Ese empate arreglado

Hola, ¿qué tal? Mi nombre es Sol González de Cap y soy economista. Antes de que cierres el newsletter te aclaro que vamos a hacer un uso responsable del recurso de datos y gráficos. Vengo invitada por el ugandismo en un mes muy especial en nuestro país, diciembre, para hablar de algo que si sos muy joven tal vez no viviste, pero que marcó a mi generación: el 1 a 1.

Una casa que no estaba en orden

Es imposible entender el cambio de época que significó la convertibilidad sin leer de donde se venía: la vertiginosa economía de la segunda mitad de la década del 80’.

El gobierno de Raúl Alfonsín asume en un contexto de fervor social. En su espalda descansaba la enorme expectativa que el pueblo argentino había depositado en la recuperación democrática. Sin embargo, la economía heredada de la dictadura -junto con una praxis política que hoy no es nuestro objetivo analizar – ponía serios límites a la búsqueda de un crecimiento económico armonioso.

Una de las principales condicionantes para el despliegue de la política económica fue la abultada deuda externa contraída en los años previos, que alcanzaba a comienzos de 1983 los 45 mil millones de dólares (a la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos).

El acuerdo con los organismos internacionales acreedores marcó la agenda del gobierno alfonsinista que intentaba, vanamente y en simultáneo, resolver el problema de la inflación y mejorar el poder de compra de una golpeada clase trabajadora.

La historia es conocida: al plan Austral le siguió el Primavera. Los planes de shock diseñados por Sorrouille y su equipo del Quinto Piso lograban estabilizar los precios por un tiempo, pero luego caían en desgracia. Con cada intento fallido, la confianza en el gobierno radical se iba socavando. Así es que en enero de 1989 actores económicos de peso, a través de una corrida cambiaria, provocaron la devaluación del austral, la moneda de curso legal que había reemplazado al peso. El salto del tipo de cambio echó leña al fuego: la hiper estaba en marcha. 

Los impotentes intentos de los funcionarios alfonsinistas por encaminar la situación económica pasaron a la historia con la frase de Pugliese “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”. En esos meses los precios subieron diariamente en porcentajes altísimos, y la inflación mensual que en enero había sido del 9,5% en mayo ya era del 80%.

El clima social volaba por los aires, y surge la iniciativa de adelantar a mayo las elecciones previstas para el mes de octubre. Sin saberlo, con esa decisión el padre de la democracia se estaría salvando de convertir la salida en helicóptero de la Rosada en un clásico del radicalismo. Así es que el segundo domingo del mes de  mayo del 89, un riojano patilludo bastante desconocido se impone en las urnas y, unas semanas después, asume como presidente.

Un invento argentino 

Si bien el concepto de “ancla cambiaria” para los precios o la noción de “caja de conversión” está en la bibliografía obligatoria de cualquier plan de estudios de economía, la idea de fijar por ley una paridad entre la moneda nacional y el dólar no tiene precedentes en el mundo.

En esa receta jugó algo de la impronta argentina, reacia a los puntos medios y propensa al impacto mediático. Pero el elemento central fue la necesidad de encontrar una solución duradera a la situación inflacionaria que atravesaba el país en los meses previos a su puesta en marcha.

Muchos de nosotros creemos que nos hemos adaptado a vivir con alta inflación. Este año, la variación del índice de precios al consumidor acumula a septiembre un aumento del 88%. Los efectos que este nivel tiene sobre la actividad económica ya se empiezan a sentir. Y todos, desde el empresario que tiene que reponer stocks y fijar precios hasta quienes tenemos que organizar nuestros gastos, sentimos que se nos desorganiza la vida. ¿Te imaginás, entonces, vivir con una inflación de 3.046% anual? Yo no. Pero este extracto de “Vivir con hiperinflación” de Tomás Eloy Martínez permite graficarlo:

“La gente ya no iba a los hospitales por falta de dinero para el autobús. El presidente aconsejaba que se usaran las bicicletas. Al marido de Santa le pareció tan buena la recomendación que consiguió una prestada para viajar hasta las oficinas donde trabajaba como peón de limpieza, a 20 kilómetros de su casa. En el supermercado, Santa recorrió los estantes en busca de los comestibles cuyos precios no habían sido remarcados. Descubrió que los huevos cascados o con grietas se vendían a 280 australes la docena y decidió darse el lujo de llevar media. Compro un paquete de fideos a 138 australes, y luego de vacilar apartó seis cubitos de caldo concentrado que costaban medio dólar. Por los altavoces del supermercado una voz monótona describía el movimiento ascendente de los precios. Había dos largas colas junto a la salida, y Santa calculó que cuando llegase a Claypole sería noche cerrada.” (Julio de 1989)

Tasa de inflación en Argentina, de 1974 a 2020.

