Después de un verano tan intenso como extenso, estamos de vuelta. Los amistosos de la Selección marcaron el fin definitivo de la fiesta. Arrancó 2023, un año corto que se multiplica. Determinará, al menos, cuatro.
El calendario electoral está por comenzar. Se van definiendo las expectativas económicas y álmicas, condicionadas por la peor sequía de la historia. En la macro este el momento en el que debería ingresar la que no va a ingresar. En lo micro cada cual va concluyendo el armado de la intrincada red de laburos, changas, emprendimientos, curros y pasatiempos que van a llenar nuestras horas y bolsillos de acá a noviembre.
Y decimos bien, noviembre, porque este año que arranca tarde termina temprano. Diciembre, si alguna vez llegamos, es terra incognita. Queda en otra época. Hacia allá vamos.

Hace unas semanas una nueva escala de sustismo rompió la monotonía. La palabra narcoterrorismo llegó a la boca de los funcionarios. Pero nosotros lo advertimos un tiempo antes: no es correcto pensar que el chancho es el chacinado. Los riesgos son varios. El peor error es apurarse.
La irrupción de lo terrible cobra volumen en esta película incoherente que todos vemos y nadie acierta a explicar. Y se proyecta en imágenes que resumen en cámara rápida todos los vicios que nos habitan. Compactos televisivos, material didáctico para ilustrar una Uganda para porteños.
Nuestra ciudad, se sabe, es un caso para el estudio. Corroborando la ley de Say, acá las demandas se configuran en torno a la oferta. En cuestión de minutos se agotan las entradas para viajar a la Metrópoli a ver shows internacionales. Al mismo tiempo levantan a un pibe al azar y lo rematan como forma de dar un mensaje narco. Es la crisis donde todo el mundo se gasta la plata sin pensarlo demasiado: Coldplay, Brasil o la contratación de un sicario. El precio de la vida es menor al costo de una muerte.
Sobran los pesos y sobran los miedos. Esa costumbre de andar especulando. En Uganda los males se condensan y se hacen noticia. Para volver a disolverse. Dejando la sensación, agobiante, de que nadie sabe bien qué hacer. Y, además, nadie tiene muchas ganas de hacer nada.
Los que tienen responsabilidades se pasan la pelota por mera rutina. Como si el victimismo, tras haberse apoderado de las ciencias sociales, se hubiera traspapelado también en los manuales de conducción política. La autoridad se desvanece y las voluntades responsables asumen con orgullo su impotencia. Los dirigentes ugandeses adoptaron un estado de demanda permanente. Nuestra ciudad se volvió la novia tóxica del país: te dice que si no la cuidás se mata.

El intendente Pablo Javkin eligió hacer fitismo. Y canta su letanía cada vez que puede, pidiendo auxilio por los pobres corazones que matan. Si estamos en emergencia, que se note. Y si la cosa sigue empeorando, mejor. El confort del idiota que dramatizó Capusotto vuelto praxis estatégica.
En el Palacio de los Leones consideran que este enfoque no solo es correcto, sino también digno: dentro del abanico de posibilidades institucionales y capacidades políticas, ¿qué otra cosa podría hacer? Lo cierto es que la estrategia testimonialista desnuda una trampa: no hay sitio más indefenso que aquel en el que su líder sólo sabe pedir ayuda. Peor que un funcionario indolente es uno incapaz.
Eso parece entenderlo Omar Perotti, del que los ugandeses recelan por no tener su atención. Uno y otro se desentienden entre sí. El gobernador despliega sólidos balances fiscales y obras de infraestructura que emocionan el espíritu del Interior. Pero Uganda reclama con urgencia volver a ser el centro de una provincia en la que no es capital.
Es una relación, ésta también, tóxica. En la Casa Gris miran más el mapa físico de Santa Fe que el mapa político de Uganda. Aunque ésta puede devorarlos. Desde sus márgenes, fue la ciudad la que otorgó el triunfo a Perotti en 2019. Las balas, además de lastimar cuerpos y paredes, mellan la sólida imagen de la que se jactan.
Por lo que, a falta de mejor táctica, se aplica la discepoliana llorar para mamar. El gobernador elude el tema pero habilita a su entorno a quejarse de la Nación. Las extorsiones a comercios, los arrebatos a cualquier hora del día y el funcionamiento anárquico de la Policía, en fin, lo que le caga la vida al que va de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, son cuestiones provinciales. Pero en ese juego de correr el cuerpo, Perotti gana media cancha.
Las demandas del resto se ponen a girar en torno a una: el narcotráfico es un delito federal. Algunos sacan el cuentaganado para calcular cuántos pares de gendarmes son dos botas. Las más finas demandas progresistas, de izquierda y de derecha, ponen el ojo en el lavado de activos, como si en el dinero radicase la fuente de toda economía.
Todos coinciden en que la causa primera es la corrupción y los pactos entre cúpulas políticas, judiciales y policiales. El peligro es que el pesimismo lleva al fatalismo, y éste a la inmovilidad. Decir que todo está podrido es una buena forma de ocultar que uno tampoco sabe ni puede.
Pero la pureza de los angustiados por la degradación de los otros encuentra siempre un único responsable. Lo curioso es que esa suma de perversidades siempre cae en el conurbano ugandés. Justo donde se halla el último bastión de fortaleza electoral del peronismo.
No dudamos que la plata que se hace con el narcomenudeo termina en inversiones despampanantes. En la obscenidad y el mal gusto de esas torres que cualquier cantautor de buen corazón condena en sus letras. Pero el drama mayor no es la plata que entra, sucia o no. El problema es la que sale porque no encuentra en qué hacerse valer.
Mientras tanto, el gobierno nacional repite su infortunio hasta el hartazgo. Es casi imposible sumar un rasgo novedoso para describir a un gobierno cuya única decisión fue, increíblemente, no tomar ninguna. El Frente de Todos considera que el poder es el otro.

