De nuevo acá

Después de un verano tan intenso como extenso, estamos de vuelta. Los amistosos de la Selección marcaron el fin definitivo de la fiesta. Arrancó 2023, un año corto que se multiplica. Determinará, al menos, cuatro.

El calendario electoral está por comenzar. Se van definiendo las expectativas económicas y álmicas, condicionadas por la peor sequía de la historia. En la macro este el momento en el que debería ingresar la que no va a ingresar. En lo micro cada cual va concluyendo el armado de la intrincada red de laburos, changas, emprendimientos, curros y pasatiempos que van a llenar nuestras horas y bolsillos de acá a noviembre.

Y decimos bien, noviembre, porque este año que arranca tarde termina temprano. Diciembre, si alguna vez llegamos, es terra incognita. Queda en otra época. Hacia allá vamos. 

Hace unas semanas una nueva escala de sustismo rompió la monotonía. La palabra narcoterrorismo llegó a la boca de los funcionarios. Pero nosotros lo advertimos un tiempo antes: no es correcto pensar que el chancho es el chacinado. Los riesgos son varios. El peor error es apurarse. 

La irrupción de lo terrible cobra volumen en esta película incoherente que todos vemos y nadie acierta a explicar. Y se proyecta en imágenes que resumen en cámara rápida todos los vicios que nos habitan. Compactos televisivos, material didáctico para ilustrar una Uganda para porteños

Nuestra ciudad, se sabe, es un caso para el estudio. Corroborando la ley de Say, acá las demandas se configuran en torno a la oferta. En cuestión de minutos se agotan las entradas para viajar a la Metrópoli a ver shows internacionales. Al mismo tiempo levantan a un pibe al azar y lo rematan como forma de dar un mensaje narco. Es la crisis donde todo el mundo se gasta la plata sin pensarlo demasiado: Coldplay, Brasil o la contratación de un sicario. El precio de la vida es menor al costo de una muerte. 

Sobran los pesos y sobran los miedos. Esa costumbre de andar especulando. En Uganda los males se condensan y se hacen noticia. Para volver a disolverse. Dejando la sensación, agobiante, de que nadie sabe bien qué hacer. Y, además, nadie tiene muchas ganas de hacer nada.

Los que tienen responsabilidades se pasan la pelota por mera rutina. Como si el victimismo, tras haberse apoderado de las ciencias sociales, se hubiera traspapelado también en los manuales de conducción política. La autoridad se desvanece y las voluntades responsables asumen con orgullo su impotencia. Los dirigentes ugandeses adoptaron un estado de demanda permanente. Nuestra ciudad se volvió la novia tóxica del país: te dice que si no la cuidás se mata.

El intendente Pablo Javkin eligió hacer fitismo. Y canta su letanía cada vez que puede,  pidiendo auxilio por los pobres corazones que matan. Si estamos en emergencia, que se note. Y si la cosa sigue empeorando, mejor. El confort del idiota que dramatizó Capusotto vuelto praxis estatégica. 

En el Palacio de los Leones consideran que este enfoque no solo es correcto, sino también digno: dentro del abanico de posibilidades institucionales y capacidades políticas, ¿qué otra cosa podría hacer? Lo cierto es que la estrategia testimonialista desnuda una trampa: no hay sitio más indefenso que aquel en el que su líder sólo sabe pedir ayuda. Peor que un funcionario indolente es uno incapaz.

Eso parece entenderlo Omar Perotti, del que los ugandeses recelan por no tener su atención. Uno y otro se desentienden entre sí. El gobernador despliega sólidos balances fiscales y obras de infraestructura que emocionan el espíritu del Interior. Pero Uganda reclama con urgencia volver a ser el centro de una provincia en la que no es capital. 

Es una relación, ésta también, tóxica. En la Casa Gris miran más el mapa físico de Santa Fe que el mapa político de Uganda. Aunque ésta puede devorarlos. Desde sus márgenes, fue la ciudad la que otorgó el triunfo a Perotti en 2019. Las balas, además de lastimar cuerpos y paredes, mellan la sólida imagen de la que se jactan.

Por lo que, a falta de mejor táctica, se aplica la discepoliana llorar para mamar. El gobernador elude el tema pero habilita a su entorno a quejarse de la Nación. Las extorsiones a comercios, los arrebatos a cualquier hora del día y el funcionamiento anárquico de la Policía, en fin, lo que le caga la vida al que va de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, son cuestiones provinciales. Pero en ese juego de correr el cuerpo, Perotti gana media cancha. 

Las demandas del resto se ponen a girar en torno a una: el narcotráfico es un delito federal.  Algunos sacan el cuentaganado para calcular cuántos pares de gendarmes son dos botas. Las más finas demandas progresistas, de izquierda y de derecha, ponen el ojo en el lavado de activos, como si en el dinero radicase la fuente de toda economía.  

Todos coinciden en que la causa primera es la corrupción y los pactos entre cúpulas políticas, judiciales y policiales. El peligro es que el pesimismo lleva al fatalismo, y éste a la inmovilidad. Decir que todo está podrido es una buena forma de ocultar que uno tampoco sabe ni puede.  

Pero la pureza de los angustiados por la degradación de los otros encuentra siempre un único responsable. Lo curioso es que esa suma de perversidades siempre cae en el conurbano ugandés. Justo donde se halla el último bastión de fortaleza electoral del peronismo.

