Pueblo, capital y realidad
Como las fechas cumplen, la memoria es reactiva. El movimiento más grande de Occidente se encuentra accidentado. ¿El país reinventará al peronismo? ¿O el peronismo reinventará su país?

Por Uganda 17 de octubre
Si estás leyendo esto, seguramente hayas escuchado aquello de que Uganda es la capital del peronismo. Sin embargo, es probable que nunca hayas vivido un gobierno peronista en la ciudad.
Peronistas hay de todas formas y colores. Y en Uganda tenemos varias especies combinadas: de familia, de clase, de adopción, de sentimiento, de ideas, de moda.
Desde hace más de 45 años, la repetición del mantra intenta conjurar la permanencia de la derrota. El peronismo ugandés no le encuentra el agujero al mate del poder.

Obviando cuadros formaste giles
El Movimiento más Grande de Occidente a veces parece haber aceptado todas las leyendas negras pergeñadas por sus enemigos. Encarnado como una filosofía de vida simple y práctica se transformó en una ideología. De la transmisión familiar y la persuasión de lealtades compartidas, se convirtió en un ícono. De fenómeno de masas pasó a ser un frente electoral. La opción del comunitarismo occidental, corporativista y altermundista, devino en un estatismo llano que se presta a la mejor oferta global.
Con el combo vino la idea de un movimiento que puede darse sin capas intermedias. O que incluso funciona mejor sin ese eslabón que Ernesto Palacio llamó la clase B de la política: las dirigencias que conforman la mesa ampliada del poder.
No por gastada es menos cierta la sentencia: la Historia ocurre primero como tragedia y después como comedia. En los tempranos 70, la Teoría del Cerco limó el Pacto Social que Perón desplegó como paraguas protector frente al Plan Cóndor. En la última década, la Teoría de la Militancia puso al antagonismo como principio. El movimiento que agregó e integró, adoptó una mecánica expulsiva. Desde adentro, se arrasó con la posibilidad de formar un cuadro estable de cuadros en los lugares de decisión comunitaria.
Esos polvos son estos lodos. Los funcionarios que no funcionan existen porque hay dirigentes que no dirigen gente. Y no existe desarrollo político sin que se desarrolle una Élite. Sin que lo mejor de lo mayor sea polea entre lo que pasa abajo y lo que se resuelve arriba. Es una mera cuestión de supervivencia.
A esta altura ya lo entendimos: todo lo que no es una Élite es una Casta. Al no circular el poder al interior del movimiento, las múltiples y fragmentarias burocracias se llenan de chupamedias, arribistas e infiltrados. O peor: se recurre a una solución por fórmula hereditaria. Y vemos escenas fellinescas, como la de hace unas semanas en Diputados: Cecilia Moreau, hija de, reta a Máximo Kirchner, hijo de, por interrumpir a Natalia De la Sota, otra hija de.
Cualquier Élite, aunque válida de origen, renueva sus credenciales cada cierto tiempo: confirma el proyecto histórico que encarna. Es falsa la contradicción: para ser se necesita tener. No hay éxito sin triunfo. Y si en los genes del peronismo está la imposibilidad de ser vanguardia, también está la imposibilidad de ser lírico: el peronismo es irremisiblemente bilardista.
Cuando comprobamos que esa renovación no existe o se da a dedo, entendemos por qué el concepto de Casta cala tan hondo en el lenguaje político argentino. Y por qué se identifica casi exclusivamente al peronismo con esa idea. La contra siempre fue oligárquica. El peronismo supo ser la aristocracia popular en el sentido etimológico: el gobierno de los mejores de los nuestros. Hoy, ¿qué es?

¿Qué hace un peronista?
La pregunta es algo más que una chicana de liberales. El peronismo, como un hinchismo de la política, se afirmó en su persistir a pesar de las derrotas. Se reivindica en todo aquello que la contra dice que es. Y funciona como garante del poder cuando el poder les falla a los otros. Todo adobado con una retórica laborista del siglo pasado.
Aún en los estamentos donde la cosa más o menos anda, el palo sigue enjabonado: ahí no falla el oficial si no su tropa. Porque están peleando al frente de una batalla que no les interesa si no de costado. Y no es que llevan guardado el bastón de mariscal en la mochila: lo pelan todo el tiempo. “Hay más caciques que indios”, como nos dice un dirigente del PJ ugandés. Pero también es cierto que el peronismo hace rato decidió no conducir más a la Argentina.
El peronista se dedica, sea del sector que sea, a enojarse con la sociedad por no ser lo que quiere que sea. Y el primer paso, es devorarse a los de adentro. Las internas dejaron de ser una bolsa de gatos reproduciéndose, para ser una lucha cruel y mucha por la bequita, la libertad, la duración, o las ganas de ver su cara en un afiche.
Mientras la sociedad pide por favor que venga algún criollo a mandar, la escena del Renunciamiento se pasa en un loop. Abandonado en la nacional, en Uganda el peronismo se volvió un cazador de causas que lo referencien como lo otro. Gana en los barrios que gana siempre, pierde donde es obvio que va a perder. Y no puede acceder ni a la clase con devoción universitaria ni a los miles de clasecitas medias con sentido local.
El peronismo ugandés se hizo telepático: prefirió odiar lo que en Uganda casi no existía. La diáspora se extendió por todo arco político. Hay método, concepción y peronistas en Juntos por el Cambio. Y si hay un fenómeno no-peronista en Uganda, es el Frente Progresista. Por eso la tentación del peronismo ugandés por hacerse progre lo transformó en especialista en crear oposiciones dignas.
Si hablamos de peronismo, tenemos que mencionar al trabajo. Esa fruta que hoy parece crecer sólo en las copas de los árboles mejores, a donde llegan sólo algunos, y donde tantos otros tuvieron que inventarse una escalera, o plantar el árbol y esperar a que crezca, sobrevivir a fuerza de esperanza y estampitas de San Cayetano.
Se les intenta poner nombre, porque si algo nos enseñaron estos años es que, lo que no se nombra, no existe. Y muchos de los que le pusieron nombre a esos trabajos, no se sienten dueños de un empleo. Siguen refiriéndose a lo que hacen de sol a sol como a una mera changa. Y otra vez, si al nombrar se le baja el precio, el trabajo termina por valer mucho menos. Una vez identificados estos nuevos trabajadores, ¿qué se hizo? El peronismo adoptó el vicio de sobreetiquetar todo para un fin que nadie sabe. Nombró, por lo tanto existen. ¿Y ahora?