La discusión pública en bares, asados y redes sociales, está desinflada. Todos lo notamos: el amigo garantista y el pariente pistolero suenan cada vez menos convencidos. Las posturas progresistas y reaccionarias son eso: simples posturas. Que en su rigidez, cansan inclusive a quien las adopta. Nadie quiere hablar de nada en serio. Ojalá Gran Hermano durase para siempre.
Así los posibles cursos de acción se vuelven meros ejercicios retóricos. La mayoría de los ugandeses prefieren evitar la fatiga. Y, con el toque de queda implícito, se vuelcan a su mundo interno. Ese que la cuarentena terminó de sellar a cal y canto, y que el Mundial apenas pudo entreabrir un instante.
Quizás sea el aire enrarecido por la seca, pero nadie sabe explicar qué es lo que pasa. Hablar de las restricciones externas, del bimonetarismo, del desbalance fiscal, de la debilidad del mercado interno, de la deuda con organismos multilaterales de crédito, esos Grandes Clásicos Argentinos, no alcanza. Esto es más extraño.
El desempleo es casi inexistente. Pero 9 de cada 10 argentinos ganan menos que el valor de la canasta básica. Los nacidos con la Convertibilidad vivimos nuestra primera Copa del Mundo y nuestra primera inflación de tres dígitos. Ahora ya tenemos nuestras historias para contar.
En el panorama incierto, hay una certeza. El cronograma electoral. Todos los meses un poco: las listas provinciales cierran el 12 de mayo, las nacionales el 24 de junio. El 16 de julio se van a dar las PASO santafesinas y el 13 de agosto las PASO nacionales. Las elecciones generales de Provincia son el 10 de septiembre y las de Nación el 22 de octubre. Y si hay balotaje, es el 19 de noviembre.
Como se ve, es una seguidilla. Un partido por mes a partir de mayo. Con el correr de las semanas vamos a ir gastando mails para analizar las internas, los chismes, las predicciones y las chicanas de los días previos. Ni hablar de llevar adelante una de las pasiones ugandesas: hablar con el diario del lunes.
Por lo pronto, hoy terminamos. Pero antes de irnos queremos contarte que nuestro newsletter se hace más grande.
Creemos que las cosas, para que se hagan bien, hay que hacerlas a fondo y en banda. Y estamos orgullosos de tener cuatro cabalísticas incorporaciones. Se trata de Martín Stoianovich, Sofía Di Fulvio, Santiago Beretta y Sol González. Que van a traer a nuestras siestas de los lunes su pluma, sus inquietudes, su agenda y sus obsesiones, para seguir intentando entender qué carajo es Uganda.
Quizás sea perder el tiempo, pero el tesoro se hunde. Por eso estamos de nuevo acá.
