y de repente me vi rodeado de cinco músicos, con los que fuimos aprendiendo, de alguna manera, a compartir tiempos. Ahora no me veo armando una carrera solista. 

¿Viviste la expansión del hip-hop pero cómo?

La expansión cultural del hip-hop la viví desde adentro. Y gran parte se debe a YouTube, a las nuevas formas que aparecieron en esos años de distribuir la música. Las redes sociales. Todo hizo que se expandiera más. Yo lo viví de cerca pero muchos lo vieron desde las plataformas. 

¿Qué relación tenés con el mainstream, con los que llegaron?

A mi me parece que quienes están en el mainstream, que puede ir desde Bizarrap hasta Acru, son muy distintos. Pero ambos dejan un mensaje interesante, la perseverancia y las herramientas bien usadas pueden darte la posibilidad para hacerte escuchar. Quizá desde un rincón de tu casa podés llegar al mundo entero. Y eso me motiva mucho.

¿Vuelve el disco pero el mundo sigue pidiendo singles?

Tenés un mercado que te pide todo el tiempo estar activo. Por eso tenés que sacar singles para no perderte en el algoritmo. Igualmente, a nosotros nos gusta el formato disco, por lo que representa. Un disco lleva muchísimo tiempo de elaboración. Si bien hoy en día no se comercializa mucho el CD, es mucho trabajo el arte de tapa, la impresión, el trabajo físico. Pero creo que los discos están volviendo y es hermoso. Muchos raperos están sacando sus discos en vinilos y me parece que va por ahí, que no hay que perder eso. Es muy lindo trabajar un disco, sentirse realizado, cuando terminás el último tema y ves el disco listo, es mucha más satisfacción, pero igual hay que acostumbrarse a la nueva demanda.

Domingo 8 pm

La historia de Manteca es una, pero hay miles como él. Esos grupos de pibes y pibas que coparon las plazas y los parques de la ciudad en la década del 2000/2010 y vivieron tanto la aparición de YouTube como los celulares con filmación en mp4, o las cámaras digitales de venta masiva, y el arte en su imitación. Esas son y fueron las nuevas herramientas para construir sus propias ficciones sónicas.

De ahí en adelante, lo que vino. Lo que se pudo construir. Metástasis. Del norte al sur, pero pasando por todo el mundo y todas las posibilidades. Un joven sanlorencino haciendo hip-hop, último enclave de la música negra de los Estados Unidos, sin temor a nada. Internet lo hizo. Los cyborgs y los nuevos romances, no son monstruos, son esos adolescentes que se criaron entre plazas y cybers, y que ahora son artistas, hacen canciones y su sueño es subirse al escenario de un Festival como el que fui ayer.

Cuando estaba en la zona de prensa, tomando una cerveza después de la entrevista con dos integrantes de El Kuelgue, le pregunto al violero, si este tipo de fechas lo entusiasmaban para conocer nueva música, si compartir con tantos colegas le devolvía un poco ese espíritu de juventud de ir a festivales a ver bandas desconocidas. El tipo me respondió: antes de venir investigamos y googleamos a cada banda que conocemos y no, vemos en qué andan y lo que pueden llegar a hacer, ya casi no me sorprendo, pero hoy fue distinto, lo que hicieron los chicos de la Groovin’ Bohemia después de nuestro show fue increíble.

No hay forma de pensar el crecimiento de ningún tipo de música sin su relación material. No se puede pensar la música negra sin las cadenas de los esclavos moviéndose al ritmo de sus tobillos en los campos de algodón del sur de Estados Unidos. 

Cuando escribo sobre música todo me recuerda a África dice Reynolds en una entrevista. Paráfrasis. Cuando escribo sobre música todo me recuerda al Ares, YouTube, Spotify. Somos lo que escuchamos con lo que escucharon de nosotros.

La postal. Un vaivén. Poguear al ritmo de 220. Corear la dulce voz de Santiago. La aritmética de tu huella digital. Dos canciones en cinco minutos, una montaña rusa de emociones.

Uganda rocanrol

Buenas tardes, ¿cómo estás? Nos volvemos a encontrar esta vez para hablar de un fusilado que vive: el rocanrol.

Nos remontamos a algunos domingos atrás. Son alrededor de las 6 de la tarde. El sol empieza a caer o al menos eso parece. Entre el humo, el naranja del atardecer se ve raro. Todo parece estar suspendido. Como si la nostalgia nos sostuviera para no caer.