No dudamos que la plata que se hace con el narcomenudeo termina en inversiones despampanantes. En la obscenidad y el mal gusto de esas torres que cualquier cantautor de buen corazón condena en sus letras. Pero el drama mayor no es la plata que entra, sucia o no. El problema es la que sale porque no encuentra en qué hacerse valer. 

Mientras tanto, el gobierno nacional repite su infortunio hasta el hartazgo. Es casi imposible sumar un rasgo novedoso para describir a un gobierno cuya única decisión fue, increíblemente, no tomar ninguna. El Frente de Todos considera que el poder es el otro

La discusión pública en bares, asados y redes sociales, está desinflada. Todos lo notamos: el amigo garantista y el pariente pistolero suenan cada vez menos convencidos. Las posturas progresistas y reaccionarias son eso: simples posturas. Que en su rigidez, cansan inclusive a quien las adopta. Nadie quiere hablar de nada en serio. Ojalá Gran Hermano durase para siempre. 

Así los posibles cursos de acción se vuelven meros ejercicios retóricos. La mayoría de los ugandeses prefieren evitar la fatiga. Y, con el toque de queda implícito, se vuelcan a su mundo interno. Ese que la cuarentena terminó de sellar a cal y canto, y que el Mundial apenas pudo entreabrir un instante. 

Quizás sea el aire enrarecido por la seca, pero nadie sabe explicar qué es lo que pasa. Hablar de las restricciones externas, del bimonetarismo, del desbalance fiscal, de la debilidad del mercado interno, de la deuda con organismos multilaterales de crédito, esos Grandes Clásicos Argentinos, no alcanza. Esto es más extraño.

El desempleo es casi inexistente. Pero 9 de cada 10 argentinos ganan menos que el valor de la canasta básica. Los nacidos con la Convertibilidad vivimos nuestra primera Copa del Mundo y nuestra primera inflación de tres dígitos. Ahora ya tenemos nuestras historias para contar. 

En el panorama incierto, hay una certeza. El cronograma electoral. Todos los meses un poco: las listas provinciales cierran el 12 de mayo, las nacionales el 24 de junio. El 16 de julio se van a dar las PASO santafesinas y el 13 de agosto las PASO nacionales. Las elecciones generales de Provincia son el 10 de septiembre y las de Nación el 22 de octubre. Y si hay balotaje, es el 19 de noviembre.

Como se ve, es una seguidilla. Un partido por mes a partir de mayo. Con el correr de las semanas vamos a ir gastando mails para analizar las internas, los chismes, las predicciones y las chicanas de los días previos. Ni hablar de llevar adelante una de las pasiones ugandesas: hablar con el diario del lunes.

Por lo pronto, hoy terminamos. Pero antes de irnos queremos contarte que nuestro newsletter se hace más grande. 

Creemos que las cosas, para que se hagan bien, hay que hacerlas a fondo y en banda. Y estamos orgullosos de tener cuatro cabalísticas incorporaciones. Se trata de Martín Stoianovich, Sofía Di Fulvio, Santiago Beretta y Sol González. Que van a traer a nuestras siestas de los lunes su pluma, sus inquietudes, su agenda y sus obsesiones, para seguir intentando entender qué carajo es Uganda.

Quizás sea perder el tiempo, pero el tesoro se hunde. Por eso estamos de nuevo acá.

Opuestos y complementarios

Llegamos al final. Es un diciembre atípico: altas temperaturas, Mundial y una sequía histórica que impactó de lleno en el sector protagonista de esta historia.

Retomemos una imagen: 31 de marzo de 2008, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno. Cristina lanza la frase maldita: “El otro día charlaba con alguien y me decía que la soja es, en términos científicos, prácticamente un yuyo que crece sin ningún tipo, digamos, de cuidados especiales”.

A partir de ahí, todo fue caos y confusión. Un juego de incomprensiones mutuas.

El kirchnerismo nunca se molestó en entender al agro, del que se nutrió para dar forma a su versión antipejotista del peronismo. Y el campo, que había terminado por aceptar del peronismo lo que tiene de conservador, nunca pudo tragar esa versión progresista que encarnó el kirchnerismo.

Pero, hagamos presente. ¿Cuál es el modo agro de la crisis actual?

El esquema es más o menos el siguiente: durante el invierno se cultiva trigo. Al llegar el verano, una vez que se levanta la cosecha del cereal, se siembra la soja. Combinado con el maíz, es el esquema de rotación que permite una mejor conservación de los suelos.

Esta temporada, con tres años de sequía acumulada, la falta de humedad del suelo retrasó los tiempos de siembra. Los productores harán menos maíz, que es más caro y riesgoso. Y mucho de lo perdido por la seca, se volcará a la soja.

Cuando la ventana temporal se acorta y la soja queda como único cultivo, la exigencia del suelo es mayor. Se reponen menos nutrientes. Y se afecta la producción de leche y carnes, que usan maíz como principal insumo. 

Es decir, todo lo que se llama sojización.

Los buenos viejos tiempos

Esto mismo sucedió durante el boom de los commodities, que en Argentina fue, más bien, un boom sojero. El esquema de retenciones desalentó la producción de maíz y trigo, y los productores se volcaron al cultivo que ofrecía mejores precios a menor riesgo: la soja.

Para el campo el 2001 fue la noticia de un país. La modernización de los 90’ que armó el nuevo mapa productivo se agotó junto a la Convertibilidad. El despedazamiento también le tocó al agro. A través de una de las vías principales: la crisis bancaria. Hipotecas y quiebres de las cadenas de pago. 