Tan pop que olvidó lo popular
En algún momento de la historia, la militancia se entendió sinónimo de juventud. Sobre el final del primer capítulo de Las fuerzas morales de José Ingenieros, se lee: “Los jóvenes que no saben mirar hacia el Porvenir y trabajar para él, son miserables lacayos del Pasado y viven asfixiándose entre sus escombros”.
Un viejo dirigente nos recuerda que a finales de los setenta no terminaba de entender a esos pibes que hablaban del peronismo por lo que habían escuchado en sus hogares gorilas. Hoy al peronismo también lo asumen y lo explican quienes lo descartaron hace 15 años.
En la última década, el kirchnerismo pop recuperó las viejas disputas entre ramas del movimiento. Pero entre restricciones e inseguridad, los votos sub30 tocaron un techo y solidificaron. Los leales lo siguen siendo, pero su atractivo de Porvenir ya no existe. Las agendas se hacen endogámicas, de grupo generacional o condición geográfica.
En 2019, una parte de esa juventud que ingresó a la política por la puerta del kirchnerismo kirchnerizado post 2011, sintió el subidón del triunfo. Tres años después, con una pandemia en el medio, esos jóvenes se volcaron al mundo del trabajo precario y abandonaron la militancia orgánica.
A fines del 2021, pudimos ver desde adentro al público que Javier Milei reunió en el Parque España. Y no evitamos la sorpresa ante una mística expresada en consignas sobre las tasas de interés, el tipo de cambio, los impuestos o la inflación, lanzadas entre bombos y bengalas.
Después del intento de asesinato contra Cristina, la socióloga Melina Vázquez le respondió a Mariana Moyano algo de lo que tienen los jóvenes en la cabeza. Es probable que no pensara concretamente en los jóvenes ugandeses que estuvieron aquella tarde. Pero también pensaba en ellos. A fin de cuentas, Uganda no es tan distinto a su país.
A la juventud, el liberalismo le habla de economía, y la socialdemocracia le quiere enseñar a vivir. Al margen de las batallas culturales, el peronismo estaciona en la banquina. A diferencia de los jóvenes radicales después de Gualeguaychú en 2015, a la juventud peronista la crisis le cae de arriba con olor a fracaso.

Una Élite para el Gran Pueblo Argentino
En la crisis, un fantasma afiebra la imaginación del peronismo nacional: que los cordones del Conurbano se trostkicen. Cuestión de efectos ópticos: ¿crece la izquierda o se achica el peronismo? Si nos limitamos a los que no se fueron, entre el afán del Tercer Movimiento Histórico y la manta corta del sueño progresista, hoy al Frente de Todos le estalló la polémica en busca de la Interpretación Principal.
¿Y qué fue de él? Una filosofía de vida cristiana y humanista, con carácter hispánico y formas organizativas tomadas de estrategas y líderes nacionales de la Europa latina. Que asimiló a yrigoyenistas y laboristas, conservadores y desarrollistas, combativos y retardatarios, marxistas nacionales y nacionalistas católicos, intelectuales críticos y sindicatos concertacionistas.
Como doctrina de retaguardias populares, la acción histórica lo llevó inevitablemente a las vanguardias autodestructivas. Del pensamiento militar pasó a las nuevas sociologías. Y tras la derrota de 1983, se compró las teorías de los otros por temor a perderlo todo.
En su origen, albergó a saavedristas y morenistas bajo el principio ordenador del líder. Cuando el líder murió, vino el caos. La secuencia volvió a repetirse con otros dos liderazgos peronistas: Menem y Kirchner. Ahora, sin líder del conjunto, hace falta una Élite Nacional.
A nivel federal, donde era ganador, hace un tiempo trae las de perder. Y la derrota lo intranquiliza. Ahora, cualquiera puede criticarlo por lo que quieren ver en él. Se pobló de visitantes esporádicos, reinterpretes y librepensadores. Y cada uno tiene su peronómetro. Eso viene de lejos en Uganda, donde juega de perdedor.

El problema fue que ese peronismo modelizado, en la Ciudad Progresista, no tenía lugar. Se volvió un tenedor libre donde cada cual pudo servirse la porción que prefería. La dirigencia le creyó más a los papers que a la gente. Dijo mucho más de lo que escuchó y quiso que el pueblo se pareciera a su idea. Y al perder la noción del espacio, el peronismo ugandés se consumió en el tiempo.
El problema no solo es la falta de conducción, es que las diferencias refieren a qué rumbo tomar. En el Movimiento la sensación es de parálisis. ¿Será momento de dar una mirada hacia dentro y desensillar hasta que aclare, alojarse en el margen de acción, o esperar a que nazca un nuevo Néstor Kirchner?
La seguimos la semana que viene. Gracias por estar ahí.

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