En una terraza de Echesortu seis amigos hacen los últimos retoques a la bandera que yace en el piso. Tiene la cara de Juanse, ex líder de los Ratones Paranoicos y la del Diego, inmortalizados junto a la frase: “Para el pueblo lo mejor”. Entre choripanes y jarras de Amargo Obrero, hablan sin proponérselo sobre recuerdos: lo que el rocanrol hizo con la vida de cada uno.

“Nosotras somos todas pibas de barrios humildes. Seguíamos a los Stones hace mucho, pero cuando vinieron la primera vez a Argentina no dimensionamos la magnitud de su llegada y seguimos pateando los recitales de siempre: La Renga, Los Piojos, Callejeros. En el 2016 con gualicho mediante, sacamos las entradas y fuimos por primera vez. Fue el mejor recital de nuestras vidas. Por eso cuando en el 2017 tocaron en Barcelona y en París, algunas decidieron ir”. 

Quienes me lo comentan son pibas de la “Peña Stone”. Al enterarme de su existencia quedé anonadada. Nació al año del recital de la banda de Jagger en Argentina. La sede es el patio de una casa. Las historias son millones y me las cuentan mientras devoran latas de Quilmes, y llenan de rouge los filtros de los fasos. 

“En el 2017, una de nosotras había comprado junto a su novio las entradas para ir a verlos a París. Semanas antes del recital, se pelean. El pibe no quería devolverle su entrada. Nos organizamos y fuimos un sábado hasta zona norte en colectivo. Cinco pibas con flequillo, pañuelos, una bebé y un cochecito. Cuando llegamos a la casa del ex, nos atiende la hermana. Le dijimos que íbamos a esperarlo hasta que volviese y así lo hicimos durante horas. Compramos birras. Nos instalamos. Imaginate la forma en la que nos miraba la gente que pasaba. No entendían nada, pero no íbamos a irnos sin la entrada de nuestra amiga. Y así fue”.

Amistad, hermandad, familia. El rocanrol da eso a millones de jóvenes en todo el país. Un sentido de pertenencia. Un sentir colectivo: “Donde hay una lengua sabemos que hay uno de los nuestros. En cualquier parte del mundo”, me dicen. Y también pasa en Uganda.

Alguien va a escuchar tu remera

A comienzos de los 90, una vieja vaquería se transformó en poco tiempo en lo que ahora conocemos como “Alcohol”. La primera rockería de Uganda nació por el deseo (y la visión) de un pibe que quería conseguir las remeras que hasta ese momento solo veía en Buenos Aires. Así, empezó a traer de las bandas que iban en alza: los Rolling Stones, Pink Floyd, AC DC, los Redondos, Soda Stereo, Sumo, Attaque 77 y otras. Más tarde llegaron los parches, cintos con tachas, pañuelos, morrales, y zapatillas Converse. Los jeans, como pasaban desapercibidos, dejaron de venderlos. 

Durante décadas los jóvenes llevaron en sus cuerpos muchas modas: “Llegaron los skaters, después lo urbano y el animé, pero el rock siempre siguió siendo el contenido principal de nuestro negocio, así desde hace más de 30 años. Porque todavía hay un público que lo viste, que lo lleva como estilo de vida”, comenta Guillermo Simón, el dueño del local de Mitre 876.

Acompañando las dos caras, el público y las bandas: “Siempre estuvimos de este lado, junto a los grupos locales. Cuando Cielo Razzo salió a pistas, Pablito Pino nos trajo el afiche para ver si lo podíamos pegar. Así lo hacíamos también con Los Vándalos, El Vagón, entre otros. Nos traían incluso con semanas de anticipación. Quedaban en lista de espera hasta que las fechas de la agenda cultural iban aconteciendo y se nos despejaban las paredes y las vidrieras. Ahora la movida pasa por otro lado y pasan meses sin que se acerquen bandas a traernos algo para difundir. Quizás los chicos ya no quieren rock. No sé. La rebeldía y la explosión que generaba el rock ahora por ahí es fogoneada por otras expresiones musicales”.

Con más o menos bandas, la cultura del rock todavía persiste en las calles. Resiste en los pocos lugares físicos donde sigue sonando. Y aunque cambiaron las vidrieras, las remeras se siguen pidiendo (ahora casi exclusivamente de forma virtual) para cruzarse y sonreír al ver que todavía hay alguien que está ahí, que sigue acá.