Una de las primeras acciones de Néstor Kirchner fue el salvataje de las hipotecas con el banco Nación. Y la relación con la Federación Agraria, numen de esos productores eximidos del remate, le garantizó un clima de sosiego y recuperación basado en la mega devaluación previa.

De esas cenizas germinó un ciclo de expansión inédito, que hizo uso de los avances tecnológicos de la década anterior. Era la noticia de un mundo que demandaba los commodities que la Argentina ofrecía.

El negocio cerró para todos durante varios años: el crecimiento generó una masa de recursos vía exportaciones que financió una ampliación como nunca antes de las políticas sociales. Y el beneficio para los productores fue tan significativo que hacía tolerable las exigencias distributivas.

Los derechos de exportación, que habían regresado con el decreto 310/02 durante el gobierno de Duhalde, iniciaron con alícuotas de 10 por ciento para trigo y maíz, y del 13,5 por ciento para soja y girasol. En abril del 2002, los porcentajes subieron a 20 por ciento en cereales y 23,5 por ciento en oleaginosas.

Kirchner mantuvo ese esquema durante casi todo su mandato. Hasta comienzos de 2007, cuando llevó las retenciones al grano de soja a 27,5 por ciento y a los subproductos a 24 por ciento.

Luego de las elecciones de ese año, con el triunfo de Cristina y antes de culminar su mandato, Néstor elevó un poco más las alícuotas: el maíz pasó al 25 por ciento, el trigo al 28 por ciento, el girasol al 32 por ciento y la soja al 35 por ciento. Las harinas y aceites de soja tuvieron un diferencial de 3 puntos porcentuales menos.

El objetivo era reducir los precios internos, mejorar la distribución del ingreso y lograr un mayor valor agregado. Pero el mundo no era el mismo: se avecinaba una crisis internacional que erosionaría los cimientos del modelo de crecimiento con inclusión.

El campo, el gran aliado silencioso, alcanzó su umbral de tolerancia. Lo que hasta ese momento habían sido pataleos idiosincráticos se transformaron en oposición franca. El ciclo de crecimiento que alcanzaba para todos, se había terminado.

Campo de batalla

Hay un factor paralelo que explica lo que sucedió aquel marzo de 2008, cuando tras un nuevo aumento de las retenciones, la concordia entre kirchnerismo y campo voló por los aires: el empoderamiento de Clarín.

Recordemos: antes de irse, Néstor aprobó la fusión de Cablevisión y Multicanal que hizo del multimedio la principal empresa de telecomunicaciones del país. 

Hasta el 2007 el acuerdo era total: mientras el gobierno recomponía el poder, el campo activaba toda su potencia para arrastrar la maquinaria del Estado hacia la recuperación de sus capacidades básicas. La cesión a Clarín inventó al monstruo que devoraría a su creador. La economía política del nuevo siglo que permitió mayores grados de autonomía estatal resultó engullida por su lógica interna.

Con la decisión de Cristina de elevar el porcentaje y aplicar el esquema móvil de retenciones en el marco de la crisis financiera internacional, los que antes acompañaron sin chistar, comenzaron a gritar. Y tuvieron dónde hacerlo: el Gran Diario Argentino se transformó en la tribuna por excelencia del antikirchnerismo.

La guerra entre Kirchner y Magnetto pasaría a definir la década que se abría. El gobierno kirchnerista se aisló de sus viejas alianzas y el Estado se encontró con sus propias deficiencias obligado a adoptar funciones cada vez más defensivas.

Para el sector más dinámico de la economía nacional, que se había retirado para hacer plata durante los primeros años del nuevo milenio, el 2008 fue una aventura callejera. Corte de ruta y asamblea.

Una parte del sector agropecuario había reconocido a Kirchner para llevar adelante un proceso de recuperación económica y ordenamiento fiscal. En 2008, ante los primeros síntomas de agotamiento del ciclo internacional, el campo se unificó y se plantó en seco. Fue el primer paso de las fricciones por el financiamiento del déficit, un clásico hasta la actualidad.

También significó el encuentro del campo con su propia gente. Los gringos en las rutas le mostraron a la oligarquía terrateniente la realidad del interior. La alta dirigencia rural y la alta dirigencia política se asombraron por el mismo fenómeno: miles de pequeños chacareros, contratistas, comerciantes y ciudadanos agolpados en las rutas y reclamando por una dignidad que sentían mancillada.

El campo se politizó de golpe: quemó gomas, ganó representatividad, rosqueó con legisladores, fue convocado a los estudios de televisión, copó como tema las sobremesas de los argentinos, y ganó la pulseada legislativa.

Esa euforia se diluyó en un sinfín de desarreglos y derivaciones con un puñado de dirigentes metidos en el “sistema político” y una base electoral en la República del Centro que fundamentó la emergencia de una alianza que se llamó Cambiemos y llegó al gobierno en 2015.

Lo que quedó fue la Grieta como principio ordenador de la política.

No todo lo que brilla

En tres décadas la soja pasó de ser una curiosidad botánica a instalarse como el motor de la economía argentina. Implicó una expansión de la frontera agrícola, pero sobre todo fue una reconfiguración de la estructura productiva con cambios en el uso del suelo, las modalidades comerciales y las prácticas de ahorro e inversión: una nueva mentalidad del campo que combina tradiciones diversas.

En 1991/1992, las oleaginosas representaban el 42 por ciento de la superficie sembrada y el 37 por ciento de la producción. En 1996, durante un gobierno peronista, se aprobó el uso de los transgénicos y se allanó el camino para la expansión de la siembra directa. Una nueva revolución productiva estaba en marcha.

