El peronismo gringo

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La última vez que nos encontramos hablamos del triángulo amoroso entre el peronismo, el campo y la industria.

Hoy vamos a continuar con uno de los frutos de ese amor: el cooperativismo. Y de un fenómeno derivado que no encuentra lugar en la imaginería de la ciudad: la clase media rural.

Un país que inventó Perón

La relación del peronismo y el país agrario está dada por un elemento central: la clase media. Las transformaciones en el régimen de tenencia y explotación de la tierra constituyeron el núcleo central en la conformación de este actor clave en la vida económica nacional. 

A principios del siglo XX el chacarero protestaba por las exacciones que imponían los propietarios. Con una oferta dispersa y una demanda concentrada, los productores llevaban las de perder. Esta estructura comercial los volvía deudores crónicos, con un patrimonio frágil y un giro de actividades que lo dejaba fuera del circuito financiero.

De esa necesidad nació un derecho: productores de distintas zonas alquilaron galpones para acopio, recibieron los granos, estibaron bolsas de semillas, proveyeron insumos. Y eligieron sus autoridades en asamblea, redactaron estatutos y delegaron la gestión en profesionales contratados. Desde el corazón del campo santafesino nació el país de las cooperativas agrarias.

El Grito de Alcorta en 1912 fue el punto más significativo de ese proceso, con reclamos ligados a los cánones, los plazos y las condiciones. Desde Uganda se coordinaban las acciones políticas. En sus calles asesinaron a Francisco Netri, el abogado del Grito. Y tuvo sede la institución que agruparía a ese conjunto de productores que pronto pasarían a ser propietarios: la Federación Agraria Argentina.

En 1948, la ley de arrendamientos fijó el plazo contractual en un mínimo de 8 años. El gobierno peronista dispuso de créditos a través del banco Nación y estableció la obligatoriedad de indemnizar a los colonos por las mejoras realizadas, lo que alentó la venta de las tierras a los ocupantes.

En 1952 se prorrogaron los contratos que vencían y se reforzaron los estímulos a la transferencia de lotes. Se transformaron el régimen de tenencia y las modalidades de producción. Y se formó una clase propia de la pampa húmeda. El peronismo cambió la sociología rural con una reforma agraria por vía pacífica y contractual.

Así como la industrialización alteró la fisonomía urbana, la colonización de las hectáreas fiscales cambió por completo la realidad del interior productivo. Surgieron nuevas modalidades operativas y mercantiles entre los pequeños y medianos productores que pasaron a concebirse como empresarios del campo.

Un capitalismo nacional

La tecnología, el capital, la sofisticación del recurso humano y las mejores máquinas e insumos, disminuyeron el peso relativo del factor tierra en la producción. La eliminación de los restos feudales permitió la expansión del capitalismo por el campo argentino.  

A la par, los cambios en el sistema mercantil irradiaron nuevas estructuras asociativas. El surgimiento masivo de cooperativas se sostuvo en las innovaciones comerciales que la propia dinámica de expansión productiva imponía.

Antes, el chacarero debía vender en las inmediaciones del predio. En los Almacenes de Ramos Generales conseguía las semillas, los insumos y los productos de consumo cotidiano. También obtenía créditos para financiarse. Al ser un circuito cerrado, la libreta del productor siempre reflejaba deudas.

Había pocas opciones para hacer valer el producido, y el volumen dejaba un margen de negociación menor frente al acopiador que centralizaba las compras de la región. La debilidad del productor crecía cuanto más se endeudaba con el único comprador de su cosecha.   

El circuito comercial de granos era un embudo: el Almacén de Ramos Generales administraba los vínculos comerciales y financieros con la ciudad, el puerto o el molino. Y la sumatoria de pequeños lotes le daba un volumen considerable. El último eslabón se concentraba en un puñado de firmas exportadoras.

Si bien existían desde principios de siglo, fue a partir de 1940 que la organización cooperativa se vio impulsada. A partir de 1943 el capital integrado de las cooperativas agrarias aumentó 4000 por ciento en 15 años. El volumen de producción se sextuplicó entre 1943 y 1956.

