Dimas, el buen ladrón

Hola, buen lunes, ¿Cómo estás? ¿Y si salimos? 

La casa es el lugar del ser para uno mismo. El trabajo es el lugar de ser para los otros. La calle es ese espacio de ser para todos y, al mismo tiempo, para nadie. Si el hogar tiene sus códigos y el empleo también, lo que une esos dos lugares es una mezcla bucólica de todo eso y más.

El imaginario de una ciudad está en sus calles. Las paredes hablan. Si uno se pone a pensar, Rosario tiene todo. En los barrios profundosel peligro, la lucha por vivir: caras de pibes y pibas muertos (casi siempre en situaciones trágicas) se mezclan con pintadas de Central y Ñuls marcando y delimitando terrenos. En el centrola melancolía y el caos: el deterioro de una época comercial de oro, locales abandonados u obras en construcción intervenidas con publicidades, afiches, grafitis y pintadas. Cada cuadra tiene su propia consigna: el amor garpa, el patriarcado se cae, puto el que lee, hacé el censo virtual, pasate a Claro. El orden es el desorden. En la zona del río, lo naif, lo global, el arte que embellece la caída: silos pintados de colores, galpones intervenidos con murales, paredones llenos de pegatinas, un museo a cielo abierto. Donde antes había un imperio ahora habrá un cuadro. La nueva moneda de cambio: lo industrial ahora es creativo

Todos los lugares tienen un sentido que se conecta con el presente. Uganda no es pinta tu aldea y pintarás el mundo. Uganda es pinta tu aldea y pintarás tu mundo. Cada punto tiene sus propios códigos: la periferia pinta el peligro y el abandono, el centro pinta su deterioro y vende lo que le queda, el borde turístico de la ciudad embellece su presente mientras entierra su pasado.

Pero hagamos un flashback. Si te acordás, la última vez que nos vimos, te conté algunas historias entrelazadas sobre El Padre Ignacio. Hoy, voy a intentar reconstruir la historia de otro ugandés. Seguramente lo conozcas, o al menos, tengas en mente algún paredón intervenido con sus manos. Por eso, la introducción callejera.

Darío Nota, o Dimases un trabajador de la ciudad. Un artista. Él mismo lleva consigo todas esas marcas enumeradas anteriormente. Pintó todas las aldeas que componen la aldea mayor. Su perfil. El mismo día que nos juntábamos a conversar, mientras iba de casa al trabajo, conté al menos cinco de sus intervenciones por la zona del centro. Después, por la tarde, cuando iba específicamente al encuentro, conté cuatro obras en el trayecto de doce cuadras.

Quedamos en tomar un café. Lo veo venir. Lo reconozco desde lejos. Él va vestido con un jean tiro bajo, campera con capucha, remera ancha y gorra, salvo el pantalón, todo lo demás es negro. Lleva un bigote marcado, muy prolijo. Tiene una onda a lo NWA, muy gangsta rap. Seguramente escucha Cypress Hill, pienso. Lo saludo, nos sentamos, dos cortados. 

¿Por qué Dimas?

Es un seudónimo. Yo estuve detenido. En ese momento exploté y nació el nombre. Siempre estuve aferrado al arte igualmente, porque mi abuela era pintora y música. Pinto y dibujo desde chico. Lo tuve como hobby toda mi adolescencia. Pero de verdad comenzó ahí en la cárcel.

¿Qué te pasó?

Me comí tres años y medios en Ezeiza y en Devoto por una causa de narcotráfico. Ahí viene mi vieja y me dice: hacé lo que siempre hiciste porque no vas a salir de acá. Y empecé, fue todo muy obsesivo.

¿Cómo fue? ¿Qué hiciste en la cárcel?

En primer lugar arañaba las paredes, y en un momento la corté. Arranqué a pintar y dibujar, todo el tiempo. Y ahí la gente del penal empezó, ¿No me hacés un dibujito? ¿No me diseñás un tatuaje? ¿No me armás un cuadrito? Hay una anécdota muy graciosa: el que era en ese entonces jefe del penal de Devoto no entendía por qué la gente salía de las visitas con cuadros, o pinturas, y empezó a preguntar qué estaba pasando. Yo venía de un lugar de mierda, entonces me ofreció armar un taller para mí, un espacio para pintar para ellos. 

Un día le dije que me parecía que tenían que pagarme y entonces desde ahí lo entendí: podía hacer plata con el arte. Empecé a pintar para embajadas, iglesias, lo que salía. Pinté, hice plata y pensé. Si la pude hacer dentro de estas cuatro paredes, con todo este ambiente oscuro, con gente peligrosa en serio, afuera no me para nadie. Encontré una llave. Conocí la libertad estando encerrado.

¿Y qué hiciste cuándo saliste?

Cuando salí empecé a estudiar. Me anoté en Bellas Artes y me fui acomodando con algunas changas. Salís con una mano atrás y una adelante. Empecé a juntar algo de plata y empezó la dinámica. Compraba pintura y pintaba. La gente me decía que estaba re loco, que me buscara otra cosa, pero yo sabía que esto en algún momento, tarde o temprano, iba a ser mi fuente de ingreso.