Para la temporada 2009/2010 se alcanzaron los 52 millones de toneladas, más que el trigo, el maíz y el girasol. De ahí en adelante, la realidad de la soja cambió: la producción se estancó. En la campaña 2021/2022 el volumen final fue de 43,3 millones de toneladas, un crecimiento respecto a la temporada anterior, pero un 8,5 por ciento menor que el promedio de las últimas cinco.

El grano es el componente esencial del orgullo del campo argentino. El suelo provee el 98 por ciento de los alimentos que se consumen y los sojadólares que son la moneda fuerte del interior del país. Los gringos usan los granos para pagar alquileres y comprar bienes y servicios. Y el gobierno los demanda para pagar la deuda y frenar las corridas devaluadoras.

El 2001 puso el “que se vayan todos” como un límite al sistema institucional del que salieron dos versiones políticas que procesaron el estallido a su manera. El 2008 fue una réplica de ese colapso, pero ya no desde la estructura político-institucional, sino desde su fundamento económico. El chacarero fue el ahorrista de esa gran caceroleada federal.

El conflicto por la 125 marca el fin del idilio de la balanza comercial y el comienzo de los padecimientos de la cuenta corriente. La formación de activos externos, el símbolo máximo del descreimiento. La aceleración de la salida de capitales implicó el peor escenario desde el 2001 y culminó en la aplicación del primer cepo en 2011, tras la corrida cambiaria.

Como el 2001, el 2008 también fue partero de generaciones. Parió a una camada de militancia juvenil urbana durante la década del 2010 e impulsó al kirchnerismo después de Néstor, pero también dio a luz a una serie de jóvenes menos visibles que iniciaron una renovación dirigencial en el agro que vigorizó los cambios tecnológicos y organizacionales, y acentuó la digitalización. La enésima revolución del agro

El cristinismo, como kirchnerismo póstumo, encontró en el campo lo mismo que el campo encontró en el kirchnerismo: un polo de adversidad que ayudaba a identificarse a sí mismo. Se necesitaron mutuamente para saber que eran lo que creían ser.

Pero tenemos que cortarla por ahora. Queda mucho por contar. Ya habrá mejores ocasiones. Porque hasta las historias más pasionales terminan por cansar cuando se repiten tanto.

Gracias por acompañarme. Que tengas buena semana.  

Ese empate arreglado

Hola, ¿qué tal? Mi nombre es Sol González de Cap y soy economista. Antes de que cierres el newsletter te aclaro que vamos a hacer un uso responsable del recurso de datos y gráficos. Vengo invitada por el ugandismo en un mes muy especial en nuestro país, diciembre, para hablar de algo que si sos muy joven tal vez no viviste, pero que marcó a mi generación: el 1 a 1.

Una casa que no estaba en orden

Es imposible entender el cambio de época que significó la convertibilidad sin leer de donde se venía: la vertiginosa economía de la segunda mitad de la década del 80’.

El gobierno de Raúl Alfonsín asume en un contexto de fervor social. En su espalda descansaba la enorme expectativa que el pueblo argentino había depositado en la recuperación democrática. Sin embargo, la economía heredada de la dictadura -junto con una praxis política que hoy no es nuestro objetivo analizar – ponía serios límites a la búsqueda de un crecimiento económico armonioso.

Una de las principales condicionantes para el despliegue de la política económica fue la abultada deuda externa contraída en los años previos, que alcanzaba a comienzos de 1983 los 45 mil millones de dólares (a la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos).

El acuerdo con los organismos internacionales acreedores marcó la agenda del gobierno alfonsinista que intentaba, vanamente y en simultáneo, resolver el problema de la inflación y mejorar el poder de compra de una golpeada clase trabajadora.

La historia es conocida: al plan Austral le siguió el Primavera. Los planes de shock diseñados por Sorrouille y su equipo del Quinto Piso lograban estabilizar los precios por un tiempo, pero luego caían en desgracia. Con cada intento fallido, la confianza en el gobierno radical se iba socavando. Así es que en enero de 1989 actores económicos de peso, a través de una corrida cambiaria, provocaron la devaluación del austral, la moneda de curso legal que había reemplazado al peso. El salto del tipo de cambio echó leña al fuego: la hiper estaba en marcha. 

Los impotentes intentos de los funcionarios alfonsinistas por encaminar la situación económica pasaron a la historia con la frase de Pugliese “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”. En esos meses los precios subieron diariamente en porcentajes altísimos, y la inflación mensual que en enero había sido del 9,5% en mayo ya era del 80%.

El clima social volaba por los aires, y surge la iniciativa de adelantar a mayo las elecciones previstas para el mes de octubre. Sin saberlo, con esa decisión el padre de la democracia se estaría salvando de convertir la salida en helicóptero de la Rosada en un clásico del radicalismo. Así es que el segundo domingo del mes de  mayo del 89, un riojano patilludo bastante desconocido se impone en las urnas y, unas semanas después, asume como presidente.

Un invento argentino 

Si bien el concepto de “ancla cambiaria” para los precios o la noción de “caja de conversión” está en la bibliografía obligatoria de cualquier plan de estudios de economía, la idea de fijar por ley una paridad entre la moneda nacional y el dólar no tiene precedentes en el mundo.

