Plaza de almas
Buen lunes. Hoy es 20 de junio, Día de la Bandera. Uno, capaz el único, de los feriados nacionales más nuestros. Porque fue acá donde Manuel Belgano, cuya vida recordamos en este día de su muerte, creó un símbolo de lo que somos.

Por Marco Mizzi 20 de junio
Buen lunes. Hoy es 20 de junio, Día de la Bandera. Uno, capaz el único, de los feriados nacionales más nuestros. Porque fue acá donde Manuel Belgano, cuya vida recordamos en este día de su muerte, creó un símbolo de lo que somos.
El trapo es un elemento clave en cualquier grupo humano. Su creación tiene un poco de vértigo y un poco de tozudez. Y es siempre acto de una voluntad expansiva. Se resuelve operativamente transformar un color en algo más que un espectro de luz.
Hay otra clase de símbolos. Son los que no se deciden. Los que se arman al vesre: significantes que generan su propio significado. La pesadilla de los iconoclastas.
Esto viene a colación de la siesta de hoy.
Hace unas semanas me crucé a Rubén, churrero de oficio, ovniólogo de vocación. Después de intercambiar pareceres sobre las avanzadas de los reptiles globalistas sobre el tablero geopolítico, nos quedamos en un silencio cómodo. A veces las pausas en una charla son placenteras. Permiten reconcentrarse sobre uno mismo, descalzarse en el living del pensamiento. Son como un cigarrillo tras el sexo, como el piiiii en las orejas después de un recital.
Se acercó una señora. Mi amigo le entregó los tres churros rellenos que pedía. Cuando se hubo ido, Rubén, continuando una conversación consigo mismo, me dijo:
⸻Porque no puede ser. Mirá esto. ⸻y sacudió los brazos en torno a la Plaza 25 de Mayo, donde estábamos. ⸻Es la anarquía.
Giré, siguiendo el movimiento de su cuerpo. No entendí a qué se refería. En los bancos de la plaza había algunos estudiantes, gente paseando perros, dos o tres gordas que se habían quedado tomando mate después de una marcha de la FOB. Lo de siempre. Me encogí de hombros. Rubén se enojó.
⸻ ¿No ves? ¿Vos estás despierto o es chamuyo? ¿En serio no ves?
Tuve que admitirle que no veía. Pedí que me explicara. Lo hizo, como se dice, con pelos y señales:
⸻La plaza es el centro del mundo artificial que representa una ciudad⸻ se exasperó. Después trazó un círculo en el aire y dibujó un punto en el eje imaginario. ⸻Y esta plaza⸻ marcó ahora con su índice un cuadrado⸻, la plaza central de la ciudad, es la nada misma. ⸻hizo con sus manos y su boca el gesto de que algo se derrumba. ⸻Todo se hizo al tuntún. Es el “y bueee, después vemos” que nos tiene como nos tiene.
Yo seguía sin dar muestras de entender, así que, ofendido, se subió a la bicicleta. Traté de pararlo pero no me hizo caso. Antes de irse me gritó:
⸻Mirá los leones.
Al quedarme solo, me reí. Rubén está re loco. Pero un rato más tarde, masticando sus palabras, me acerqué a la sede de la Municipalidad. Los leones que custodian su puerta miraban con ojos tristes. Solos, esperaban. Oportuna, dramáticamente, las campanas de la Catedral dieron las doce.
Y entonces lo vi.

