Ave fénix

Hola, ¿cómo estás? ¡ A vivir que son dos días !

Esta historia comienza hace dos semanas. Es viernes y estoy dando vuelta por Instagram. Me sumerjo en las stories. Voy pasando el dedo con desgano. Mi atención en este momento del año es como la de Dory de Buscando a Nemo. En eso veo que una cantante de Rosario, a.k.a @brunellalatia comparte un video que comienza con una pregunta: ¿Podés fundar una empresa en Argentina? ¿Y encima siendo de un barrio humilde?

En el video, aparece la locución de Tomás Machuca, un joven de Barrio República de la Sexta. Ese barrio que yo veía desde el parque Urquiza todos los días de chiquito cuando iba al parque a dar una vuelta con mi perra. Que después conocí de grande cuando crucé para filmar un documental. Y en el cual terminé viviendo, claramente en su zona más residencial, cuando me fui a vivir solo.

En la locución me llama la atención la entereza de su voz. Lo convencido que se lo escucha hablando de su proyecto. En su discurso hay un re-pensamiento a la hora de hablar sobre su territorio. Las problemáticas y las demandas actuales de vivir en un barrio popular. Pero también hay una lectura sobre la importancia del ecologismo y el impacto en la vida de las personas y, sobre todo, una invitación a hacer. La estrategia de comunicación que ideó cumplió su cometido: ganarle al algoritmo, que muchas veces, privilegia mostrar otros contenidos.

Al día siguiente le mando un mensaje por Instagram. Lo quiero invitar a la tele para hacer una entrevista. Hay que seguir ganándole al algoritmo. El me responde al rato y me dice que sí. Entonces coordinamos para el martes. Le pido fotos, logos, videos de su marca y pasamos a hablar por WhatsApp. Le pregunto si quiere venir acompañado porque por cuestiones de seguridad tengo que pasar nombres y apellidos en la portería de Telefe. Entonces ahí me escribe: ¿Puedo ir con mi mamá? Jajaja, re mimado el pibe. La ternura es total y justo Bizarrap saca la última sesión con Duki: “Cumplí mi misión de rapero le compré a mamá la casa que quería”, reflexiona en uno de los momentos más emotivos de la canción.

La entrevista la hacen Cecilia, la conductora, y Bianca, la panelista de deportes. Transcribo algunos fragmentos para escuchar su historia. Pero también después del newsletter, si quieren verla, pueden hacer click acá.

¿Cómo nace la idea de hacer esto?

Cuando yo jugaba al fútbol en Tiro Suizo en el 2016, en un entrenamiento me dieron una patada y me rompieron las canilleras que tenía. Como las había comprado hace poco y en casa no nos sobraba la plata para comprar otras, busqué la forma de hacer unas caseras. Navegando un poco entre tutoriales de internet, encontré como hacer unas con un balde. Agarré uno que estaba tirado en mi casa, lo corté con una sierrita, las moldié con un secador de pelo y le imprimí un diseño que había hecho en Paint en un cyber. Y al siguiente partido cuando las llevé armadas, los pibes del club me preguntaban dónde las había comprado, y yo por vergüenza les dije que me las había comprado un tío en Buenos Aires. 

¿Y funcionaron?

Sí, las tengo guardadas hasta el día de hoy como recuerdo. Entonces en el 2019 me picó el bicho del emprendedor y pensé que podía probar algo con esa experiencia.

¿Ahora las que hacés con que material están hechas?

Las canilleras de ahora están hechas con tapitas de gaseosas que juntamos de distintos clubes de la ciudad. Por cada par que vendemos, entregamos otro de recompensa por tomar una acción responsable con el medioambiente. Las canilleras son un elemento con el cual empoderamos con conocimiento a las comunidades, no solo un producto.

¿Cómo es que aparece ese bichito de emprender?

Desde chiquito fui incentivado por mi familia, mi mamá y mi papá para hacer estas cosas. No me sentía muy cómodo en la escuela. Y siempre andaba probando. Armar algún negocio, crear algo. Y esto para mi fue como encontrar un propósito, hacer un producto que me genera satisfacción.

¿Por qué se llama Fenniks el emprendimiento?

Por la leyenda del ave fénix. Que renace de las cenizas para volver a volar. Es la filosofía que tomé para hacer las primeras canilleras con el balde. Y el nombre está con doble k y no x porque está traducido al esperanto. Lo que buscamos es hacer de Fenikks un movimiento global. Buscamos hacer algo invitando y no imponiendo, no pensamos en una ley para prohibir algo, sino que mediante gestos cotidianos queremos hacer un cambio real.

Antes de cerrar este newsletter se me vienen a la cabeza dos imágenes. La primera tiene que ver con un límite y la segunda tiene que ver con una experiencia.