Para 1953 la producción de granos se había recuperado y comenzaban a introducirse masivamente los cambios tecnológicos. La proliferación y crecimiento de las entidades intermedias tuvo un auge notable entre 1945 y 1955.

El doble cultivo trigo-soja permitió una mayor rotación y conservación de los suelos. El productor se hizo más celoso de su patrimonio y más abierto a la adopción de tecnologías de mejoramiento. Lejos del credo vertido en las universidades de la Ciudad, la cultura de la innovación tiene en el Campo a su vanguardia. 

Ese capitalismo de siembra directa, avances genéticos, aplicaciones complejas y maquinaria de punta, logró acortar los tiempos. Se ganó en eficiencia desde una capa intermedia de pequeños y medianos empresarios con arraigo regional, alto nivel de inversión todos los años y elevados riesgos asumidos.

Pero también hizo emerger a otro actor, el sujeto sintético del agroperonismo: el contratista rural. Una combinación de trabajador, emprendedor y capitalista. El eslabón hallado de la plataforma de servicios que integra al agro en el centro de la vida económica de los pueblos y ciudades de la zona.

Bicho raro

En esta tierra de campos fértiles, silos y plantas procesadoras, surgió una especie política única: el peronismo gringo. Y si tuvo una esfera del dragón, esa fue la soja. 

En la región pampeana se produce el 85 por ciento de la oleaginosa. Y alrededor de las cooperativas gira la economía de la región sojera. Los recursos tienen su raíz material, pero sus derivadas simbólicas: esa influencia se expresa además en la actividad social y cultural.

La presencia de las cooperativas transformó el funcionamiento del mercado agropecuario, y el mercado agropecuario transformó al peronismo provincial. Otro origen, otro lenguaje, otras tareas, otro público.

Ese animal difícil dentro de la fauna peronista que habita la zona núcleo sojera tiene una identidad, costumbres y un ciclo político diferente al de los otros peronismos realmente existentes: vive en el corazón productivo de la Nación, la base del poder de provincias. El otro yo del peronismo conurbano: uno la hace, el otro la usa.

Sin embargo, ese peronismo de la Región Centro no puede cobrar vuelo nacional. En el caso santafesino parece siempre a contrapié. Cuando en la Nación ganó el alfonsinismo, en Santa Fe ganó el peronismo de la UOM. Y cuando el peronismo nacional actuó de progresista, la provincia se vistió de socialista.

Pero en el medio hubo algo. Casi dos décadas donde el peronismo santafesino supo conjugar su versión de modernización gringa con las necesarias dosis de urbanidad. En 1991, con el gobierno provincial hundido en denuncias y renuncias, el menemismo encontró su candidato. Por primera vez el peronismo santafesino se alineó con el destino nacional.

La dupla Reutemann-Obeid funcionó mejor que cualquier delantera. Sostenidos en la ley de Lemas, el peronismo noventista hizo alquimia de fama por popularidad, aprovechó el auge de las nuevas tecnologías y el incremento de la productividad, y sustentó un artefacto de poder que alcanzó el máximo de representación con el mínimo de palabras.

Hasta que desde Buenos Aires se destrozó el juguete. Y el peronismo santafesino se quebró moralmente: desistió de la ley de Lemas, y perdió. El conflicto por la Resolución 125 en 2008 fue el tiro de gracia al proyecto de poder de ese peronismo gringo con modales parcos y fascinación productivista.

Entre 2008 y 2015 el peronismo santafesino adoptó una actitud de derrota, y deambuló entre odios mutuos dispensados entre auténticos y enmascarados

Condenado por su espíritu cosmopolita, nunca supo cómo aprovechar internamente el potencial creador de producto bruto de sus plantas de importación, la soja y el trigo. Sin asumir su origen histórico y su base social, quedó opacado por el éxito del otro peronismo gringo, el del modelo Córdoba, mediterráneo y autoconsciente, nutrido por los cultivos americanos del maíz y el maní. 

De algún modo, todo el conflicto del kirchnerismo con el campo puede leerse como el reclamo identitario de un sector que exigía ser visto como se autopercibía: los verdaderos autores del modelo de crecimiento con inclusión

Pero eso es tema de otra entrega. Nos vemos la próxima.