Requiem for Uganda
En Uganda un grupo de indignados corrompe las calles. Pero nada de todo eso parece modificar la matriz del problema: ¿Cómo hace el Estado para volver a escuchar? ¿De qué herramientas puede valerse para correrse del discurso del plomo y el humo?

Por Andrés Mainardi 14 de agosto
Escribir un newsletter se parece a hacer una carta. Pasolini entendía las cartas, y mayormente las de amor, como correspondencia, es decir: una demanda infinita. Correspóndeme, ámame, léeme. Palabras que no son sinónimos, pero entran en un mismo registro. Por eso, en esta nota, voy a cometer el pecado periodístico: introducir al yo.
Hace un mes que Pantalla Completa está al aire en Telefe. El programa del cual participé en su creación y producción. Nunca antes había trabajado en televisión. Un medio que consumía poco. Con el tiempo, me di cuenta del lugar que tiene. La tele es la gente. Y a la gente le pasan cosas.
Hay un ejemplo muy claro. El programa tiene un WhatsApp y, por día, alrededor de cincuenta personas, a veces más, nos escriben pidiéndonos ayuda. No cobré el censo, no tenemos agua, no tengo trabajo, no llego a fin de mes, no hay luz en el barrio y a la noche es peligroso, se están tirando tiros acá a dos cuadras, necesito que me corten un árbol que se está por caer frente a mi casa y así, ad infinitum.

El teléfono del programa pasó de ser una oferta de participación a un catalizador de demandas. Del mensajito buena onda al call center de la angustia y, entre medio, cuarenta minutos de aire. Pero esa es la realidad, la tele puede ver y hacer ver la realidad, su realidad. A su manera, en su negocio, la lee.
Para el programa del lunes 8 de agosto nos propusimos contar una historia triste que nos pega a todos por igual. En Uganda van más de 250 asesinatos en lo que va del año. El 2 de agosto se batió otro récord: mataron a tres personas en dos horas. De ese número, más del 8 por ciento son menores de edad. Ya se superó la cantidad de menores asesinados del 2021. Y a eso se le suma que, de 19 casos, al menos 15 tienen algún tipo de vinculación con la narco-criminalidad. Así se lee en la nota “El niño que quería ser grande”, de Marité Colovini en la sección paga del Diario La Capital.
En el trajín de este texto, me contacté con Dante Clavijo, presidente del Club 7 de septiembre y cazatalentos de Lucas Vega, un niño de 13 años, asesinado en la puerta de su casa por balas que no eran para él. En la llamada, el tipo me pregunta en seco: “¿qué pasa?”. Lo único que se me venía a la cabeza era una contrapregunta: decime vos qué pasa.
Le ofrecí la nota y el tipo aceptó sin problemas. Antes de cortar, me respondió: “Macanudo che, pero Lucas fue uno solo, ya son cinco los pibes que me mataron desde que estoy en el club”. Cuando corto, lo primero que se me vino a la cabeza fue la naturalización de la muerte. Y el miedo mayor, la siguiente muerte, el próximo pibe arrebatado: ¿cómo se hace para seguir sosteniendo un espacio entre tanta injusticia?

Lacán en una clase magistral le dice a sus alumnos: la muerte entra dentro del dominio de la fe, hacen bien en creer que van a morir, por supuesto, eso les da fuerza, ¿si no lo creyeran así podrían soportar la vida que llevan? Si no estuvieran apoyados sólidamente en la certeza de que hay un fin, ¿acaso podrían soportar esta historia? Haciendo fuerza para unir psicoanálisis francés del siglo XX con la realidad del presidente de un club de la ciudad en el siglo XXI, pienso: ¿no será la misma muerte, la batalla final contra ella, la que empuja todos los días a este tipo a seguir abriendo las puertas del club?
El domingo anterior, prendí la computadora y, en un zapping por YouTube, vi la entrevista de Caja Negra al cantante Callejero Fino. Uno de los referentes de la Cumbia RKT. El género de L-Gante. Me llamó la atención el título: «No le tengo miedo a morirme, sino a que se olviden de mí». La frase hizo ruido en mi cabeza como pregunta: ¿Cómo puede ser que un pibe de 23 años esté pensando más en la trascendencia que en su vida misma?
Hacia el final, el entrevistador le pregunta al entrevistado por los sucesos en Uganda y la relación con las letras de sus canciones. Al terminar la entrevista busco las noticias. Una serie de crímenes y amenazas en julio del 2022, fueron sellados bajo los lemas: “que peleen sino que corran” y “a los giles rafagazos”, dos frases que pertenecen a la canción Pide Remix que tiene un videoclip con estética Mad Max. El ritmo frenético, la letra punzante, los cuatriciclos, las tomas de no más de cuatro segundos y la vorágine de los cambios de escena, dan a entender eso que en la novela Miles de ojos, el escritor boliviano Maximiliano Barrientos llamó adoradores de la velocidad en un mundo post-apocalíptico.

