Apuntes del Bandera

Hola, ¿Cómo estás?

Sábado 10 am

Mientras escribo el comienzo de este newsletter faltan unas horas para el Festival Bandera. Estoy en mi casa frente a la computadora y pienso sobre la música. Su nuevo tiempo. El tiempo que ella creó y el que ahora está creando. Vengo de una educación sentimental basada en el rock nacional y el punk estadounidense. Dos géneros que en este momento no aparecen en las grillas del mainstream, de lo que se escucha masivamente.

En el line-up de esta tarde lo único que se asemeja al rock nacional son Guasones y Las Pelotas, y que, dentro de ese ambiente no son de lo más purista del género. El punk brilla por su ausencia, o mejor dicho, brilla a través del trap o de Dillom, lo más cercano a lo trash que habrá hoy en este encuentro.

Aunque el rock nacional sigue siendo popular y convocante. Hay algo de su destello que parece haber quedado enquistado en el recuerdo. Lo barrial, o mejor dicho, lo rollinga, es eso que identifica como resistencia y comunidad. Un lugar sublevado donde lo que queda se reinventa sobre sí mismo: su mística es ser místico.

Parece ser que la música ya no son las banderas rojas, banderas negras, del lienzo blanco de tu corazón, que coreaba el Indio antes de volverse un holograma. Ahora la música es una bandera de muchos colores, psicodélica y degenerada, con muchos más solistas que bandas, con muchos más conceptos que discos. Y el gusto es nuestro: todos los géneros posibles que aguante un algoritmo. El nuevo contrato del arte está hecho a base de interacciones, aleatoriedad e ingeniería basada en sentimientos, tus sentimientos, los que cargás y los que te cargan.

La nueva clase cultural. Si antes se pensaba a la música como contracultura, o contra el sistema, el capitalismo como máquina fagocitante llegó hasta el alma humana mucho más profundo que lo que supo llegar un solo de guitarra bien logrado en el vórtice de una canción. En 1971, John Lennon escribía Imagine y le proponía a una juventud cansada de la guerra pensar en un mundo sin fronteras. En 1982, Alberto Spinetta publicaba Barro tal vez y le proponía a una juventud, destruida por la dictadura, el don todopoderoso de «tocarse el alma». 

En un escenario de Guerra Fría y dictaduras latinoamericanas, algunos jóvenes optaron por repetir como mantra las letras de estas canciones avizorando un futuro mejor. Otros, a la sombra de la Primavera, decidieron armar sus propias empresas digitales en garajes californianos. Así, dedicarse a tocar las almas sin distinción de fronteras, se convertiría en el nuevo hit generacional. Estábamos a la víspera de una nueva fórmula de ganancias. Lo sensible sería el nuevo campo de batalla. La música como lengua universal, el capitalismo de plataformas, ese hecho y construido en Silicon Valley, también.

Sábado 4 pm

Estamos ante el nacimiento de una nueva era. Cuando Trueno y Wos dijeron te guste o no te guste somos el nuevo rock and roll la advertencia ya era una verdad. No es que ellos estuvieran declarándose en contra de algo, ni tampoco a favor del desplazamiento de un género por otro. Estaban contando algo que sucedía en ese momento: ahora les toca a ellos llegar a los oídos de los jóvenes.

Música a demanda en la época de la reproducibilidad digital. Cada generación conoció a sus artistas por sus propios medios. De los concertistas, a los vinilos, pasando por CD y el cassette en el mientras tanto de la radio y la televisión, y de ahí en más, los reproductores: del Home Theater al IPod A ese avance técnico de alguna manera lineal, le llegó su quiebre, la revolución: las plataformas de distribución y comercialización.

Además de haberme criado en una casa en la cual el CD y el DVD fueron un bastión, apadrinado por mis hermanos, conocí el Ares. La vanguardia pirata: el primer acercamiento para llegar rápido y sencillo a todo eso que no era fácil ni barato de conseguir. Hace poco tiempo, Ale Sergi, el cantante de Miranda, nombró esa época como el peor momento comercial de su historia. Internet había creado un paraíso ilegal para los oyentes antes de la llegada de la monetización por reproducción.

