Fakires de suburbia

Hola.

Hoy los voy a invitar a caminar por otra Uganda.

Es probable que la mayoría de los lectores de este newsletter hayan empezado a transitar la ciudad al mismo tiempo que daban sus primeros pasos en internet. Yo, en cambio, pertenezco a la generación directamente anterior. Soy de la generación que creció sin internet y un día se la regalaron, como dice la bio de Twitter de Marcela Basch.

Siempre me gustó esa frase. Pero en realidad no creo que nos la hayan regalado: creo que la construimos. Incluso desde lugares marginales, aunque no hayamos tenido ni tengamos injerencia directa en las decisiones de arquitectura de internet, esta fue, y es, una obra colectiva.

Y no fue creada ex nihilo. Como tampoco lo fueron, en su momento, las ciudades. No es que se juntaron veinte personas y dijeron: che, instalémonos acá en la Medialuna Fértil, y entonces empezaron a construir sus casitas de adobe. Fue un proceso largo, que tuvo distintas aristas. Lo mismo pasa con el entorno digital.

¿Y qué es eso? Con Pablo Boczkowski publicamos este año un libroen el que tratamos de analizar los cambios sociales, culturales y económicos que generó y sigue generando internet en nuestra vida.

Hasta hace unas décadas, nos movíamos entre dos entornos superpuestos: el natural y el urbano. Durante la pandemia, se hizo más evidente un tercer entorno, que veníamos construyendo desde fines del siglo veinte: el digital. Una nueva dimensión de lo humano, que no implica la negación de las anteriores. Al contrario, las vuelve más novedosas al pasarla por su cristal.

Entonces un día Gutemberg se levantó y tuvo una brillante idea: crear un dispositivo que permitía reproducir texto de manera mecánica

Suena bien para el comienzo de un cuento. Pero es falso. La invención de la imprenta en realidad fue el punto cúlmine de un proceso de búsqueda.

Retomando la idea de que estos son procesos y no epifanías, podríamos hablar de ese hecho fundante en la historia. Porque recordemos que la primera internet era muy textual, nada de imágenes audiovisuales. Y no se puede pensar internet sin pensar en las transformaciones técnicas anteriores. Es imposible pensar el entorno digital sin la palabra escrita, sin la palabra impresa.

Pensemos que la imprenta nace en un momento en el que los libros se producían, hasta entonces y sobre todo, en los monasterios. Los monjes vivían todos juntos, en comunidad. Al llegar la Peste Negra, esta gente fue diezmada. Pero la humanidad entraba en la Modernidad y necesitaba divulgar masivamente conocimiento. Ahí se desarrolla una forma que suple esta necesidad de producción. 

El primer diario argentino, por caso, fue el Telégrafo Mercantil. Recién varios años después vendría La Gaceta de Moreno, y el rol político, de órgano de la Junta de Gobierno, que tomó la prensa. Está bueno remarcar esto siempre que se pueda: la primera publicación periodística transmitía qué barcos llegaban, con qué mercancía, el santoral y los clasificados.

El desarrollo de la imprenta, acá y en todas partes, dio lugar a una Nación de las Letras. Lo que Habermas define como gente que comparte la capacidad de leer y escribir críticamente. Pero esa era una capacidad restringida en su origen, porque la alfabetización era limitada: por clase social, por género, por ocupación. Y corría paralela a la vida de la Nación “real”.

En Argentina, antes de que estallara la pandemia,alrededor de  85% de la población estaba online. Pero el 15% que no podía o no tenía interés en acceder a este medio, igual es afectada por el entorno digital.

No es lo mismo ser analfabeto en una cultura basada en la oralidad que serlo en una cultura letrada.

Hace unos siglos, las partes vacías de los mapas se rellenaban con dragones. Hoy no cambió mucho. Carolina Losada asegura que en los barrios de Rosario venden bebés.¿Pero dónde, Carolina?Y no sé, en una esquina, me dijeron.

En todos los centros se dan una serie de relatos sobre las periferias. Están basados un poco en experiencias y bastante en leyendas. Hay lugares, márgenes, donde no llega mucha gente y no conocemos, o conocemos porque alguien fue y después contó, y lo que contó se fue distorsionando.

Esto mismo que pasa en el entorno natural y urbano, pasa en el entorno digital. Y si hay algo que llama de los márgenes, es su parte oscura.

Mientras escribo esto pienso en Silk Road, un sitio dedicado a la compraventa de servicios y productos ilegales, cuyo creador sigue preso. Pienso en el capítulo sobre dark web de la nueva serie documental de Lanata. Que tiene con la periferia del entorno digital la misma relación que podría tener Policías en Acción con una villa de un conurbano: vas a ver lo que quieren que veas.