Piedras rodantes

El rock encontró en Uganda, como en Argentina, distintas trincheras: los ricoteros por un lado, los de Soda por otro. Los que preferían a La Renga, y los que elegían a Los Piojos, por solo nombrar a algunas. Y los que se embanderaron en la lengua stone escuchando a bandas como los Ratones Paranoicos, La 25 y Jóvenes Pordioseros, entre otras. Los rollingas, catalogados como “una especie en extinción” en el orden de las tribus urbanas que fueron “estudiadas” hasta el cansancio en las universidades y los programas de televisión.

Si el cuadrante de esta ciudad, tuviera en cuenta a estas culturas que la componen (rollingas y stones) seguramente los ubicaría en los lugares donde los conocí: la escalera del Credicoop de calle Ovidio Lagos, la pista de García Bar donde me enseñaron a bailar (humildemente) al ritmo de Caras de limón de Los Gardelitos, o Nena bien de la banda de Junior. También en los barrios, en las veredas de los kioscos, en los patios de las casas. Bancando al rock barrial, como La Clavija, La Doble 2, Carrocería Vieja, entre otras.

Es el caso de la “Peña Stone”: cuatro pibas que se conocían de “patear” en distintos recitales, soñaron y concretaron su deseo de verlos en vivo y en directo. Al año de haberlo logrado, se juntaron a recordar esa noche. Necesitaban algo que las identifique, las agrupe, un sello, un nombre. Y así nacieron, por la necesidad de celebrar una pasión.

“Cuando vinieron en 2016 juntamos hasta el último mango.  Hicimos la fila virtual, comiéndonos las uñas, escuchando CD’s que de a poco íbamos dejando, sin querer, en el piso, todas sentadas alrededor, hasta que nos dimos cuenta que habíamos formado una especie de ritual. Puse hasta una foto de mi viejo porque una de las pibas dijo que él nos iba a dar suerte, que había sido el más rockero. Fue un gualicho stone. Volvimos a hacerlo para despedirlo a Charlie cuando murió”.

Por fuera de esa ubicación de la cultura rollinga-stone, también hay que señalar a quienes han sostenido su impronta: podría mencionar decenas, pero esta entrega se haría muy larga.

Voy a citar al periodista Juan Cruz Revello, autor de La lengua universal. Acudí a él con la bendita pregunta: “¿Es Uganda la cuna del rock nacional?” A lo que me respondió: “En el 65 se editó el simple La Respuesta, de Los Gatos Salvajes, y puede ser considerada como pionera en cuanto a composición de autor con letra en español.  Me encantaría que exista un espacio físico –ponele museo, o como sea-, donde la gente de la ciudad, o el turismo, pueda ir, revisar la historia, pero también el presente”. 

Agrega que rollingas o stones, hay en todos lados, pero hay algo en Uganda, que la convierte en terreno fértil para que florezca la cultura popular: “No sé si nos distinguimos por eso, porque no vivo en otro lugar. Puedo decir que la música que se hace acá, al menos la vinculada al universo del rock, en general es muy buena, porque sí escucho material de otras provincias, y entiendo que nos destacamos y hay características que nos diferencian. Pero no sé si es universal. A veces siento que Rosario tiene una autonomía artística impresionante, y que vemos y sentimos a los artistas locales porque entendemos el background con el que fabrican las canciones, la idiosincrasia, el día a día, hasta quizás sus estructuras emocionales”.

Los análisis continúan, en terrazas y bares, veredas, entretiempos de partidos canallas y leprosos, en bondis que llevan a recitales, en previas a los mismos, en las mesas de las casas de amigos, al lado, casi siempre, de un fuego que no para de crecer. Una piedra rodante que sigue y seguirá girando.

Juventud, divino tesoro 

El tono de esta entrega comenzó siendo nostálgico, pero mutó con el correr de los días. En realidad no hay que añorar algo que todavía no murió. Al rocanrol lo dieron por muerto miles de veces en la historia. Incluso esta iba a ser otra más, pero no hay que apresurarse en escribir epitafios. 

Nos volvemos a ver mucho más rápido de lo que imaginan: este miércoles, como celebración de nuestros seis meses de vida, inauguramos La visita, nuestra nueva sección. Sólo para demostrar, que esto It’s not only a newsletter. Es mucho más.

Que tengan buen lunes y que suene esto. Abrazos.

