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Discursos de ¡Oh, Dios!

En Uganda los medios de comunicación son lo que fueron pero ya no son lo que eran. En el eco de una competencia por el rating radial y bajo el coro de voces que desató el atentando a la Vicepresidenta, la vieja pregunta se hace nueva: ¿Qué venden las noticias? ¿Quién las compra?

Fotografía de Uganda

Por Uganda 12 de septiembre

Hola, estamos a una semana de cumplir medio año. Si estás del otro lado leyéndonos, te agradecemos mucho. Durante este mes vendrán nuevas noticias, pero antes de apresurarnos, esta es nuestra cuarta editorial. Sin más preámbulos, acá va.

Oda a la tradición

Durante el mes de septiembre la agencia de mediciones Kantar Ibope Media va a registrar cuáles son las emisoras más calientes en el termómetro radial. Los principales conglomerados de medios están dándolo todo para quedarse con el numerito ganador. Es la última copa, antes de la de Qatar 2022.

En una misma cuadra Cadena 3, la Boing, LT8, Radiofónica y Radio 2 hacen eco de su poder mediático. Después de 23 años, el gran pacto de silencio sobre quiénes escuchan, ¿llega a su fin? La emisora cordobesista puso la encuesta al servicio de su desembarco. La opinión pública, se sabe, no existe. La radio ya no es lo que era, pero sigue siendo. Sobre todo porque en el vetusto esquema de reparto de pauta pública y privada, las ondas siguen cotizando más que el papel y la tevé. Ni hablar de los clicks. Dime quién te financia y te diré quién eres.

Así se entiende que, sin datos todavía, la encuesta nazca exitosa: ya dejó expuesto el poder de fuego de cada multimedio. Cada uno sale a la calle a mostrar sus ejércitos. Los vehículos, los músculos, los fierros. La ciudad empapelada no sabe quién tiene el caballo ganador, pero sí por dónde rumbean las apuestas. En Uganda, más importante que lo que pasa, es lo que se dice que pasa.

A esto hemos llegado

Cuando a los ugandeses se les pregunta por los medios de comunicación, responden basándose en juicios morales bien definidos. Para el público, hay un valor que escapa al negocio. Predomina una voluntad de pertenencia. Se es oyente de Radio Boing como se es hincha de Argentino de Rosario o de Central Córdoba. Miguel Ángel Tessandori despierta tantas -o más- pasiones que Juan Carlos Baglietto. 

En cambio, cuando se les pregunta a los trabajadores de esos medios cuál es su relación con estos, todos se encogen de hombros. Hay tantas respuestas como periodistas existen. Es que en el fondo persiste un ellos y nosotros marcado entre “el periodismo” y “la gente”.

Hace ya rato que los grandes conglomerados se resignaron a la teta de la publicidad. Ningún empresario mediático ugandés que esté en su sano juicio contempla en su esquema de negocios al público. Este apenas le interesa como número en una planilla. 

La encuesta de Ibope plantea una bella cinta de Moebius para los que la miramos de afuera: los medios que viven de la pauta se ven obligados a pautar con el objeto de conseguir más pauta. Este laberinto de espejos plantea otro: ¿qué fue primero, la audiencia masiva o la masa publicitaria?

¿Alguien sabe cuál es la línea editorial de La Capital? ¿Qué directrices de contenido se trazó Canal 5 en su refundación como Telefé Rosario? El que diga que sí, miente. Porque la línea es la de quién da más.

Ovidio Lagos fundó un diario para defender una idea. El estudio de abogados Casanova, Mattos & Salvatierra gestionó la compra del mismo diario para fortalecer los negocios de sus clientes. Guiados por la necesidad y la costumbre, los medios ugandeses caminan el sendero entre la consultoría, el marketing y las campañas.

Así se entiende que los trabajadores y gerenciadores de medios son quienes más necesitan de la existencia del Círculo Naranja. Porque ella los justifica. Y los ampara. Sin él, serían simples cobradores, meros copipasteros. Trabajos que un pasante hace por un tercio de su sueldo.

Por eso es que los periodistas dejan de lado la información y se vuelcan a la performance. Autocultivan su personalidad, hasta rozar la parodia. Generan contactos superficiales, pero asiduos, con figuras importantes de la política, el deporte, las universidades y la economía. Trabajan en la redacción y después siguen trabajando en Twitter. Nada de esto lo hacen por vanidad, aunque también exista: se trata de lisa y llana supervivencia. El mayor o menor éxito en esa puesta en escena, determinará, con su continuidad laboral, los amores y odios del público. 

Un lugar en el mundo

Hay algo peor que mentirse a uno mismo: creerse demasiado. La sobreexplicación se volvió un antídoto contra una realidad que no conforma a nadie. 

En la cancha principal de lo Nacional, los medios en pose de combate dejaron de informar. Ahora son apasionados explicadores. En campaña permanente para fidelizar a los propios, Gobierno y Oposición celebran a sus heraldos oficiosos. Encumbran sus argumentaciones. Repiten su teoría general del Orden y el Desorden. En la cancha auxiliar de Uganda, aún se conservan rituales más humildes. El uso mediático se acerca a la costumbre de la necrológica y la crónica delincuencial. En Uganda, la batalla está en la calle. Y no es cultural, es existencial.  