En esa receta jugó algo de la impronta argentina, reacia a los puntos medios y propensa al impacto mediático. Pero el elemento central fue la necesidad de encontrar una solución duradera a la situación inflacionaria que atravesaba el país en los meses previos a su puesta en marcha.

Muchos de nosotros creemos que nos hemos adaptado a vivir con alta inflación. Este año, la variación del índice de precios al consumidor acumula a septiembre un aumento del 88%. Los efectos que este nivel tiene sobre la actividad económica ya se empiezan a sentir. Y todos, desde el empresario que tiene que reponer stocks y fijar precios hasta quienes tenemos que organizar nuestros gastos, sentimos que se nos desorganiza la vida. ¿Te imaginás, entonces, vivir con una inflación de 3.046% anual? Yo no. Pero este extracto de “Vivir con hiperinflación” de Tomás Eloy Martínez permite graficarlo:

“La gente ya no iba a los hospitales por falta de dinero para el autobús. El presidente aconsejaba que se usaran las bicicletas. Al marido de Santa le pareció tan buena la recomendación que consiguió una prestada para viajar hasta las oficinas donde trabajaba como peón de limpieza, a 20 kilómetros de su casa. En el supermercado, Santa recorrió los estantes en busca de los comestibles cuyos precios no habían sido remarcados. Descubrió que los huevos cascados o con grietas se vendían a 280 australes la docena y decidió darse el lujo de llevar media. Compro un paquete de fideos a 138 australes, y luego de vacilar apartó seis cubitos de caldo concentrado que costaban medio dólar. Por los altavoces del supermercado una voz monótona describía el movimiento ascendente de los precios. Había dos largas colas junto a la salida, y Santa calculó que cuando llegase a Claypole sería noche cerrada.” (Julio de 1989)

Tasa de inflación en Argentina, de 1974 a 2020.

Los programas de estabilización y los ministros volvieron a desfilar por los medios. El plan Bunge y Born, y el Bonex, repetían los fracasos ya conocidos. Hasta el 27 de marzo de 1991, día en el que se sanciona la “ley de Convertibilidad”. 

La paridad fija entre el peso y el dólar generó, para sorpresa de muchos escépticos, resultados casi inmediatos. Apenas unos meses después, la inflación inercial ya no existía y Argentina lograba vencer el crónico mal que lo había aquejado por medio siglo. 

Naturalmente, el rotundo éxito de los primeros meses habilitó el entusiasmo, se llegó a decir que no solo el 1 a 1 duraría para siempre sino que el modelo argentino sería emulado por potencias mundiales y constituirá un hito en la historia de los sistemas monetarios. 

Durante los primeros años, la economía crecía en promedio al 8% anual, el desempleo bajaba, la clase media viajaba al exterior y volvía con las valijas cargadas. Nuestra generación, la de los “hijos de los 90” tiene grabada en la retina las imágenes de la época: los autos de lujo y las 4×4, las canchas de paddle y los todo por $2, las cámaras Kodak, los minicomponentes y walkmans Sony y la pizza con champagne.

Lamentablemente, la mala noticia es que la magia no existe. Ese empate arreglado entre el peso y el dólar sólo podía sobrevivir a costa de grandes ofrendas: las empresas públicas, los fondos jubilatorios, la industria nacional y la soberanía.

Los productos importados terminaron por destruir una industria nacional que ya venía a la baja, y para financiar esas importaciones, comenzó el remate de empresas públicas como Aerolíneas Argentinas, Entel, YPF y Obras Sanitarias. El endeudamiento público y privado financiaron durante esos años el enorme déficit de la balanza comercial generado por las importaciones. La paridad se hacía insostenible, pero nadie quería ser el último que apague la luz.

Llegando al fin de esta historia, no podemos dejar de mencionar aquel diciembre de 2001, del que este año se cumplen 21 años. El costo político que implicaba el abandono de la convertibilidad era tal, que impuso a los candidatos a presidente a prometer que no abandonarían el tipo de cambio fijo establecido por ley. Esto llevó al gobierno entrante a instrumentar todo tipo de políticas, que no fueron suficientes para el FMI, y decidió retirar su apoyo e interrumpir sus desembolsos. El resultado fue el corralito. La clase media terminó de dar mecha a un clima social enardecido, con índices de pobreza y desempleo sin precedentes.

Los 80’ fueron “la década pérdida”, el kirchnerismo “la década ganada”. Pero ¿qué fueron los 90’? En ésta búsqueda, me encontré con una definición: “La década que amamos odiar”. Quizá lo atractivo de aquellos diez años esté en sus contradicciones, porque es justamente eso lo que lo hace visceralmente argentino.

Hasta la próxima.

Ave fénix

Hola, ¿cómo estás? ¡ A vivir que son dos días !

Esta historia comienza hace dos semanas. Es viernes y estoy dando vuelta por Instagram. Me sumerjo en las stories. Voy pasando el dedo con desgano. Mi atención en este momento del año es como la de Dory de Buscando a Nemo. En eso veo que una cantante de Rosario, a.k.a @brunellalatia comparte un video que comienza con una pregunta: ¿Podés fundar una empresa en Argentina? ¿Y encima siendo de un barrio humilde?

En el video, aparece la locución de Tomás Machuca, un joven de Barrio República de la Sexta. Ese barrio que yo veía desde el parque Urquiza todos los días de chiquito cuando iba al parque a dar una vuelta con mi perra. Que después conocí de grande cuando crucé para filmar un documental. Y en el cual terminé viviendo, claramente en su zona más residencial, cuando me fui a vivir solo.