¿Cómo fue que llegaste a vivir de esto?

Empecé a conseguir algunos trabajos con la Municipalidad. Después, me acerqué a la educación, soy docente del Ministerio Provincial, estuve tres años y medio dando clases en el IRAR y en el barrio Qom, daba talleres, ahora doy clases de arte urbano y muralismo en una escuela en Zona Sur. Hace 10 años que trabajo en esto. Yo salí en el 2012, y ya en el 2014 ya estaba a pleno. Arranqué muy de abajo: yendo a pintar con la escalera en mano y los bolsones de pinturas, después salté a la motito, y con la motito iba con la escalera haciendo equilibrio, un peligro. Al final conseguí un auto. Trabajar de esto es mi cable a tierra, una descarga.

¿Cuando salís a la calle a pintar por pintar, es trabajo o qué es?

Es una mezcla, ahí se juega el trabajo y la satisfacción. Un conjunto de cosas. La gente me dice eso, que estoy loco, porque en verdad capaz en un mural me gasto diez lucas. Cada vez que pinto es plata pero a mí me sirve. Es un combo triple: publicidad, trabajo y satisfacción.

Sé que pintaste en otros lugares también además de Rosario, ¿De esos lugares sacaste tus influencias? ¿Qué onda las temáticas que pintas? ¿Tu técnica es más yanqui?

Yo tiro mucho cotidiano. Temáticas de la vida. Personajes conocidos, populares, que la gente pase y diga: «Uh, mirá a quién pintó». Los pibes también se copan, le hago cosas a la juventud, a los grandes, a los no tan grandes. A todos. Ahora está aceptado. Me tuve que comer una época dura, donde nada de todo esto había llegado. En otros lugares ya era común, pero acá no. Todo era medio pueblo, te miraban raro, llamaban a la policía. Ahora es como un pueblo, pero mejor, te traen sánguches, se sacan fotos, te sirven algo para tomar, te sacan charla, está bueno. La gente cambió: los de control urbano, los zorros, los milicos, a veces pasan y me dicen que bueno que está eso. Fue en un par de años, muy rápido. El único código es no dañar la propiedad privada, la posta está ahí. Aunque cada vez quedan cada vez menos recovecos para pintar.

¿Cómo te las ingenias para encontrar esos lugares para pintar en la ciudad?

Estoy todo el día yendo y viniendo. Voy anotando, sacando fotos. Encuentro el lugar y salgo. Intento salir del centro, ir a los barrios, que toda la gente pueda disfrutar de mis dibujos. 

¿Y cómo es ese nuevo mundo de los murales como oferta publicitaria? 

Es novedoso acá en Argentina, pero afuera existe hace rato. Lo novedoso siempre llega tarde a nuestro país. Ya pasaron más de diez o quince años en Europa y Estados Unidos. Ahora acá es un auge. A veces me pregunto por qué no me fui, pero la respuesta es mi hija, tiene 8 años y estoy esperando a que crezca. Mi idea es dejar una huella en el mundo, no sólo en Rosario.

¿De Rosario qué pensás?

La ciudad me encanta. Conozco los recovecos. Desde la villa hasta el centro. Es una ciudad que me gusta. Cada vez que salgo conozco un nuevo lugar para pintar, pero el problema es que no hay mucho apoyo de parte del municipio para el arte local. El arte acá es para un grupo reducido, amigos de amigos. No dan subsidios, no hacen convocatorias abiertas, no abren el juego.

¿A quién le tocan las cosas grandes?

Te doy un ejemplo, y no es que tenga algo en contra de ese artista, pero ahora va a venir Martin Ron, un muralista a pintar los galpones y cobra en dólares, muy caro. Y no hicieron una convocatoria para acá, ni tiraron un poco de pintura, no lo ven por ese lado. Prefieren la careta, como hicieron con la escultura de Minujín, que fue tirar una millonada para comprar un pedazo de alambre. 

¿Por eso decidiste por lo privado?

Sí, yo me mantengo con los laburos para empresas, oficinas, estudios, locales, hamburgueserías, birrerías. Estoy medio cansado de hacer el lúpulo, el vaso de cerveza pero igualmente sigo super agradecido. A mi mucha gente del arte no me quiere porque dicen que soy un empresario. Yo no tengo el privilegio de andar haciéndome el artista, yo laburo.

¿Y quién más hace tu estilo acá? ¿Queda un legado?

Están los chicos de 337gato, que aprendieron a laburar conmigo, ellos mantienen ese juego pero igualmente se aferraron a la figura del gato, uno hace las letras y otro hace los dibujos. Son muy buenos.

Lo que pasa hoy en día es que es una fusión. Ya no es más muralismo y graffiti. El arte urbano, el street art como lo llaman, es un popurrí, una combinación de todo eso. Ahora podés tener unas buenas letras hechas con aerosol y atrás un paisaje hecho con látex. Hay pibes todavía que taggean, los que recién arrancan, pero que van combinados. El hip hop también, entró por todos lados. Los sentidos, los oídos, la ropa. Igual, el que hizo entrar esta cultura al museo fue Andy Warhol con Basquiat.  

