Progresismo putarraco

Buen feriado. 

Hoy vamos a hablar del progresismo, sobre cuya entronización y tiranía se conversa ávidamente en bares y redes sociales. 

No se trata de una autopsia: aunque agonizante, el progresismo no ha bajado aún a la tumba. Lo que realizaremos, en la siesta temprana de hoy, va a ser su biopsia. O, para referirlo en el intricado lenguaje de espejos que se ha inventado este monstruo, lo que haremos será su deconstrucción. 

Lo progre nace, como Minerva, de un estado de la mente. Que se encuentra en las 95 tesis de Lutero y en la conferencia de Bretton Woods. En julio de 1789 y en mayo de 1968. En Thoreau y Obama. En Rivadavia y Rodríguez Larretta.

Sólo en Occidente puede existir. Porque sólo acá existe la idea de un antes y un después. 

El progresismo, su nombre lo dice, reivindica que hoy estamos mejor que ayer pero peor que mañana. Es una concepción de mundo evolucionista, donde naturalmente triunfan los más aptos. Por eso no se interesa en discutir las estructuras hondantes de la realidad: las da por sentadas. Y sencillamente se dedica, como la TVA en la serie Loki, a vigilar que nada altere el normal flujo del tiempo.  

El catolicismo, el marxismo y nihilismo individualista también creen en la continuidad de la Historia. Pero su modelo se asemeja más a una espiral. Que se re-cicla, que tiene avances y retrocesos. Y que tendrá por fin un fin, dado por un hecho vertical, ahistórico: la Segunda Venida del Cristo, el triunfo del proletariado, la interrupción de la actividad cerebral. 

Para el progresista, en cambio, los hechos se dan en una línea que transcurre, horizontal e infinita, hacia adelante. Niega así el sentido trágico, agónico, de la realidad. Y como no puede esconder el sol con las manos, se tapa los ojos. 

Probá ahora, lector, cerrar los tuyos. Apretá tus párpados con la yema de los dedos. Vas a ver a figuras dibujándose en la negrura. Manchas informes escurriéndose. Algunas, incluso, de singular belleza. Pero inexistentes. 

Ahora abrí los ojos.

Unas semanas atrás se realizó la Feria del Libro en Uganda. Alfombras rojas recibieron visitantes de todas partes. Escritores, libreros, editoriales y ganapanes de la cultura pudieron mostrar lo suyo. Fue un lindo evento, que la ciudad, asediada por balas y humo, necesitaba. Pero hubo una ausencia. 

El Cazador del Libro es una librería local que funciona de nodo de pequeñas y medianas editoriales catalogadas ambiguamente de derecha. Su dueño, Carlos Bukovac, fue forjando en el último tiempo una sólida y creciente clientela entre distintos vectores ugandeses. Por eso decidió participar de la Feria.

Como no le terminaban de cerrar los números, se reunió con dirigentes del Partido Vida y Familia, que le propusieron organizar, dentro del marco de la Feria, la presentación de distintos libros. Entre ellos el de Javier Milei. Los eventos garantizarían el flujo de gente y ventas para cubrir los costos que representaba el stand. Carlos aceptó gustoso.

Pero le fue imposible inscribirse. Le dieron mil vueltas hasta que llegó el ”disculpe pero no hay más lugar”

Era, claro, una mentira. El día antes de la inauguración el director de la Biblioteca Argentina -y articulador del emprendimiento público privado que significó la Feria- se ufanó de haber vetado a El Cazador por ofrecer libros en contra del aborto: “hay cosas que atrasan”.

Bukovac no se quedó cruzado de brazos. Organizó una contra feria: la Primera Feria del Libro Católico de Rosario.Me invitó a presentar mi última novela y ahí estuve. Éramos unas quinientas personas. Poca cosa si comparamos con las cien mil que asistieron a la feria “oficial”. Pero nada desdeñable teniendo en cuenta que “la católica” duró un solo día, que la organización y difusión del evento fue artesanal, casi boca en boca, y que Milei, claramente, no asistió.

Hace menos de diez años, a estas actividades disidentes eran organizadas por otros sectores. Recordemos la valiosísima experiencia de la FLIA en nuestra ciudad. En 2013 la contracultura ugandesa se encarnaba en Ioshua Belmonte recitando sus poemas de amor. En 2022 lo hace en la hermana Marie de la Saggesse, que cuenta sobre la pasión de Juana de Arco.