Con el Ares, entró por primera vez el hip-hop en mi casa. Así lo recuerdo. Ninguno de mis hermanos entendían por qué aparecían canciones de Eminem entre medio de las descargas. Menos que menos cuando se creó una carpeta de cumbia y reggaetón en esa computadora de escritorio que compartimos en toda la adolescencia. La CPU compartida de una casa familiar es como Gran Hermano, aunque estés solo todos saben lo que estás haciendo. 

Cuando llegó YouTube, y al tiempo Spotify, ya éramos grandes. Tuvimos tiempo para compartirlo. Pero con las plataformas y sus usuarios, cada uno pudo individualizar su repertorio. Armar su playlist y cortar el lazo. Construir su yo digital. Embarazado de nuevos significantes, pero, de alguna manera, suelto de la estructura familiar. Era mi adolescencia, y el gusto por la música, un tipo de música.

Prohibición y deseo. La lucha por el reconocimiento y el grito de singularidad. Mis hermanos no querían que escuchara hip-hop, pero me hicieron conocer Mendoza, la nieve, y el pogo más grande del mundo, alrededor de miles y miles de personas. Dios te quita, Dios te da. De alguna manera, a mi generación, el hip-hop, le apareció como un mecanismo contestatario pero débil. Más cercano a la batalla entre hermanos mayores y menores por lo que sonaba en el living a la tarde. Más propulsada por el instinto de Abel y Caín que por la pulsión de dar la muerte al padre conservador que pregonaba el rock and roll de los 70’.

Tanto el rap, como el hip-hop y los nuevos fenómenos musicales que de ahí se desprenden, en Argentina, no son un mecanismo sustitutivo del rock and roll, sino un fenómeno de desplazamiento y convergencia. La música es cada vez más compleja y sus etiquetas cada vez son más, ¿o quién no tiene una playlist para cada cosa que hace? ¿no has visto, acaso, a ese pobre CD llenarse de polvo mientras de cada mash-up nacía una nueva combinación?

Domingo 4 pm

El festival fue increíble. Me quedo con un hilo de tweets de Iván, alias @_zonasur y su experiencia. Los nuevos pensadores de estos tiempos y las ideas en pequeñas cuotas.

Viaje al fin de la noche. Después de Babasónicos, y casi al final de Peces Raros, me fui al escenario alternativo, donde cerraba ACRU. Un hiphopero de Buenos Aires. Mientras escuchaba el show atentamente, al lado mío lo veo a Manteca, un rapero de San Lorenzo, frontman de la banda Chales Wilson. El encuentro, el abrazo y el agite compartido fue un guiño para el cierre de esta entrega.

Recuerdo. Una de las primeras citas que tuve con Ana fue en Capitán Bermúdez. Volamos en un 35/9 y aterrizamos en el recital de la banda de Mante. Sentados en unos banquitos de escuela que oficiaban de mesas en un centro cultural,  comimos pizza, tomamos mucha Heineken helada y me enamoré. Pero esa es otra historia.

Esa noche fui feliz. La banda que escuchamos tiene una estructura similar a Caliope Family, donde canta Brian Brapis, otro rapero de la escena urbana de Uganda. Un grupo de músicos y un frontman. Un juego win to win donde la identidad no se negocia. Manteca es el portavoz de esa sinfonía, como muchos otros artistas de estos nuevos géneros que ahora, para tocar en vivo, buscan bandas concertistas para sus shows. Igualmente, él es parte de su banda y se siente uno más. 

Como sé que está cercano a la música y la vive desde adentro, es decir, produciéndola. Me atrevo y le mando un WhatsApp para conseguir su testimonio.https://open.spotify.com/embed/artist/1ZD71XAUDsTNJocmNITdGI

¿Cuándo arrancaste a rapear?

Empecé a rapear a los 18 casi 19 años. En su mayoría venían de Puerto San Martín, porque la plaza de acá era más concurrida. Y una de esas tardes me acerqué al hip-hop mediante el freestyle. Esto fue en el año 2010. 

¿Cómo fue lo de llegar a una banda?

Antes de la banda. Venía acostumbrado a tocar solo. Salía con un pendrive en el bolsillo y me subía al escenario. Y de repente me vi rodeado de cinco músicos, con los que fuimos aprendiendo, de alguna manera, a compartir tiempos. Ahora no me veo armando una carrera solista. 

¿Viviste la expansión del hip-hop pero cómo?