Requiem for Uganda

Escribir un newsletter se parece a hacer una carta. Pasolini entendía las cartas, y mayormente las de amor, como correspondencia, es decir: una demanda infinita. Correspóndeme, ámame, léeme. Palabras que no son sinónimos, pero entran en un mismo registro. Por eso, en esta nota, voy a cometer el pecado periodístico: introducir al yo.

Hace un mes que Pantalla Completa está al aire en Telefe. El programa del cual participé en su creación y producción. Nunca antes había trabajado en televisión. Un medio que consumía poco. Con el tiempo, me di cuenta del lugar que tiene. La tele es la gente. Y a la gente le pasan cosas.

Hay un ejemplo muy claro. El programa tiene un WhatsApp y, por día, alrededor de cincuenta personas, a veces más, nos escriben pidiéndonos ayuda. No cobré el censo, no tenemos agua, no tengo trabajo, no llego a fin de mes, no hay luz en el barrio y a la noche es peligroso, se están tirando tiros acá a dos cuadras, necesito que me corten un árbol que se está por caer frente a mi casa y así, ad infinitum.

El teléfono del programa pasó de ser una oferta de participación a un catalizador de demandas. Del mensajito buena onda al call center de la angustia y, entre medio, cuarenta minutos de aire. Pero esa es la realidad, la tele puede ver y hacer ver la realidad, su realidad. A su manera, en su negocio, la lee. 

Para el programa del lunes 8 de agosto nos propusimos contar una historia triste que nos pega a todos por igual. En Uganda van más de 250 asesinatos en lo que va del año. El 2 de agosto se batió otro récord: mataron a tres personas en dos horas. De ese número, más del 8 por ciento son menores de edad. Ya se superó la cantidad de menores asesinados del 2021. Y a eso se le suma que, de 19 casos, al menos 15 tienen algún tipo de vinculación con la narco-criminalidad. Así se lee en la nota “El niño que quería ser grande”, de Marité Colovini en la sección paga del Diario La Capital.

En el trajín de este texto, me contacté con Dante Clavijo, presidente del Club 7 de septiembre y cazatalentos de Lucas Vega, un niño de 13 años, asesinado en la puerta de su casa por balas que no eran para él. En la llamada, el tipo me pregunta en seco: “¿qué pasa?”. Lo único que se me venía a la cabeza era una contrapregunta: decime vos qué pasa.

Le ofrecí la nota y el tipo aceptó sin problemas. Antes de cortar, me respondió: “Macanudo che, pero Lucas fue uno solo, ya son cinco los pibes que me mataron desde que estoy en el club”. Cuando corto, lo primero que se me vino a la cabeza fue la naturalización de la muerte. Y el miedo mayor, la siguiente muerte, el próximo pibe arrebatado: ¿cómo se hace para seguir sosteniendo un espacio entre tanta injusticia?

Lacán en una clase magistral le dice a sus alumnos: la muerte entra dentro del dominio de la fe, hacen bien en creer que van a morir, por supuesto, eso les da fuerza, ¿si no lo creyeran así podrían soportar la vida que llevan? Si no estuvieran apoyados sólidamente en la certeza de que hay un fin, ¿acaso podrían soportar esta historia? Haciendo fuerza para unir psicoanálisis francés del siglo XX con la realidad del presidente de un club de la ciudad en el siglo XXI, pienso: ¿no será la misma muerte, la batalla final contra ella, la que empuja todos los días a este tipo a seguir abriendo las puertas del club?

El domingo anterior, prendí la computadora y, en un zapping por YouTube, vi la entrevista de Caja Negra al cantante Callejero Fino. Uno de los referentes de la Cumbia RKT. El género de L-Gante. Me llamó la atención el título: «No le tengo miedo a morirme, sino a que se olviden de mí». La frase hizo ruido en mi cabeza como pregunta: ¿Cómo puede ser que un pibe de 23 años esté pensando más en la trascendencia que en su vida misma?

Hacia el final, el entrevistador le pregunta al entrevistado por los sucesos en Uganda y la relación con las letras de sus canciones. Al terminar la entrevista busco las noticias. Una serie de crímenes y amenazas en julio del 2022, fueron sellados bajo los lemas: “que peleen sino que corran” y “a los giles rafagazos”, dos frases que pertenecen a la canción Pide Remix que tiene un videoclip con estética Mad Max. El ritmo frenético, la letra punzante, los cuatriciclos, las tomas de no más de cuatro segundos y la vorágine de los cambios de escena, dan a entender eso que en la novela Miles de ojos, el escritor boliviano Maximiliano Barrientos llamó adoradores de la velocidad en un mundo post-apocalíptico.