Cuando a Simón Natanael Alvarenga a.k.a Callejero Fino le preguntan por la relación del contenido de sus temas y la realidad de Uganda, el responde como lo hicieron desde el comienzo de la historia del gangsta rap o del real rap: yo no tengo nada que ver, yo solo hago canciones. El género hace un gesto propio de la época: borra la relación entre significado y significante. Entre Uganda y la ciudad que es, no hay mayor realidad que la realidad.
El lunes siguiente, ya con la nota con el cazatalentos pactada para el vivo, me piden que arme un tape para el arranque del programa. Nos pasan 18 fotos en formato .jpg de todos los menores de edad asesinados en lo que va del año. Tengo que escribir un texto para la conductora y en eso encuentro en Twitter un video que publica la Liga Rosarina de Fútbol donde veintidós pibes están en el centro de una cancha haciéndole honor a Lucas, su compañerito fallecido: ¿Lucas le habrá tenido más miedo a la muerte o a que se olviden de él?
Los días corren veloces y en esa misma semana volvieron a prender fuego frente al río. La agenda mediática ugandesa se parece a ese zócalo de Víctor Hugo: todos los días un drama. Casi todos se levantaron con los ojos irritados, el pecho tomado y la garganta con picor. ¿Qué es todo lo que aguanta un cuerpo? Lo que el cuerpo aguante. Después, las pintadas que desestabilizaron lo desestabilizado. Plomo y humo: el negocio de matar. El nervio óptico: los ojos ven películas y videoclips por todos lados. Ciudad Gótica existe porque no es real.

Al amor lento de las edificaciones públicas se lo está llevando puesto la velocidad de la indignación social. Alguien aprieta el pomo sobre la pared y renuncia un Ministro. Un grupo de personas se camufla entre los matorrales isleños y una ciudad entera no puede respirar por una semana. Un trapero con un celular se hace famoso desde la cárcel, sale, se va a su casa y con la tobillera puesta y una computadora se hace famoso, llena un Luna Park y escribe el ritmo de las muertes de los pibes de todos los barrios del país. Un Estado es y se hace, pero también se deshace. Y cada gobierno tiene la crisis que se merece.
La crisis es una crisis de jerarquías. Y de límites. La política quiso demostrar que era la gente común y se olvidó que la gente común no gobierna. Quiere ser gobernada. Eso es lo que pide Uganda.
Martin Rodríguez en una nota para el DiarioAr del 12 de junio escribió sobre las cartas que hicieron al país. Argentina de puño y letra. En un párrafo, el periodista porteño, habla de un mecanismo que utilizó Duhalde cuando tuvo que gobernar el conurbano en aquel momento ingobernable. Miles y miles de cartas llegaban a sus despachos.
Chiche, su mujer, fue la encargada de armar un equipo especializado para responder a esas demandas. Se leían, se marcaba el problema y se proponía una solución. El puerta a puerta de la crisis. Duhalde no era un vecino más. Era el vecino que necesitabas que te visite. El que tenía el poder. Y lo ponía a disposición, aunque muchas veces no alcanzara. Ese gobierno fue un gobierno de transición, de poner en orden las cosas. No fue un proyecto transformador, fue un gobierno útil, tan útil como fuera necesario. Un plan para hacer algo. Si no se puede proyectar, al menos arreglemos.
El WhatsApp del programa va a seguir estallando de mensajes. Un día se va a un barrio, otro día se va a otro, se escucha, se comenta, y no se vuelve por un tiempo. Si hay suerte, alguien ayuda. Pero hasta ahí. La televisión no es una ONG, es una industria.

Más allá de la pantalla chica, si no hay gobierno planificado, al menos podrían armar un call center. Ir a hablar con los vecinos. Escuchar lo que les pasa. Los políticos que se indignan por una pared pintada son los que se alejan cada vez más de sus gobernados. Gobierno y política parecen cosas diferentes. No se necesita un intendente que se haga vecino. No necesitamos estar más indignados. Se necesita un gobierno, alguien que administre este desorden. O al menos, un nuevo diagnóstico, un catalizador de átomos. No es ir y solucionar problemas, es escuchar e inventar una solución para destrabar el problema mayor.
Correspóndeme, ámame, léeme. En realidad, escribir una carta. Como dice Mariana Moyano en su último podcast: Estado, da la vuelta y hablame.

Andrés Mainardi (1996) es trabajador de prensa y casi comunicador social. Produce un programa de TV para Telefé Rosario. Colabora y escribe notas para Diario La Capital, Revista Panamá y Revista REA. En sus ratos libres labura de CM.
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