La expansión cultural del hip-hop la viví desde adentro. Y gran parte se debe a YouTube, a las nuevas formas que aparecieron en esos años de distribuir la música. Las redes sociales. Todo hizo que se expandiera más. Yo lo viví de cerca pero muchos lo vieron desde las plataformas. 

¿Qué relación tenés con el mainstream, con los que llegaron?

A mi me parece que quienes están en el mainstream, que puede ir desde Bizarrap hasta Acru, son muy distintos. Pero ambos dejan un mensaje interesante, la perseverancia y las herramientas bien usadas pueden darte la posibilidad para hacerte escuchar. Quizá desde un rincón de tu casa podés llegar al mundo entero. Y eso me motiva mucho.

¿Vuelve el disco pero el mundo sigue pidiendo singles?

Tenés un mercado que te pide todo el tiempo estar activo. Por eso tenés que sacar singles para no perderte en el algoritmo. Igualmente, a nosotros nos gusta el formato disco, por lo que representa. Un disco lleva muchísimo tiempo de elaboración. Si bien hoy en día no se comercializa mucho el CD, es mucho trabajo el arte de tapa, la impresión, el trabajo físico. Pero creo que los discos están volviendo y es hermoso. Muchos raperos están sacando sus discos en vinilos y me parece que va por ahí, que no hay que perder eso. Es muy lindo trabajar un disco, sentirse realizado, cuando terminás el último tema y ves el disco listo, es mucha más satisfacción, pero igual hay que acostumbrarse a la nueva demanda.

Domingo 8 pm

La historia de Manteca es una, pero hay miles como él. Esos grupos de pibes y pibas que coparon las plazas y los parques de la ciudad en la década del 2000/2010 y vivieron tanto la aparición de YouTube como los celulares con filmación en mp4, o las cámaras digitales de venta masiva, y el arte en su imitación. Esas son y fueron las nuevas herramientas para construir sus propias ficciones sónicas.

De ahí en adelante, lo que vino. Lo que se pudo construir. Metástasis. Del norte al sur, pero pasando por todo el mundo y todas las posibilidades. Un joven sanlorencino haciendo hip-hop, último enclave de la música negra de los Estados Unidos, sin temor a nada. Internet lo hizo. Los cyborgs y los nuevos romances, no son monstruos, son esos adolescentes que se criaron entre plazas y cybers, y que ahora son artistas, hacen canciones y su sueño es subirse al escenario de un Festival como el que fui ayer.

Cuando estaba en la zona de prensa, tomando una cerveza después de la entrevista con dos integrantes de El Kuelgue, le pregunto al violero, si este tipo de fechas lo entusiasmaban para conocer nueva música, si compartir con tantos colegas le devolvía un poco ese espíritu de juventud de ir a festivales a ver bandas desconocidas. El tipo me respondió: antes de venir investigamos y googleamos a cada banda que conocemos y no, vemos en qué andan y lo que pueden llegar a hacer, ya casi no me sorprendo, pero hoy fue distinto, lo que hicieron los chicos de la Groovin’ Bohemia después de nuestro show fue increíble.

No hay forma de pensar el crecimiento de ningún tipo de música sin su relación material. No se puede pensar la música negra sin las cadenas de los esclavos moviéndose al ritmo de sus tobillos en los campos de algodón del sur de Estados Unidos. 

Cuando escribo sobre música todo me recuerda a África dice Reynolds en una entrevista. Paráfrasis. Cuando escribo sobre música todo me recuerda al Ares, YouTube, Spotify. Somos lo que escuchamos con lo que escucharon de nosotros.

La postal. Un vaivén. Poguear al ritmo de 220. Corear la dulce voz de Santiago. La aritmética de tu huella digital. Dos canciones en cinco minutos, una montaña rusa de emociones.

Uganda rocanrol

Buenas tardes, ¿cómo estás? Nos volvemos a encontrar esta vez para hablar de un fusilado que vive: el rocanrol.

Nos remontamos a algunos domingos atrás. Son alrededor de las 6 de la tarde. El sol empieza a caer o al menos eso parece. Entre el humo, el naranja del atardecer se ve raro. Todo parece estar suspendido. Como si la nostalgia nos sostuviera para no caer.