¿Qué pasó en el medio? Cuando termina la charla de la monja, me tomo un café con Nicolás Mayoraz, presidente del bloque Vida y Familia de la Cámara de Diputados de Santa Fe, para tratar de dilucidarlo.

—El progresismo parece haber llegado a una fase histórica histérica. Donde todo lo que se corra mínimamente de su línea, representa una amenaza y hay que borrarla.

—Para el progresismo siempre valieron todas las ideas, menos las que plantean que existe una verdad. Es una dictadura del relativismo. Eso explica lo que se llama cultura de la cancelación.  

—No sería llamativo si no fuera porque la pluralidad es uno de los valores que se dice sostener. 

—Eso es lo perverso. Es peor que 1984 de Orwell: es un disparate. Imaginate sacar pecho por dejar afuera a alguien de una feria de libros. No se animan a prenderlos fuego y por eso los esconden. 

—Integran sólo lo que conviene.

—A lo que no les representa riesgo, porque es algo de dos o tres. Mirá si no nuestro caso. Las ideas que sostiene mi partido tuvieron una ventana que se abrió con el debate del aborto en 2018. El establishment lo daba como una posición marginal, y por eso nos legitimaron, nos dieron voz. Les salió mal, y cuando se dieron cuenta que éramos más de lo que creían, nos quisieron borrar del mapa. Pero no nos pueden callar y ahora no saben qué hacer con nosotros, dónde ponernos.

—¿Eso explicaría que, como se dice, la rebeldía haya pasado a ser un patrimonio de la derecha?

-Los sectores de izquierda no pueden resolver una contradicción fundamental. Aceptaron sumarse al progresismo resignando viejas banderas. Pero no se puede combatir al Capital posicionándose al lado de Soros, Gates y la ONU. Hay un cierto facilismo. Se culpa a la gente por pensar lo que piensa y no se profundiza en el análisis de la realidad. Perón decía que hay dos clases de personas. Eso antes la izquierda, o parte de ella, lo entendía. Hoy se perdió en los pasillos relativistas. Y pasó a ser un lazarillo del globalismo.

El fragor de los días me hace olvidar estas reflexiones.

Ahora es domingo y son las elecciones en Brasil. Riego el patio mientras sigo el minuto a minuto por el celular. Los resultados no son los que se pronosticaban. En las redes sociales se encienden las alarmas.Empiezan a llover mensajes de gente desconcertada, enojada o atemorizada. El pueblo votando a la derecha: el Horror.

Mientras mojo los malvones, le doy vueltas al asunto. Banco a Lula, claro. Me gusta la idea de que un sindicalista gobierne. Donde sea. Pero volviendo a ver Segundo Turno, la miniserie ugandesa sobre el balotaje de 2018, entiendo por qué lo de Bolsonaro está lejos de ser una aventura de fin de semana. Doy gracias a Dios por no ser brasilero. 

Trato de pensar en otra cosa. Googleo precios de cubiertas para el auto. De ahí me pongo a leer una nota sobre el conflicto de los trabajadores del neumático, que encabezó el troskismo, y terminó con un acuerdo favorable para todas las partes. Entonces me acuerdo de mi charla con Mayoraz.

Le escribo a Irene Gamboa, referente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), para hablar sobre el tema. No tiene tiempo de juntarse porque está dedicada a organizar colectivos para el Encuentro Plurinacional de Mujeres. Así que intercambiamos audios de wasap.

—Vos te definís de izquierda, pero militantes del PS, de Ciudad Futura e incluso algunos del peronismo y el PRO también se definen así. ¿Cuál es la diferencia entre el troskismo y el progresismo?

—El progresismo, en tanto discute si hay más o menos mujeres en las delegaciones del FMI, no se merece el mote de izquierda. Ser de izquierda está ligado a valores que tienen que ver con distintas expresiones de la lucha de clases, que es la lucha de los trabajadores, las mujeres, las disidencias, los pueblos originarios. Mucha de estas peleas las compartimos con un montón de compañeros y compañeras que justifican el sistema capitalista.

—¿Qué pensás entonces cuando se le llama zurdos a los socialdemócratas? ¿No sentís que te roban algo que es de ustedes? 