Los programas de estabilización y los ministros volvieron a desfilar por los medios. El plan Bunge y Born, y el Bonex, repetían los fracasos ya conocidos. Hasta el 27 de marzo de 1991, día en el que se sanciona la “ley de Convertibilidad”. 

La paridad fija entre el peso y el dólar generó, para sorpresa de muchos escépticos, resultados casi inmediatos. Apenas unos meses después, la inflación inercial ya no existía y Argentina lograba vencer el crónico mal que lo había aquejado por medio siglo. 

Naturalmente, el rotundo éxito de los primeros meses habilitó el entusiasmo, se llegó a decir que no solo el 1 a 1 duraría para siempre sino que el modelo argentino sería emulado por potencias mundiales y constituirá un hito en la historia de los sistemas monetarios. 

Durante los primeros años, la economía crecía en promedio al 8% anual, el desempleo bajaba, la clase media viajaba al exterior y volvía con las valijas cargadas. Nuestra generación, la de los “hijos de los 90” tiene grabada en la retina las imágenes de la época: los autos de lujo y las 4×4, las canchas de paddle y los todo por $2, las cámaras Kodak, los minicomponentes y walkmans Sony y la pizza con champagne.

Lamentablemente, la mala noticia es que la magia no existe. Ese empate arreglado entre el peso y el dólar sólo podía sobrevivir a costa de grandes ofrendas: las empresas públicas, los fondos jubilatorios, la industria nacional y la soberanía.

Los productos importados terminaron por destruir una industria nacional que ya venía a la baja, y para financiar esas importaciones, comenzó el remate de empresas públicas como Aerolíneas Argentinas, Entel, YPF y Obras Sanitarias. El endeudamiento público y privado financiaron durante esos años el enorme déficit de la balanza comercial generado por las importaciones. La paridad se hacía insostenible, pero nadie quería ser el último que apague la luz.

Llegando al fin de esta historia, no podemos dejar de mencionar aquel diciembre de 2001, del que este año se cumplen 21 años. El costo político que implicaba el abandono de la convertibilidad era tal, que impuso a los candidatos a presidente a prometer que no abandonarían el tipo de cambio fijo establecido por ley. Esto llevó al gobierno entrante a instrumentar todo tipo de políticas, que no fueron suficientes para el FMI, y decidió retirar su apoyo e interrumpir sus desembolsos. El resultado fue el corralito. La clase media terminó de dar mecha a un clima social enardecido, con índices de pobreza y desempleo sin precedentes.

Los 80’ fueron “la década pérdida”, el kirchnerismo “la década ganada”. Pero ¿qué fueron los 90’? En ésta búsqueda, me encontré con una definición: “La década que amamos odiar”. Quizá lo atractivo de aquellos diez años esté en sus contradicciones, porque es justamente eso lo que lo hace visceralmente argentino.

Hasta la próxima.

Requiem for Uganda

Escribir un newsletter se parece a hacer una carta. Pasolini entendía las cartas, y mayormente las de amor, como correspondencia, es decir: una demanda infinita. Correspóndeme, ámame, léeme. Palabras que no son sinónimos, pero entran en un mismo registro. Por eso, en esta nota, voy a cometer el pecado periodístico: introducir al yo.

Hace un mes que Pantalla Completa está al aire en Telefe. El programa del cual participé en su creación y producción. Nunca antes había trabajado en televisión. Un medio que consumía poco. Con el tiempo, me di cuenta del lugar que tiene. La tele es la gente. Y a la gente le pasan cosas.