Nací en el barrio Martin. Montevideo y Chacabuco. A una cuadra de Pellegrini. A media del parque Urquiza. El límite estaba, está y estará ahí. Porque desde Cochabamba, es decir dos cuadras más allá, arranca lo que es el barrio República de la Sexta. Pero es sobre la Avenida y también desde el fondo del parque desde donde se ve el puente, que en algunos momentos, más que la unión entre dos lugares, fue la separación entre dos mundos contrapuestos.

Porque los únicos que siempre cruzaban ese puente eran los del barrio pobre. De un lado uno de los parques más cuidados de la ciudad, del otro, el abandono -en parte- por el Estado y el Mercado. Y por ese abandono, también, la preocupación por la delincuencia y la desprotección. Todavía, algunos días, hay un patrullero al lado del Parque. Dos o tres uniformados haciendo un poco de alarde para la tranquilidad de la vecindad que sale a pasear sus perros de raza o para los grupos de running que hacen sentadillas bajo la sombra de un árbol frondoso.

Pasaron muchos años hasta que un día, gracias a formar parte de un equipo de filmación de un documental sobre la historia de vida de un poeta de ese lado de la ciudad, me animé a cruzar caminando y vivenciar, al menos por un rato, y unos días, la experiencia de estar del otro lado del puente. Donde no hay policías para protegerte, ni tampoco perros de raza, ni gente haciendo ejercicio para llegar en forma al verano. Lo que hay es un descampado para jugar a la pelota, pibes y pibas corriendo todo el día, y al fondo un grupo de casillas y pasillos con los hogares del barrio.

La segunda imagen tiene que ver con una situación muy parecida a la que contó Tomás para hacer sus canilleras. De pibe jugué al fútbol en un club. Y en mi memoria tengo el recuerdo de algo que siempre me llamó la atención. En la Rosarina, la liga en la que nos tocaba jugar, era obligatorio sí o sí usar canilleras para que te dieran el aval para disputar el partido.

El árbitro, antes del inicio, miraba con detenimiento las medias los jugadores para chequear que todo estuviese en estado correcto. Estos referís tenían que ser fuertes, porque en los lugares donde les tocaba dirigir, si no lo eran, se los comían crudos en cinco minutos. En contextos donde un error arbitral puede llegar a poner en peligro tu integridad física. Con estos pequeños actos se aseguraban el mote de personas respetables, jerárquicas y fuertes. 

En un partido contra Río Negro me había olvidado mis Wilson blancas y negras en la mesa de mi casa. Cómo jugaba de delantero, de vez en cuando me habían zafado de un golpe duro. En ese momento, la angustia fue muy grande, y hasta pensé que iba a perderme el partido. Pero uno de mis compañeros me mostró lo que hacían él y otros a escondidas, que no tenía ni la suerte ni la plata que tenía yo para comprarse un par de canilleras.

Con unos cartones de cajas que encontraban en la puerta del supermercado cerca del club, se habían hecho sus propios pares, y hasta le habían escrito con fibrones sus nombres. Entonces, en ese momento, los pibes salieron a dar una vuelta por el campito del club, encontraron una caja y con eso recortaron dos pedazos y los moldearon para que pudiera usarlas y jugar. 

Ese partido jugábamos contra el puntero. Si ganaban salían campeones. Si perdíamos nos íbamos al descenso. Empezamos ganando dos a cero en los primeros minutos del partido. Había metido el primer gol y una asistencia. No lo podíamos creer. Aguantamos así hasta el final del segundo tiempo cuando un pibito al que apodaban Diez, de vincha roja y cara de malo, nos metió dos bombazos seguidos en menos de cinco minutos. El resultado fue un empate pero fuimos felices, fui feliz.

Después de ese partido, no quise más usar mis canilleras Wilson. Quería usar las de cartón pero no solo por mi desempeño en el partido y el hábito cabulero que me habita hasta hoy. Sino porque eran más cómodas, y sobre todo, me las habían hecho mis amigos.

Pienso que entre el puente que separa al barrio Martin del barrio República de la Sexta y la historia de las canilleras de cartón que usé para ese partido, está la historia que me une con Tomás. Un joven que supo cómo atravesar ese puente con ingenio. La imaginación al poder. Un pibe que pudo darle una vuelta más a su experiencia. Que desde y con la adversidad en sus canillas supo cómo vencer al destino. Desde el trabajo. Con una computadora, con las nuevas oportunidades que aparecen en el mercado laboral. En un proyecto enmarcado en la economía circular, nuevas palabras, otras maneras de entender el futuro. Un emprendimiento situado en un contexto complejo pero que quiere ser mucho más que sólo su contexto. En el relato de Tomás no hay romantización de la pobreza, ni apología al pobrismo, hay un pibe que quiere demostrar que hay nuevas y mejores formas de hacer negocios.

 Hasta el lunes que viene. Ganemos, después vemos.