—La derecha sube al ring al progresismo como una operación para omitir que la izquierda crece. Se le llama socialismo a planteos que no tienen que ver con valores colectivos, que buscan salidas individualistas, para bajarnos el precio. Pero no pueden hacerlo: en las últimas elecciones fuimos tercera fuerza a nivel nacional y vamos a seguir sumando. La victoria de los compañeros de SUTNA es un ejemplo. Los laburantes se dan cuenta que luchar sirve, y que los que defendemos sus derechos sin claudicaciones ni poniendo peros somos nosotros.

—El modo de producción cambió en los últimos treinta años, y los sectores que podemos llamar nacionales y populares todavía no le encontramos el agujero al mate. En ese campo, aparecen otros sectores a conducir los procesos que antes encabezaba el peronismo, porque tienen una respuesta prefabricada a la realidad. Y en política el que tiene la iniciativa, por más floja que sea, siempre se impone— me dice Mariano Romero. 

Me lo cruzo en una reunión de laburo y lo hago demorarse un rato para charlar. Romero es abogado y dirigente del Movimiento Evita. Acaba de publicar un libro: Las Válvulas de Escape, en el que bucea procesos de organización popular en la Argentina del siglo 21. Hablamos sobre el capítulo en el que analiza las políticas del progresismo en los últimos veinte años.

—Gran parte de estas iniciativas fallan porque toman a los sectores populares como un objeto y no como sujetos. La agenda del progresismo no es sólo agenda de minorías, como se quejan por ahí. Incluso, creo que reivindicar esos derechos no es algo negativo. Al contrario. Lo más grave que tiene el progresismo es su agenda económica. No da protagonismo a los sectores que dice representar. Esa visión de tutelar o cuidar a los humildes es una tontería. O directamente una cosa de malaleche.

—Pero eso lo hace todo el espectro político. 

 —Sí. En el tema de la inseguridad, por ejemplo, de un lado y del otro ven la misma imagen. En vez de seres malvados que hay que asesinar, los delincuentes son víctimas que hay que entender. Nadie parece interesado en analizar cómo el crimen atraviesa toda la pirámide social, ni en preguntarse por qué algunos que están en las mismas condiciones socioeconómicas no delinquen. Porque en una villa el 99,9% es laburante. Pero está invisibilizado. Conservadores y progresistas parten de la misma visión, y es porque no están entroncados en una base social de los sectores populares. Son una vanguardia iluminada de sectores medios y altos. 

—¿Qué hay de cierta en la idea de que los pobres se hicieron de derecha?

—La que se derechizó es la clase media, y no los sectores populares. Si vamos a los números, en los barrios más humildes de la ciudad gana el peronismo. Incluso cuando en la global pierde por goleada, en la villa sigue ganando. Los que se inclinan a la reacción son los sectores medios. Pero, una vez más, la culpa es de los pobres. 

Rumeo esta última frase, que me recuerda a una viñeta de Hor Lang. Se ve a un tipo fumando su pipa mientras un té se enfría al costado. Sobre la mesa hay pilas de libros, de esos escritos para nada. El hombrecito progresista se frota las sienes, lamentándose: Por dios, estos negros votan como el culo. No saben nada del goce.

Tipeo este mail. Bajo las luces de nuestra mesa de operaciones, está recostada la bestia que estamos deconstruyendo. Su cuerpo es etéreo, sus fluidos gaseosos. En su afán relativista, el progresismo se devoró a sí mismo y se volvió algo insondable. Su plasticidad es la clave de su éxito. Y también lo que lo perderá.

Es un bicho parecido a los Aliens de Ridley Scott. Se infiltra en todas las demás ideologías, toma lo que necesita de ellas, las hace mutar, y luego intenta eliminarlas.

Para los conservadores, se trata de un veneno inoculado por la sinarquía. A la vez que piden por favor, como cualquier adlátere de Open Society, por el derecho a la libertad de expresión. 

Para los marxistas, es parte del neoliberalismo individualista. Y enseguida empuñan las banderas de nuevos derechos civiles para la penúltima minoría.

Y para los peronistas, el progresismo es un problema. Que, contrario a su costumbre, en vez de resolver termina explicando.

Trato de darle un cierre a la nota. Pienso en mis amigos más furiosamente antiprogres. Los que se indignan ante cada resolución oficial que recomienda hablar con e. Todos vienen de familias de profesionales, que iban a ver Les Luthiers al teatro. En cambio, los que se encogen de hombros y dicen, confiados, ya pasará, son los que se criaron a VHS de Midachi. Mientras los padres se quedaban en la mesa haciendo números.

Se sabe: progresistas podemos ser todos, sólo hace falta darse cuenta.