En la locución me llama la atención la entereza de su voz. Lo convencido que se lo escucha hablando de su proyecto. En su discurso hay un re-pensamiento a la hora de hablar sobre su territorio. Las problemáticas y las demandas actuales de vivir en un barrio popular. Pero también hay una lectura sobre la importancia del ecologismo y el impacto en la vida de las personas y, sobre todo, una invitación a hacer. La estrategia de comunicación que ideó cumplió su cometido: ganarle al algoritmo, que muchas veces, privilegia mostrar otros contenidos.

Al día siguiente le mando un mensaje por Instagram. Lo quiero invitar a la tele para hacer una entrevista. Hay que seguir ganándole al algoritmo. El me responde al rato y me dice que sí. Entonces coordinamos para el martes. Le pido fotos, logos, videos de su marca y pasamos a hablar por WhatsApp. Le pregunto si quiere venir acompañado porque por cuestiones de seguridad tengo que pasar nombres y apellidos en la portería de Telefe. Entonces ahí me escribe: ¿Puedo ir con mi mamá? Jajaja, re mimado el pibe. La ternura es total y justo Bizarrap saca la última sesión con Duki: “Cumplí mi misión de rapero le compré a mamá la casa que quería”, reflexiona en uno de los momentos más emotivos de la canción.

La entrevista la hacen Cecilia, la conductora, y Bianca, la panelista de deportes. Transcribo algunos fragmentos para escuchar su historia. Pero también después del newsletter, si quieren verla, pueden hacer click acá.

¿Cómo nace la idea de hacer esto?

Cuando yo jugaba al fútbol en Tiro Suizo en el 2016, en un entrenamiento me dieron una patada y me rompieron las canilleras que tenía. Como las había comprado hace poco y en casa no nos sobraba la plata para comprar otras, busqué la forma de hacer unas caseras. Navegando un poco entre tutoriales de internet, encontré como hacer unas con un balde. Agarré uno que estaba tirado en mi casa, lo corté con una sierrita, las moldié con un secador de pelo y le imprimí un diseño que había hecho en Paint en un cyber. Y al siguiente partido cuando las llevé armadas, los pibes del club me preguntaban dónde las había comprado, y yo por vergüenza les dije que me las había comprado un tío en Buenos Aires. 

¿Y funcionaron?

Sí, las tengo guardadas hasta el día de hoy como recuerdo. Entonces en el 2019 me picó el bicho del emprendedor y pensé que podía probar algo con esa experiencia.

¿Ahora las que hacés con que material están hechas?

Las canilleras de ahora están hechas con tapitas de gaseosas que juntamos de distintos clubes de la ciudad. Por cada par que vendemos, entregamos otro de recompensa por tomar una acción responsable con el medioambiente. Las canilleras son un elemento con el cual empoderamos con conocimiento a las comunidades, no solo un producto.

¿Cómo es que aparece ese bichito de emprender?

Desde chiquito fui incentivado por mi familia, mi mamá y mi papá para hacer estas cosas. No me sentía muy cómodo en la escuela. Y siempre andaba probando. Armar algún negocio, crear algo. Y esto para mi fue como encontrar un propósito, hacer un producto que me genera satisfacción.

¿Por qué se llama Fenniks el emprendimiento?

Por la leyenda del ave fénix. Que renace de las cenizas para volver a volar. Es la filosofía que tomé para hacer las primeras canilleras con el balde. Y el nombre está con doble k y no x porque está traducido al esperanto. Lo que buscamos es hacer de Fenikks un movimiento global. Buscamos hacer algo invitando y no imponiendo, no pensamos en una ley para prohibir algo, sino que mediante gestos cotidianos queremos hacer un cambio real.

Antes de cerrar este newsletter se me vienen a la cabeza dos imágenes. La primera tiene que ver con un límite y la segunda tiene que ver con una experiencia.

Nací en el barrio Martin. Montevideo y Chacabuco. A una cuadra de Pellegrini. A media del parque Urquiza. El límite estaba, está y estará ahí. Porque desde Cochabamba, es decir dos cuadras más allá, arranca lo que es el barrio República de la Sexta. Pero es sobre la Avenida y también desde el fondo del parque desde donde se ve el puente, que en algunos momentos, más que la unión entre dos lugares, fue la separación entre dos mundos contrapuestos.

Porque los únicos que siempre cruzaban ese puente eran los del barrio pobre. De un lado uno de los parques más cuidados de la ciudad, del otro, el abandono -en parte- por el Estado y el Mercado. Y por ese abandono, también, la preocupación por la delincuencia y la desprotección. Todavía, algunos días, hay un patrullero al lado del Parque. Dos o tres uniformados haciendo un poco de alarde para la tranquilidad de la vecindad que sale a pasear sus perros de raza o para los grupos de running que hacen sentadillas bajo la sombra de un árbol frondoso.

Pasaron muchos años hasta que un día, gracias a formar parte de un equipo de filmación de un documental sobre la historia de vida de un poeta de ese lado de la ciudad, me animé a cruzar caminando y vivenciar, al menos por un rato, y unos días, la experiencia de estar del otro lado del puente. Donde no hay policías para protegerte, ni tampoco perros de raza, ni gente haciendo ejercicio para llegar en forma al verano. Lo que hay es un descampado para jugar a la pelota, pibes y pibas corriendo todo el día, y al fondo un grupo de casillas y pasillos con los hogares del barrio.