La Plaza tiene forma de cuadrilátero irregular, ubicado en el borde oriental de la ciudad, a algunas centenas de metros del Paraná. Sus calles internas ligan las esquinas con el centro ovalado, dándole forma de Cruz de Malta. Es, como dijo Rubén, el centro de un mundo artificial, cuyos límites son Buenos Aires, Santa Fe, Laprida y Córdoba.
Detengámonos un poco en estas calles.
En nuestra primera nota tratamos de ubicar los ejes sobre los que se mueven los distintos actores que forman la Política en Uganda. Uno vertical, que recorre el Interior hasta el Puerto, y otro horizontal, que oscila entre Barcelona y Medellín. Los elementos tienden a ir hacia los confines: X es atraído fuera del tablero, pero la gravedad lo ata a un centro. Algunos dirán por la fatalidad, otros agradecerán a la Providencia. Lo político en Uganda es centrípeto.
En el caso de la Plaza, la fuerza es centrifugadora: se recibe un caudal que se expulsa hacia los márgenes y deja impresiones arquitectónicas más o menos acabadas.
¿Y de dónde entra ese torrente? Es remanido figurar una calle como un río. Y es clásica ya la imagen del mundo configurado por cuatro ríos. Pero los zapatos gastados son los de más fácil calce.
La Plaza tiene cuatro afluentes que conforman su espiral, contrario a las agujas del reloj. Buenos Aires, Capital Económica y por eso Ideológica; Santa Fe, Capital Política y siempre desafiada; Laprida, Prócer que sólo en la muerte pudo encontrar su destino sudamericano; y Córdoba, Capital Espiritual.

Estoy justo en el cruce de Buenos Aires y Santa Fe. En la esquina de estas dos capitales, se levanta la Municipalidad. Y resume la historia de nuestro humilde Estado: el flujo del tránsito llegará desde la Capital aspiracional, partirá hacia la Capital de la que se reniega. La entrada, obviamente, está sobre la Calle del Puerto. Veo a un funcionario, sin despegar los ojos de su celular. Sube sin errar ni un paso los peldaños de la escalera. Veo una guardia de control urbano que toma mate. Me saluda con un gesto.
Camino unos pasos. En la misma esquina, frente a la Muni, se abre la loma de la Plaza Sicilia. Nombre cuyas reminiscencias son tantas que necesitaríamos tres notas aparte. Casi sobre la calzada, el dramaturgo Luigi Pirandello, vuelto piedra, se agarra la cabeza como no pudiendo creer los personajes que puso en juego. En los bancos del fondo, que cualquier ciudadano avispado evita, abundan linyeras gedientos y quinceañeros cogiendo con la ropa puesta. El palacio de Estado, con su orden centralista, tiene el reverso que merece: la isla ingobernable.
Tomo calle Santa Fe, la calle de la Tierra. Y en su cauce me cruzo con una de las famosas redundancias del Litoral, un sanguche de empanada: el Museo de Arte Decorativo. En esta casa, que fuera de contrabandistas de la alta sociedad, la ciudad explicita su modelo: ser vulgar, en Rosario, es un lujo. Hace años sobre su fachada se colgó un cartel, prometiendo una remodelación que nunca llega.
Justo al lado, está la embajada de España. España sobre Santa Fe: calcos. Metrópolis que los hijos prósperos miran de reojo. En este mismo edificio, Domingo Faustino Sarmiento, el único de los unitarios que tuvo un plan serio para el país litoraleño, imprimió el primer diario de la región.

Llegamos a Laprida y, fiel a su onomástica, es la calle del Humano. Veo viviendas y comercios. Dan cuenta que esta es una ciudad de las personas. Esas mismas que hacen fila sobre las paradas de colectivos que se extienden sobre la calzada.
En esta calle encontramos, en dos de sus esquinas, otro tipo de referencias.
Sobre el cruce con Santa Fe hay una construcción abandonada, que promete ser sede del organismo que administrará la Hidrovía. Todavía no se destapió su puerta.
Sobre la intersección de Laprida con Córdoba, calle del Espíritu, termina la peatonal. Y se levanta el Bola de Nieve, edificio bellísimo, el primero en altura que se construyó en la ciudad. Nos parece muy acertado que en la esquina de lo Humano y el Espíritu termine el peregrinaje horizontal y se busque lo alto.
Guardamos esta imagen siguiendo ya por calle Córdoba. Y se nos baja el buen humor. Estamos ante el desierto del alma, personificado en el estacionamiento gigante que está a mitad de cuadra. Nos vemos tentados a darle la razón a Rubén. Y entonces llegamos al Correo.