Hay un ejemplo muy claro. El programa tiene un WhatsApp y, por día, alrededor de cincuenta personas, a veces más, nos escriben pidiéndonos ayuda. No cobré el censo, no tenemos agua, no tengo trabajo, no llego a fin de mes, no hay luz en el barrio y a la noche es peligroso, se están tirando tiros acá a dos cuadras, necesito que me corten un árbol que se está por caer frente a mi casa y así, ad infinitum.

El teléfono del programa pasó de ser una oferta de participación a un catalizador de demandas. Del mensajito buena onda al call center de la angustia y, entre medio, cuarenta minutos de aire. Pero esa es la realidad, la tele puede ver y hacer ver la realidad, su realidad. A su manera, en su negocio, la lee. 

Para el programa del lunes 8 de agosto nos propusimos contar una historia triste que nos pega a todos por igual. En Uganda van más de 250 asesinatos en lo que va del año. El 2 de agosto se batió otro récord: mataron a tres personas en dos horas. De ese número, más del 8 por ciento son menores de edad. Ya se superó la cantidad de menores asesinados del 2021. Y a eso se le suma que, de 19 casos, al menos 15 tienen algún tipo de vinculación con la narco-criminalidad. Así se lee en la nota “El niño que quería ser grande”, de Marité Colovini en la sección paga del Diario La Capital.

En el trajín de este texto, me contacté con Dante Clavijo, presidente del Club 7 de septiembre y cazatalentos de Lucas Vega, un niño de 13 años, asesinado en la puerta de su casa por balas que no eran para él. En la llamada, el tipo me pregunta en seco: “¿qué pasa?”. Lo único que se me venía a la cabeza era una contrapregunta: decime vos qué pasa.

Le ofrecí la nota y el tipo aceptó sin problemas. Antes de cortar, me respondió: “Macanudo che, pero Lucas fue uno solo, ya son cinco los pibes que me mataron desde que estoy en el club”. Cuando corto, lo primero que se me vino a la cabeza fue la naturalización de la muerte. Y el miedo mayor, la siguiente muerte, el próximo pibe arrebatado: ¿cómo se hace para seguir sosteniendo un espacio entre tanta injusticia?

Lacán en una clase magistral le dice a sus alumnos: la muerte entra dentro del dominio de la fe, hacen bien en creer que van a morir, por supuesto, eso les da fuerza, ¿si no lo creyeran así podrían soportar la vida que llevan? Si no estuvieran apoyados sólidamente en la certeza de que hay un fin, ¿acaso podrían soportar esta historia? Haciendo fuerza para unir psicoanálisis francés del siglo XX con la realidad del presidente de un club de la ciudad en el siglo XXI, pienso: ¿no será la misma muerte, la batalla final contra ella, la que empuja todos los días a este tipo a seguir abriendo las puertas del club?

El domingo anterior, prendí la computadora y, en un zapping por YouTube, vi la entrevista de Caja Negra al cantante Callejero Fino. Uno de los referentes de la Cumbia RKT. El género de L-Gante. Me llamó la atención el título: «No le tengo miedo a morirme, sino a que se olviden de mí». La frase hizo ruido en mi cabeza como pregunta: ¿Cómo puede ser que un pibe de 23 años esté pensando más en la trascendencia que en su vida misma?

Hacia el final, el entrevistador le pregunta al entrevistado por los sucesos en Uganda y la relación con las letras de sus canciones. Al terminar la entrevista busco las noticias. Una serie de crímenes y amenazas en julio del 2022, fueron sellados bajo los lemas: “que peleen sino que corran” y “a los giles rafagazos”, dos frases que pertenecen a la canción Pide Remix que tiene un videoclip con estética Mad Max. El ritmo frenético, la letra punzante, los cuatriciclos, las tomas de no más de cuatro segundos y la vorágine de los cambios de escena, dan a entender eso que en la novela Miles de ojos, el escritor boliviano Maximiliano Barrientos llamó adoradores de la velocidad en un mundo post-apocalíptico.