La segunda imagen tiene que ver con una situación muy parecida a la que contó Tomás para hacer sus canilleras. De pibe jugué al fútbol en un club. Y en mi memoria tengo el recuerdo de algo que siempre me llamó la atención. En la Rosarina, la liga en la que nos tocaba jugar, era obligatorio sí o sí usar canilleras para que te dieran el aval para disputar el partido.

El árbitro, antes del inicio, miraba con detenimiento las medias los jugadores para chequear que todo estuviese en estado correcto. Estos referís tenían que ser fuertes, porque en los lugares donde les tocaba dirigir, si no lo eran, se los comían crudos en cinco minutos. En contextos donde un error arbitral puede llegar a poner en peligro tu integridad física. Con estos pequeños actos se aseguraban el mote de personas respetables, jerárquicas y fuertes. 

En un partido contra Río Negro me había olvidado mis Wilson blancas y negras en la mesa de mi casa. Cómo jugaba de delantero, de vez en cuando me habían zafado de un golpe duro. En ese momento, la angustia fue muy grande, y hasta pensé que iba a perderme el partido. Pero uno de mis compañeros me mostró lo que hacían él y otros a escondidas, que no tenía ni la suerte ni la plata que tenía yo para comprarse un par de canilleras.

Con unos cartones de cajas que encontraban en la puerta del supermercado cerca del club, se habían hecho sus propios pares, y hasta le habían escrito con fibrones sus nombres. Entonces, en ese momento, los pibes salieron a dar una vuelta por el campito del club, encontraron una caja y con eso recortaron dos pedazos y los moldearon para que pudiera usarlas y jugar. 

Ese partido jugábamos contra el puntero. Si ganaban salían campeones. Si perdíamos nos íbamos al descenso. Empezamos ganando dos a cero en los primeros minutos del partido. Había metido el primer gol y una asistencia. No lo podíamos creer. Aguantamos así hasta el final del segundo tiempo cuando un pibito al que apodaban Diez, de vincha roja y cara de malo, nos metió dos bombazos seguidos en menos de cinco minutos. El resultado fue un empate pero fuimos felices, fui feliz.

Después de ese partido, no quise más usar mis canilleras Wilson. Quería usar las de cartón pero no solo por mi desempeño en el partido y el hábito cabulero que me habita hasta hoy. Sino porque eran más cómodas, y sobre todo, me las habían hecho mis amigos.

Pienso que entre el puente que separa al barrio Martin del barrio República de la Sexta y la historia de las canilleras de cartón que usé para ese partido, está la historia que me une con Tomás. Un joven que supo cómo atravesar ese puente con ingenio. La imaginación al poder. Un pibe que pudo darle una vuelta más a su experiencia. Que desde y con la adversidad en sus canillas supo cómo vencer al destino. Desde el trabajo. Con una computadora, con las nuevas oportunidades que aparecen en el mercado laboral. En un proyecto enmarcado en la economía circular, nuevas palabras, otras maneras de entender el futuro. Un emprendimiento situado en un contexto complejo pero que quiere ser mucho más que sólo su contexto. En el relato de Tomás no hay romantización de la pobreza, ni apología al pobrismo, hay un pibe que quiere demostrar que hay nuevas y mejores formas de hacer negocios.

 Hasta el lunes que viene. Ganemos, después vemos.

Las ciudades de Dios


Mandamiento N°5: Difundir los milagros de Diego en todo el universo.

Buenos días, ¿Cómo estás? Feliz navidad para vos.

Año 33 d.D

En una casa de familia suena el teléfono. Atiende un joven de apenas 17 años. Del otro lado, su padre le dice que lo lograron. La gran hazaña está hecha. Que en unas horas vuelve de Buenos Aires a Uganda, y lo hará con el contrato debajo del brazo. El contrato con la firma de Dios. 

El que recuerda es el periodista Emiliano Cattaneo, hijo de Walter, el presidente de Newell’s Old Boys que logró que, en el 93, Diego Maradona vistiera al menos en cinco partidos los colores del parque. Pero más allá de eso, logró que Dios pise Uganda durante algunas semanas. 

En plena primavera menemista, Héctor Cavallero ocupa el lugar de poder en una Uganda que no era lo que es ahora. Según Cattaneo aún guardaba el aspecto de interior, de intimidad, una especie de paraíso, pero con diversión. Noche, mucha noche, pero oculta. A eso, y otras cosas, Emiliano le atribuye la llegada de Diego. La falta de testigos. La posibilidad de guardar un secreto. La mística de las calles en silencio y los bares con vidrios oscuros o sin ventanas. No había testigos, y eso, al Dios sucio, le gustó. 

Lo adjetivo así porque si hay algo que decir del Diego, es que es el hombre de las mil vidas. A Uganda llegó el Dios golpeado, conquistador de Europa, el que burló a los verdugos de nuestra independencia con un gol ilegal, el que fue verdugueado, a su vez, por los excesos. El que intentaba recomponerse tras una salida un tanto escandalosa del Sevilla, pelea con Bilardo mediante, y más. Con un mundial que se acercaba y un sueño que se renovaba en su cabeza.

Por otro lado, para Roberto Garcia, la figura del Diego que llegó a Uganda fue la politizada. Trajo lo aprendido del sur de Italia, también de sus tropiezos, y en concordancia con una época con épica, un espíritu revolucionario y contestador. Puteador del Vaticano y de la FIFA. ¿Qué ciudad le correspondió a este Diego? La Uganda en la que ya se empezaban a notar los primeros indicios de organizaciones sociales, en la que había pobreza y una desocupación en aumento, las miles de bocas de Graciela Sacco que denunciaban el hambre, y la vida entre pizza y champagne con los mediáticos en la TV de todas las casas de familia. Maradona no fue un crítico de esto, pero su presencia en la ciudad fue un combustible para el espíritu de miles de personas que deseaban encontrar un poco de fe. 