Cuando a Simón Natanael Alvarenga a.k.a Callejero Fino le preguntan por la relación del contenido de sus temas y la realidad de Uganda, el responde como lo hicieron desde el comienzo de la historia del gangsta rap o del real rap: yo no tengo nada que ver, yo solo hago canciones. El género hace un gesto propio de la época: borra la relación entre significado y significante. Entre Uganda y la ciudad que es, no hay mayor realidad que la realidad.

El lunes siguiente, ya con la nota con el cazatalentos pactada para el vivo, me piden que arme un tape para el arranque del programa. Nos pasan 18 fotos en formato .jpg de todos los menores de edad asesinados en lo que va del año. Tengo que escribir un texto para la conductora y en eso encuentro en Twitter un video que publica la Liga Rosarina de Fútbol donde veintidós pibes están en el centro de una cancha haciéndole honor a Lucas, su compañerito fallecido: ¿Lucas le habrá tenido más miedo a la muerte o a que se olviden de él?

Los días corren veloces y en esa misma semana volvieron a prender fuego frente al río. La agenda mediática ugandesa se parece a ese zócalo de Víctor Hugo: todos los días un drama. Casi todos se levantaron con los ojos irritados, el pecho tomado y la garganta con picor. ¿Qué es todo lo que aguanta un cuerpo? Lo que el cuerpo aguante. Después, las pintadas que desestabilizaron lo desestabilizado. Plomo y humo: el negocio de matar. El nervio óptico: los ojos ven películas y videoclips por todos lados. Ciudad Gótica existe porque no es real.

Al amor lento de las edificaciones públicas se lo está llevando puesto la velocidad de la indignación social. Alguien aprieta el pomo sobre la pared y renuncia un Ministro. Un grupo de personas se camufla entre los matorrales isleños y una ciudad entera no puede respirar por una semana. Un trapero con un celular se hace famoso desde la cárcel, sale, se va a su casa y con la tobillera puesta y una computadora se hace famoso, llena un Luna Park y escribe el ritmo de las muertes de los pibes de todos los barrios del país. Un Estado es y se hace, pero también se deshace. Y cada gobierno tiene la crisis que se merece. 

La crisis es una crisis de jerarquías. Y de límites. La política quiso demostrar que era la gente común y se olvidó que la gente común no gobierna. Quiere ser gobernada. Eso es lo que pide Uganda.

Martin Rodríguez en una nota para el DiarioAr del 12 de junio escribió sobre las cartas que hicieron al país. Argentina de puño y letra. En un párrafo, el periodista porteño, habla de un mecanismo que utilizó Duhalde cuando tuvo que gobernar el conurbano en aquel momento ingobernable. Miles y miles de cartas llegaban a sus despachos. 

Chiche, su mujer, fue la encargada de armar un equipo especializado para responder a esas demandas. Se leían, se marcaba el problema y se proponía una solución. El puerta a puerta de la crisis. Duhalde no era un vecino más. Era el vecino que necesitabas que te visite. El que tenía el poder. Y lo ponía a disposición, aunque muchas veces no alcanzara. Ese gobierno fue un gobierno de transición, de poner en orden las cosas. No fue un proyecto transformador, fue un gobierno útil, tan útil como fuera necesario. Un plan para hacer algo. Si no se puede proyectar, al menos arreglemos.

El WhatsApp del programa va a seguir estallando de mensajes. Un día se va a un barrio, otro día se va a otro, se escucha, se comenta, y no se vuelve por un tiempo. Si hay suerte, alguien ayuda. Pero hasta ahí. La televisión no es una ONG, es una industria.

Más allá de la pantalla chica, si no hay gobierno planificado, al menos podrían armar un call center. Ir a hablar con los vecinos. Escuchar lo que les pasa. Los políticos que se indignan por una pared pintada son los que se alejan cada vez más de sus gobernados. Gobierno y política parecen cosas diferentes. No se necesita un intendente que se haga vecino. No necesitamos estar más indignados. Se necesita un gobierno, alguien que administre este desorden. O al menos, un nuevo diagnóstico, un catalizador de átomos. No es ir y solucionar problemas, es escuchar e inventar una solución para destrabar el problema mayor.

Correspóndeme, ámame, léeme. En realidad, escribir una carta. Como dice Mariana Moyano en su último podcast: Estado, da la vuelta y hablame.