En una terraza de Echesortu seis amigos hacen los últimos retoques a la bandera que yace en el piso. Tiene la cara de Juanse, ex líder de los Ratones Paranoicos y la del Diego, inmortalizados junto a la frase: “Para el pueblo lo mejor”. Entre choripanes y jarras de Amargo Obrero, hablan sin proponérselo sobre recuerdos: lo que el rocanrol hizo con la vida de cada uno.

“Nosotras somos todas pibas de barrios humildes. Seguíamos a los Stones hace mucho, pero cuando vinieron la primera vez a Argentina no dimensionamos la magnitud de su llegada y seguimos pateando los recitales de siempre: La Renga, Los Piojos, Callejeros. En el 2016 con gualicho mediante, sacamos las entradas y fuimos por primera vez. Fue el mejor recital de nuestras vidas. Por eso cuando en el 2017 tocaron en Barcelona y en París, algunas decidieron ir”. 

Quienes me lo comentan son pibas de la “Peña Stone”. Al enterarme de su existencia quedé anonadada. Nació al año del recital de la banda de Jagger en Argentina. La sede es el patio de una casa. Las historias son millones y me las cuentan mientras devoran latas de Quilmes, y llenan de rouge los filtros de los fasos. 

“En el 2017, una de nosotras había comprado junto a su novio las entradas para ir a verlos a París. Semanas antes del recital, se pelean. El pibe no quería devolverle su entrada. Nos organizamos y fuimos un sábado hasta zona norte en colectivo. Cinco pibas con flequillo, pañuelos, una bebé y un cochecito. Cuando llegamos a la casa del ex, nos atiende la hermana. Le dijimos que íbamos a esperarlo hasta que volviese y así lo hicimos durante horas. Compramos birras. Nos instalamos. Imaginate la forma en la que nos miraba la gente que pasaba. No entendían nada, pero no íbamos a irnos sin la entrada de nuestra amiga. Y así fue”.

Amistad, hermandad, familia. El rocanrol da eso a millones de jóvenes en todo el país. Un sentido de pertenencia. Un sentir colectivo: “Donde hay una lengua sabemos que hay uno de los nuestros. En cualquier parte del mundo”, me dicen. Y también pasa en Uganda.

Alguien va a escuchar tu remera

A comienzos de los 90, una vieja vaquería se transformó en poco tiempo en lo que ahora conocemos como “Alcohol”. La primera rockería de Uganda nació por el deseo (y la visión) de un pibe que quería conseguir las remeras que hasta ese momento solo veía en Buenos Aires. Así, empezó a traer de las bandas que iban en alza: los Rolling Stones, Pink Floyd, AC DC, los Redondos, Soda Stereo, Sumo, Attaque 77 y otras. Más tarde llegaron los parches, cintos con tachas, pañuelos, morrales, y zapatillas Converse. Los jeans, como pasaban desapercibidos, dejaron de venderlos. 

Durante décadas los jóvenes llevaron en sus cuerpos muchas modas: “Llegaron los skaters, después lo urbano y el animé, pero el rock siempre siguió siendo el contenido principal de nuestro negocio, así desde hace más de 30 años. Porque todavía hay un público que lo viste, que lo lleva como estilo de vida”, comenta Guillermo Simón, el dueño del local de Mitre 876.

Acompañando las dos caras, el público y las bandas: “Siempre estuvimos de este lado, junto a los grupos locales. Cuando Cielo Razzo salió a pistas, Pablito Pino nos trajo el afiche para ver si lo podíamos pegar. Así lo hacíamos también con Los Vándalos, El Vagón, entre otros. Nos traían incluso con semanas de anticipación. Quedaban en lista de espera hasta que las fechas de la agenda cultural iban aconteciendo y se nos despejaban las paredes y las vidrieras. Ahora la movida pasa por otro lado y pasan meses sin que se acerquen bandas a traernos algo para difundir. Quizás los chicos ya no quieren rock. No sé. La rebeldía y la explosión que generaba el rock ahora por ahí es fogoneada por otras expresiones musicales”.

Con más o menos bandas, la cultura del rock todavía persiste en las calles. Resiste en los pocos lugares físicos donde sigue sonando. Y aunque cambiaron las vidrieras, las remeras se siguen pidiendo (ahora casi exclusivamente de forma virtual) para cruzarse y sonreír al ver que todavía hay alguien que está ahí, que sigue acá.