El Palacio de Correos fue diseñado en principio por Ángel Guido. Se trataba de una torre descomunal. Guido, sobre la calle del Espíritu, quería darle a la Babel que era Uganda, su ícono fundamental. En mitad de la hechura, se puso en movimiento la otra calle de esta esquina: el gobierno nacional no quiso que el edificio del correo rosarino fuese más alto que el porteño. Se tiró abajo lo ya construido, y se levantó en su lugar el palacete que sigue en pie, y que fiel a su función, en cada marcha por lo que sea se llena de consignas.
En diagonal, también en este cruce entre las Capitales Ideológica y Espiritual, está la Catedral de Rosario. Dónde si no. Dicen que el edificio es ecléctico para no decir que es horrible. Una ensalada sin gusto. Sin embargo la cripta donde reposa la Virgen que dio nombre a la ciudad, es apacible. Es probable que sea una señal de la Madre de que lo Bello, Bueno y Verdadero está en las profundidades. Mensaje que se susurra, apenas audible entre el trajín cotidiano.
Sigo caminando y me golpeó la cabeza con la palma de la mano. Hay un quinto río: el Pasaje Juramento. Que se escurre entre la sede del Poder Temporal y la del Poder Eterno. Este camino peatonal liga al Monumento con el centro de la Plaza.

Siempre me gustó que al Monumento Nacional a la Bandera le digamos así: el Monumento. Y me gusta porque todo monumento es en el fondo monumento a una bandera. ¿Por qué si no todos los colores, futbolísticos, políticos, artísticos, van al Monumento con sus propios trapos? Es un caso de metonimia social: se toma al signo por la cosa significada.
Pasa algo similar con el concepto de Plaza como centro del mundo. Cada uno podrá tener su Plaza íntima. La mía es, por ejemplo, la Ciro Echesortu, frente a la vieja estación Rosario Oeste. Pero si llegaste hasta acá, sin dudas coincidirás en que la Plaza de Uganda es la 25 de Mayo.
En la segunda nota de este newsletter hablé de otro fenómeno parecido a la metonimia: la sinécdoque, que es cuando una parte refleja el todo. Absolutamente todo lo que sucede a los ugandeses se pone en juego, en el texto, entre las cuatro paredes de la taquería. Encontraba así un concentrado de Ética ciudadana: qué nos impulsa, qué nos abroquela, qué nos atosiga.
La siesta de hoy, con su metonimia, vendría a ser un tercer colofón, después de la de los cuadrantes y la de la comisaría, que contribuye a nuestra idea, pitagórica y también reduccionista, de que la realidad es un fractal: una estructura que se repite a distintas escalas con leves y casi imperceptibles diferencias.
Lo que vi en la Plaza 25 de Mayo fue una Estética de Uganda.
Porque acá se produce una representación cabal de nuestro mundo. Que Rubén, racionalista como todo conspiranoico, no podía encontrar. Porque la Plaza no fue construida conscientemente como una alegoría, si no que fue y sigue acumulando data que uno debe hurgar para poder leer. Como quiere. Si quiere.
Cruzo la calle y vuelvo al centro, donde una Columna lo anuncia. Veo la Argentina alada en su cima, las figuras de los próceres que supimos conseguir. Sigo bajando y miro el suelo. Unas huellas marcan el lugar donde un grupo de viejas torcieron los ríos. Y encontraron el círculo a la cuadratura.

Antes de irnos, queremos aprovechar que ayer fue Día del Padre para mandarle un abrazo grande a todos. En este mundo revuelto, recuperar el verdadero sentido de la vertical paterna es fundamental. Y por eso sumamos nuestra voz al reclamo sindical de ampliar la licencia por paternidad en la Argentina.
Ahora sí, nos vemos la semana que viene.

Marco Mizzi (1991) es trabajador de prensa y escritor. Fue redactor en Miradas al Sur y Revista Apología. Publicó folletines de cuentos y poemas, y las novelas City Center (Pesada Herencia, 2017) y Perversidad (Eloísa cartonera, 2020).
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