Roberto consiguió hacerle una nota para la revista Cablehogar. Me cuenta que cuando le pidió una foto para ilustrar la nota y el fotógrafo se puso en posición, Diego le dijo que esperara. Y mandó a llamar a Don Diego para que participara de la imagen. “Llamá al papi para que salga en la foto”. 

Entre tantos análisis coyunturales, me olvidé del otro Diego: el sensible. El casi niño. El pelusa. Ese también llegó a Uganda. Y trajo consigo alegría y algo de esperanza. Tocó miles de corazones que demostraron su amor cada vez que pudieron. Y lo siguen haciendo.

Diego dejó millones de símbolos por todo el mundo. Símbolos interpretables hasta el cansancio. La devoción de los fieles es criticada por muchos. Muchos de los cuales nunca tiran la piedra porque no están libres de pecado. La crítica viene por todas esas otras vidas que vivió Diego. Y para mí, eso también es parte de la religión.

Año 38 d.D 

En 1998 Hernán Amez y Héctor Campomar fundaron la Iglesia Maradoniana. Esa que, en el marco del nacimiento de Diego, festeja la navidad desde 1998. También las pascuas en cada aniversario de los goles a los ingleses. La celebración de algo tan extraordinario como lo es la resurrección. 

Fue creada en Uganda, luego de que los dos mencionados, al cruzarse por la calle en zona sur, un 30 de octubre, se miraran y sin dudarlo se desearan una feliz navidad. En 2001 celebraron una de las primeras navidades con muchas más personas: ya eran 120. Este año, la nochebuena se celebró en el club Servando Bayo, con música, regalos y la cuenta regresiva para el brindis de las 12, cuando se cumplió un aniversario más de la llegada de Diego.

En dieciocho años captaron a más de 500 mil fieles en más de 60 países. Incluso puede verse el video de la celebración de un casamiento maradoniano en México. También realizan bautismos y llevan como santo texto a la biografía de Maradona.

Se puede ensayar una explicación al hecho de que fuera acá que se fundó el culto, pero probablemente le erraría porque depende de a quién le preguntes. Quizás en esta ciudad que respira fútbol hay miles de razones. Quizás fue porque nos gusta ser los primeros de algo. Quizás, porque se necesitaba un santo al cual rezarle.

Año 24 d.D

Leí por ahí que el bar Nilo, un local tradicional justo en el centro de Nápoles, cuenta con la presencia de una graciosa reliquia. Un pequeño altar de tonalidades azules con un “sagrado cabello milagroso” de Maradona, objeto de peregrinaciones de hinchas y apasionados del fútbol, exhibido junto a un frasquito supuestamente lleno de lágrimas vertidas por los napolitanos en el momento de su despedida. Cada vez que veo por las redes sociales que un conocido viajó a Nápoles, me muero de ganas de estar ahí y le pregunto mil cosas. De todas las ciudades de Dios, siento que esa fue una de la más suya.

Nunca me voy a olvidar del día que conocí a Mario. Un napolitano que venía del sur de Italia a hacer unas pasantías, una especie de intercambio cultural y formativo a Poriajhú. Lo primero que recuerdo fue preguntarle por Diego. Si realmente es así como nos han contado. Si lo consideran el emblema de la batalla contra el norte de la Italia rica. Y él nos preguntó si acá somos tan maradonianos como se dice. Al final del viaje, respondimos afirmativamente a todas las preguntas. Si, somos maradonianos. Y si, allá en el norte italiano de obreros y cordones industriales, también necesitaban un Dios al cual pedirle.

Año 62 d.D

Todas las ciudades de Dios. Todos los Diegos, el Diego. Buenos Aires, Nápoles, Sevilla, Barcelona, Uganda. Diego llevaba consigo la impronta de Dios a ciudades olvidadas. Y, quizás en Uganda significó eso: la dulzura del secreto y la posibilidad de jugar tranquilo, pero también la sensibilidad que lo llevaba a abrazar las improntas de los pueblos. Pero, como dice la frase, no importa tanto lo que el camino hizo con él, ahora que ya no está, sino lo que trasciende: lo que hizo con las ciudades por las que pasó.

En las últimas semanas, la cuenta de Instagram del diez, se limpió. Borraron todo indicio, todo signo del Maradona politizado. El del tatuaje del Che, las visitas a Néstor y Cristina o la presencia en el “No al ALCA” con Chávez. 

Las ciudades nunca son puras y castas. Son sucias. Son bellas. Tienen contradicciones. Empujan amores y odios. Pasiones y angustias. Vida y muerte. Nos gusta pensar a Uganda desde esa lectura: no es una sola, son muchas. Y el Diego también lo fue. Por eso, pensar a qué Uganda llegó Él, no es tarea sencilla. Elegirás a qué salvador rezarle, desde la Uganda donde te persignes. 

Honrar los templos donde predicó y sus mantos sagrados. Ese es uno de los diez mandamientos de la Iglesia Maradoniana, y es un poco lo que intenta hacer esta entrega. Si por Uganda pasó Dios, hay que honrarla por lo que es y reconocer que alguna vez, quizás, no fue sólo una ciudad olvidada.