Piedras rodantes

El rock encontró en Uganda, como en Argentina, distintas trincheras: los ricoteros por un lado, los de Soda por otro. Los que preferían a La Renga, y los que elegían a Los Piojos, por solo nombrar a algunas. Y los que se embanderaron en la lengua stone escuchando a bandas como los Ratones Paranoicos, La 25 y Jóvenes Pordioseros, entre otras. Los rollingas, catalogados como “una especie en extinción” en el orden de las tribus urbanas que fueron “estudiadas” hasta el cansancio en las universidades y los programas de televisión.

Si el cuadrante de esta ciudad, tuviera en cuenta a estas culturas que la componen (rollingas y stones) seguramente los ubicaría en los lugares donde los conocí: la escalera del Credicoop de calle Ovidio Lagos, la pista de García Bar donde me enseñaron a bailar (humildemente) al ritmo de Caras de limón de Los Gardelitos, o Nena bien de la banda de Junior. También en los barrios, en las veredas de los kioscos, en los patios de las casas. Bancando al rock barrial, como La Clavija, La Doble 2, Carrocería Vieja, entre otras.

Es el caso de la “Peña Stone”: cuatro pibas que se conocían de “patear” en distintos recitales, soñaron y concretaron su deseo de verlos en vivo y en directo. Al año de haberlo logrado, se juntaron a recordar esa noche. Necesitaban algo que las identifique, las agrupe, un sello, un nombre. Y así nacieron, por la necesidad de celebrar una pasión.

“Cuando vinieron en 2016 juntamos hasta el último mango.  Hicimos la fila virtual, comiéndonos las uñas, escuchando CD’s que de a poco íbamos dejando, sin querer, en el piso, todas sentadas alrededor, hasta que nos dimos cuenta que habíamos formado una especie de ritual. Puse hasta una foto de mi viejo porque una de las pibas dijo que él nos iba a dar suerte, que había sido el más rockero. Fue un gualicho stone. Volvimos a hacerlo para despedirlo a Charlie cuando murió”.

Por fuera de esa ubicación de la cultura rollinga-stone, también hay que señalar a quienes han sostenido su impronta: podría mencionar decenas, pero esta entrega se haría muy larga.

Voy a citar al periodista Juan Cruz Revello, autor de La lengua universal. Acudí a él con la bendita pregunta: “¿Es Uganda la cuna del rock nacional?” A lo que me respondió: “En el 65 se editó el simple La Respuesta, de Los Gatos Salvajes, y puede ser considerada como pionera en cuanto a composición de autor con letra en español.  Me encantaría que exista un espacio físico –ponele museo, o como sea-, donde la gente de la ciudad, o el turismo, pueda ir, revisar la historia, pero también el presente”. 

Agrega que rollingas o stones, hay en todos lados, pero hay algo en Uganda, que la convierte en terreno fértil para que florezca la cultura popular: “No sé si nos distinguimos por eso, porque no vivo en otro lugar. Puedo decir que la música que se hace acá, al menos la vinculada al universo del rock, en general es muy buena, porque sí escucho material de otras provincias, y entiendo que nos destacamos y hay características que nos diferencian. Pero no sé si es universal. A veces siento que Rosario tiene una autonomía artística impresionante, y que vemos y sentimos a los artistas locales porque entendemos el background con el que fabrican las canciones, la idiosincrasia, el día a día, hasta quizás sus estructuras emocionales”.

Los análisis continúan, en terrazas y bares, veredas, entretiempos de partidos canallas y leprosos, en bondis que llevan a recitales, en previas a los mismos, en las mesas de las casas de amigos, al lado, casi siempre, de un fuego que no para de crecer. Una piedra rodante que sigue y seguirá girando.

Juventud, divino tesoro 

El tono de esta entrega comenzó siendo nostálgico, pero mutó con el correr de los días. En realidad no hay que añorar algo que todavía no murió. Al rocanrol lo dieron por muerto miles de veces en la historia. Incluso esta iba a ser otra más, pero no hay que apresurarse en escribir epitafios. 

Nos volvemos a ver mucho más rápido de lo que imaginan: este miércoles, como celebración de nuestros seis meses de vida, inauguramos La visita, nuestra nueva sección. Sólo para demostrar, que esto It’s not only a newsletter. Es mucho más.

Que tengan buen lunes y que suene esto. Abrazos.