A mi también me gusta hacer cuadros. Ahora estoy pintando un mural japonés para un encargo, y en la casa de Ernesto, un psiquiatra que es crítico de arte, haciendo El nacimiento de venus en un techo. Eso lo estoy haciendo los lunes a la mañana, cinco horas, me vuelvo con tortícolis. En la antigüedad lo pintaban con un andamio, acostado, más cómodo. Yo me subo a la escalera y lo hago dado vuelta. Imagínate que la Capilla Sixtina la hizo en seis años, pero ese tenía mecenas. Igual, Ernesto es mi mecenas también, es un caso único. Un tipo en Rosario que invierta y valore lo que uno hace.

A veces te gusta pintar cuestiones más picantes, como que jugas entre lo naif y lo brutal todo el tiempo.

Me gusta mucho agarrar los temas que en el momento generan polémica, de donde sale un problema, me fijo y lo hago. Messi erra un penal y lo pinto. El Dios Punk se suicida y lo hago a la vuelta del lugar donde pasó. Eso tuvo mucha repercusión, el papá me contrató. Ahora me llamó para que lo pinte de vuelta, así que voy a ver cuando lo hago. Me gusta pintar de todo, pero me gusta también abrir cabezas.

Pintando conociste la parte dura de la calle también.

Una época salía a pintar con miedo. No firmaba hasta lo último. La calle es eso. Cuando te tapan al principio renegás, pero después te das cuenta que eso es así. La calle tiene sus propios códigos.

¿Si la calle está llena de artistas no es que no hay lugar para el arte?

Yo lo propuse. Quise hacer como un espacio en los galpones para que vengan artistas de cada rincón de la ciudad, darle unas latas de aerosol y que se descarguen ahí. Hacer un lugar así. Pero como propuse eso también propuse lo de las persianas de calle San Luis, Córdoba y San Martín y se quedaron con mi idea. La última propuesta que tengo es una en el Patio de la Madera. Quería hacer unos murales de inmigrantes, de la gente que vino para acá. Tomaron el proyecto pero no me avisaron nada, así que andá a saber. Si el proyecto Persianas lo hicieron con porteños, con este no sé qué harán. 

Te vuelvo con la pregunta del comienzo porque no me respondiste pero no quise cortarte, ¿Por qué Dimas?

Para mi fue un click haber pasado por la cárcel. Si no me pasaba eso terminaba muerto o empleado de PAMI. De ahí saqué el Di+. Leí tantas veces la biblia, soy cero cristiano pero saqué cosas de ahí. Dimas era el Ladrón Bueno que estaba al lado de Cristo cuando lo crucificaron. Los tres ya se estaban muriendo y Jesús le dijo, el que crea en mí va a ser el primero en ascender al cielo. Y Dimas fue el primer perdonado, el primero que fue al cielo. Entonces pensé: salgo de acá como Dimas, un hombre diferente. Lo imposible existe pero hay que arriesgarse.

Lo que me empujó a escribir este texto fue mi obsesión por todo lo que tiene que ver con la generación hip-hop y sus cuatro elementos. El DJ, el MC, el breakdancing y el grafiti. El elemento del entrevistado sería el último. Dimas tiene 42 años y representa, de alguna manera, una generación global, en Rosario, es decir en Uganda, que es a su vez, una generación en el mundo. Esa generación está marcada por una época en común: los finales de los 80’, principio de los 90’. El mundo pasaba de ser dos a ser uno. Argentina se caía idealmente para adoptar las formas de la unidad globalizada que también se fragmentaba. Malestar con el mundo político y cultura del individualismo. La supervivencia, la competencia y el consumo. El no querer ser parte de un sistema y a su vez reproducirlo. Revival. Toda generación es una contradicción. El Hip-Hop es la música del fin de la historia. Su llegada a nuestro país fue la marca de una forma de aceptar el mundo.

El entrevistado hace todo a la vez. Es un fractal. Pinta un muerto en un barrio popular, una persiana de un local del centro financiada por un proyecto que le robaron, una publicidad para una agencia financiera de MasterCard, vende cuadros en librerías del centro, hace pinturas a domicilio, pinta murales porque sí, polemiza, publicita. En fin nos muestra de alguna manera la ciudad en la que vivimos, una ciudad que también se unió a ese mundo globalizado, fragmentado, donde todos queremos escapar mientras reproducimos.

Porque si las paredes son algo, las paredes son los cuerpos que cargan los síntomas de una sociedad. 

Nos vemos el lunes que viene. Te dejo una serie de recomendaciones.

Si te interesa saber un poco más de la historia del graffiti te invito a que mires este documental sobre sus inicios, (y si querés saber un poco más de su actualidad te invito a que veas este otro). De yapa, si querés armarte en la cabeza un paisaje de esos cuatro elementos de los que hablo te recomiendo que mires The get down, un serión. Para la vagancia, está en Netflix.

Y si querés meter una lectura un poco más profunda, hay dos libros: Generación Hip-Hop de Jeff Chang, o Ilustres raperos: el rap explicado a los blancos de David Foster Wallace. En cualquier librería amiga lo conseguís.

Ahora sí, chau.