Cuando a Simón Natanael Alvarenga a.k.a Callejero Fino le preguntan por la relación del contenido de sus temas y la realidad de Uganda, el responde como lo hicieron desde el comienzo de la historia del gangsta rap o del real rap: yo no tengo nada que ver, yo solo hago canciones. El género hace un gesto propio de la época: borra la relación entre significado y significante. Entre Uganda y la ciudad que es, no hay mayor realidad que la realidad.

El lunes siguiente, ya con la nota con el cazatalentos pactada para el vivo, me piden que arme un tape para el arranque del programa. Nos pasan 18 fotos en formato .jpg de todos los menores de edad asesinados en lo que va del año. Tengo que escribir un texto para la conductora y en eso encuentro en Twitter un video que publica la Liga Rosarina de Fútbol donde veintidós pibes están en el centro de una cancha haciéndole honor a Lucas, su compañerito fallecido: ¿Lucas le habrá tenido más miedo a la muerte o a que se olviden de él?

Los días corren veloces y en esa misma semana volvieron a prender fuego frente al río. La agenda mediática ugandesa se parece a ese zócalo de Víctor Hugo: todos los días un drama. Casi todos se levantaron con los ojos irritados, el pecho tomado y la garganta con picor. ¿Qué es todo lo que aguanta un cuerpo? Lo que el cuerpo aguante. Después, las pintadas que desestabilizaron lo desestabilizado. Plomo y humo: el negocio de matar. El nervio óptico: los ojos ven películas y videoclips por todos lados. Ciudad Gótica existe porque no es real.

Al amor lento de las edificaciones públicas se lo está llevando puesto la velocidad de la indignación social. Alguien aprieta el pomo sobre la pared y renuncia un Ministro. Un grupo de personas se camufla entre los matorrales isleños y una ciudad entera no puede respirar por una semana. Un trapero con un celular se hace famoso desde la cárcel, sale, se va a su casa y con la tobillera puesta y una computadora se hace famoso, llena un Luna Park y escribe el ritmo de las muertes de los pibes de todos los barrios del país. Un Estado es y se hace, pero también se deshace. Y cada gobierno tiene la crisis que se merece. 

La crisis es una crisis de jerarquías. Y de límites. La política quiso demostrar que era la gente común y se olvidó que la gente común no gobierna. Quiere ser gobernada. Eso es lo que pide Uganda.

Martin Rodríguez en una nota para el DiarioAr del 12 de junio escribió sobre las cartas que hicieron al país. Argentina de puño y letra. En un párrafo, el periodista porteño, habla de un mecanismo que utilizó Duhalde cuando tuvo que gobernar el conurbano en aquel momento ingobernable. Miles y miles de cartas llegaban a sus despachos. 

Chiche, su mujer, fue la encargada de armar un equipo especializado para responder a esas demandas. Se leían, se marcaba el problema y se proponía una solución. El puerta a puerta de la crisis. Duhalde no era un vecino más. Era el vecino que necesitabas que te visite. El que tenía el poder. Y lo ponía a disposición, aunque muchas veces no alcanzara. Ese gobierno fue un gobierno de transición, de poner en orden las cosas. No fue un proyecto transformador, fue un gobierno útil, tan útil como fuera necesario. Un plan para hacer algo. Si no se puede proyectar, al menos arreglemos.

El WhatsApp del programa va a seguir estallando de mensajes. Un día se va a un barrio, otro día se va a otro, se escucha, se comenta, y no se vuelve por un tiempo. Si hay suerte, alguien ayuda. Pero hasta ahí. La televisión no es una ONG, es una industria.

Más allá de la pantalla chica, si no hay gobierno planificado, al menos podrían armar un call center. Ir a hablar con los vecinos. Escuchar lo que les pasa. Los políticos que se indignan por una pared pintada son los que se alejan cada vez más de sus gobernados. Gobierno y política parecen cosas diferentes. No se necesita un intendente que se haga vecino. No necesitamos estar más indignados. Se necesita un gobierno, alguien que administre este desorden. O al menos, un nuevo diagnóstico, un catalizador de átomos. No es ir y solucionar problemas, es escuchar e inventar una solución para destrabar el problema mayor.

Correspóndeme, ámame, léeme. En realidad, escribir una carta. Como dice Mariana Moyano en su último podcast: Estado, da la vuelta y hablame.