Como muestra, basta el ejemplo del Atentado fallido contra la vicepresidenta. Desde los medios opositores nacionales, engendraron sus cizañas. Y la respuesta oficial fue beber el remedio de los discursos de odio

El explicacionismo mediático, de un lado y del otro de los fenómenos, perdió la marca de una mayoría social que no quiere darle tantas vueltas a lo que vive todos los días. Y la baja operatividad política de esas teorías le saca rédito a las exclusiones mutuas. La grieta es una batalla de ideas que se combate entre intereses nerviosos. El espectáculo de amor de la intelligentzia por sus ideas. Tiene lógica: viven de eso. 

En nuestro pago, sucedió lo contrario. En el ecosistema de medios, el repudio fue tibio, pero unánime. Los periodistas, por primera vez, no sumaron espejos a la lógica del espanto. En cambio, la que no estuvo a la altura fue la Política. Una concejala stalkeó a un compañero de banca hasta encontrar un like maldito. Amalia Granata quiso crear su propia novela dentro del culebrón y casi le cuesta el cargo. Mientras tanto, en las filas de los almacenes y en los grupos de Whatsapp se repetía un chascarrillo irónico: “si el gatillero era ugandés no le erraba”.

Las encuestas muestran que no se cree en el fallido magnicidio. O que se prefiere pensar en otra cosa. Y no hace falta una investigación muy acabada para saber que la gente anda preocupada por la inseguridad y que hasta el consumo dejó de ser una válvula de alivio. Está en cero la tolerancia a la escucha. 

En esos mismos relevamientos, los medios también juegan la promoción en la tabla de la  credibilidad. Los estudios de opinión arrojan conclusiones inescuchables para todos. Siempre hay una cantidad mayor que es presa o víctima de algo o de alguien. La fisonomía del enemigo se vuelve difusa: el odiador puede ser cualquiera. Y eso sucede porque todos los corazones andan demasiado frágiles.  

Desde acá, que no es allá, pero tampoco es tan lejos, la lógica del amor y el odio no se transmite desde la viralidad mediática. Uganda es la ciudad que mata por dos mangos. La patria movilera va hacia los hechos y declama no incitarlos. Pero para que un árbol haga ruido al caer, es necesario que haya alguien escuchando. O al menos un micrófono y una cámara reproduciendo el derrumbe hasta la náusea.  

El odio como instrumento político es tan viejo como la injusticia. O la violencia. Una de sus formas principales es acusar a la gente, diciendo que se la cuida. Y a la intemperie, en medio de la malaria, cualquier renta moral, por mínima que sea, es salvadora. De cualquier bando puede cometerse una locura. Por eso, en el caos, resultaría tranquilizador descubrir una operación de servicios, y no la simple autoría de un grupito de audaces.

Pero la crisis se ve desde afuera, no desde adentro del Círculo. Los politizados hablan sobre politizados. Y así como se reclamó gobiernos que se parezcan a sus gobernados, las ideas mediáticas se parecen demasiado a sus audiencias. En el encapsulamiento de las dirigencias, los medios son las membranas. A los que más le importa la polarización es a los que están polarizados. Es que el problema nunca fueron los discursos de odio, sino las condiciones de vida.

Eu quiero tener un millón de nichos

En Uganda, el periodismo se mide entre años pares e impares. Electorales sí, electorales no. Hace unos días, uno de los integrantes de este medio, se reunió con un periodista de la ciudad para charlar sobre el ecosistema. 

En off, nos comentaba: para tener esta casa tuve que poner la trucha más que lo que me hubiese gustado, había años electorales que hacíamos programas de entrevistas a políticos solamente para que paguen los minutos al aire, con eso hacíamos lo que no podíamos hacer con este oficio, es decir, vivir bien, ganar guita, tener un patio, un quincho, no mucho más, no soy lujurioso. Ahí, la pregunta se responde sola: a la precarización el periodismo ugandés le responde con la pautización. 

En las bases mediáticas siguen en pie los afiches que recuerdan la hazaña de la Ley de Medios. Hecha la ley se consumó la trampa. Todo quedó o parece haber quedado en eso: solo una lágrima. Cuando se agitan los avisperos de las cuestiones sociales, vuelven a volar las avispas en el aire. Un zumbido hecho reclamo que exige más lugar para las “otras” voces. Que si se les hubiera dado antes, esto no hubiera pasado. Que si la pauta estuviera mejor dividida la enésima batalla cultural ya se habría ganado. Lo cierto es que no se sabe, porque nunca se intentó. 

¿Para quién canto yo entonces?, se preguntaba Sui Generis. ¿Para quien comunican los medios ugandeses? ¿Hay alguien ahí que quiera escuchar? 

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Fotografía de Uganda
Escrito por Uganda

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