Pienso también en 8chan, la red social donde un terrorista neozelandés, antes de entrar en una mezquita y asesinar a medio centenar de personas, posteó su manifiesto supremacista. Lo llamativo es que si bien publicó su manifiesto en 8chan, eligió transmitir la masacre vía Facebook. La periferia irrumpe en el centro para hacerse escuchar.

Existen lugares más inocentes, por decirlo de alguna forma, pero que siguen siendo ilegales. Los sitios de descarga de audiovisuales, libros y hasta papers académicos afloran, se constituyen, circulan de boca en boca, desaparecen y vuelven a surgir. Y su propia especificidad, los propios límites que se imponen en cuanto a alcance o contenido, los vuelven inasibles. Para conocer un sitio de, supongamos, películas piratas, tenés que estar metido de antes en el tema, y así cuando cierre FulanitoFilms  vas a buscar -y encontrar- MenganoMovies.

También hay una parte de los suburbios del entorno digital que no son necesariamente peligrosos o clandestinos. Pero que de todas formas están en los márgenes. En internet hay barrios divinos a los que no llega ningún colectivo pero por el sólo hecho de saber que existen, ya podés conocerlos. Porque no tenés que agarrar el auto o caminar una hora y media para llegar. 

¿Cuál es la lógica de un blog o de una piba que crea contenido? Postear cuando se te canta, hacer un video cuando se te ocurre algo divertido. De repente un conglomerado compra lo que vos hacías y tenés que empezar a cumplir las pautas que esa empresa necesita en su lógica.

Luli Ofman sigue siendo igual de graciosa que siempre, tiene el mismo pelo divino que antes, pero cambió el sentido de lo que hacía. Y por eso no funciona, no rinde, de la misma manera. Como no funciona igual la silla que un artesano puede fabricar en su taller que la que hace en serie para vender en Easy.

O sea, sí funciona, en lo estrictamente utilitario, pero hay algo de autenticidad que se pierde. Los grandes medios intentan muchas veces sumarse a internet repitiendo la forma de producción que tienen en otros formatos. Y por eso fallan.

Hay patrones que pueden seguirse. Los instagramers profesionales pero también los amateurs saben a qué hora conviene postear, o con qué frecuencia hacerlo. Pero no necesariamente siguen la lógica de marcar tarjeta y producir en serie.

Lo que más me llama la atención es lo tarde que llegan. Titulan: el meme que encendió las redes. Y estaba hace tres días en Taringa.

Eso no significa que no tengan un lugar.

Los medios tradicionales suelen producir contenido para internet cuando no se desvían de su lógica. Una pelea en un piso televisivo logra ser más viral que un video creado por ese mismo canal exclusivamente para redes.  

Por eso quizás los medios con más posibilidades de crecer orgánicamente en el entorno digital sean los que entienden el formato sui generis, y no intentan adaptar el medio al mensaje.

Aunque tengan formas distintas, aunque sean tan diferentes como Rosario, Buenos Aires, Kampala o Nueva York, todas las urbes tienen algo en lo que se parecen.   

Y es que es muy difícil cambiarlas. Se puede, claro. Abrir calles, crear plazas, tirar y levantar edificios. Sin embargo, es un proceso lento y muy complejo. La infraestructura está hace mucho, los arraigos son otros. Los límites están más solidificados.

En cambio, en el entorno digital los cambios funcionan a otra velocidad.

Por dos cosas.

Primero, porque hay menos reglas, todavía, sobre lo que se puede hacer o dejar de hacer. La infraestructura, los límites, todavía están fijándose. Por eso es que es importante hacer hincapié en algo: si se quiere intervenir el momento es ahora.

Por otro lado, por las características de lo digital, toda transformación es menos costosa. Incluso la mudanza, para nosotros, los comunes, el irse de un barrio a otro, no representa lo mismo en internet que en una ciudad. De vuelta: estás a un tipeo de distancia.

Eso no significa que sea más igualitario. El acceso se expande, pero internet sigue sin ser democrática. Para entrar a ciertos sitios, además de saber que existen, tenés que tener las herramientas para poder hacerlo. Podrán crearse algunas comunidades armónicas, barrios modelo, pero para que sean realmente para todos y todas, hace falta un poco más que la mera buena voluntad.

Al final todo deriva, como al caminar las calles de cualquier ciudad, de tu capital social. De quién sos, de dónde venís y qué hacés con lo que el entorno hizo de vos. Y en la curiosidad que tengas por conocer los centros y las periferias.