Al borde del ring
“El boxeo es un enfrentamiento muy noble. Son dos destinos que se juegan el uno contra el otro, sin chance de diluir responsabilidades”. La frase de Cortázar me parece un buen puntapié para comenzar esta historia.

Por Sofía Fernández 18 de julio
Buenos días, hoy intentaremos meterle al lunes un cross a la mandíbula.
“El boxeo es un enfrentamiento muy honesto, muy noble. Son dos destinos que se juegan el uno contra el otro, sin chance de diluir responsabilidades como en los deportes colectivos”. La frase es de Cortázar y me parece un buen puntapié para comenzar a desandar esta historia.
De boxeo se poco y nada, pero si hay algo de lo que me gusta hablar es de sueños. Ahí fui. Contra un temporal que trompeaba a los desprevenidos me llegué hasta el gimnasio de las hermanas Bermúdez. Ellas son: Daniela, Evelin y Roxana. Mejor conocidas como: la Bonita, la Princesita y la Barbi. Dos de ellas campeonas del mundo arriba del ring. Las tres campeonas de la vida.
De historias llenas de mística el boxeo está lleno. Las películas y los cuentos son culpables de eso. Ahora entiendo que hay algo más. Algo inscripto en el ADN de este deporte que convierte a lo que sucede en un cuadrilátero en un suceso digno de ser contado. Espero hacerlo con un buen juego de cintura.

Se trata de las hijas de Tito Bermúdez, nacido en el Chaco, criado por su abuela, boxeador, con un corto paso por el fútbol, una larga trayectoria en albañilería, entrenador de campeones/as y, cómo vería al final de este recorrido, también un tachero muy charlatán. Él comenta que no sabe de dónde salió su pasión por el boxeo: a su padre lo conoció recién a los 51 años, su madre tampoco incursionó en este deporte. Después de un segundo de silencio se rectifica: “ya sé de dónde lo saqué. De la calle, empecé a pelear por unas monedas en la plaza”.
A los pocos años conoció a un entrenador. Después de ganar un par de peleas se vino a cosechar frutillas. Y mientras pensaba en boxear, luchaba contra el rugido del hambre. “Estaba Alfonsín, fue muy duro todo. Siempre lo fue, pero somos una familia muy unida, que nos acompañamos y con mucha fe para nunca bajar los brazos”.
Otra crisis que atravesó a la familia, como a la mayoría de la población de Uganda y el país fue la del 2001. Tras la caída de Fernando de la Rúa, «tuvimos que salir a cartonear”, me dice Daniela, la mayor de las tres hermanas.
“Muchas veces me preguntan si me gusta hablar de mi vida, y yo digo que estoy orgullosa de lo que hice y lo que seguiré haciendo”. En unas de esas visitas que hacían en familia a los desechos de una sociedad en ruinas, encontró en una caja una estampita de la virgen de Luján. Desde ese día es devota de esa virgen. Le pregunto si cambiaría el lugar donde viven por otro, si se deslumbró con los destinos que tuvo la oportunidad de conocer gracias al boxeo. No me deja terminar la frase, se ríe junto a sus hermanas, y dice: “Ni loca. Nunca me voy a olvidar de donde vengo”.
La Bonita comenzó a boxear profesionalmente en el 2010. Fue a Tokio a buscar el campeonato mundial, acompañada por su padre y su marido. Recorrieron esa ciudad monstruosa y usaban como guía un edificio enorme para volver al hotel. De lo demás dice que entendieron poco y nada. Pero fue una experiencia inolvidable. Tito dice que la comida era un asco y que, cuando volvieron a las 4 de la mañana, le pidió a su mujer que le preparara un guiso. “Extrañamos mucho cada vez que nos vamos, siempre quiero volver”.
Antes de viajar a Tokio pasaron muchos años haciendo dedo por las rutas argentinas para volver de las peleas. Así es el amateurismo. “Yo le preguntaba a mi papá si llegaríamos, y él me decía que sí, siempre me decía que sí”. No sé si esto que me contaba era la duda de llegar a su casa o llegar a lo que pasó después, ser campeona del mundo.

Lo cierto es que la Bonita logró el campeonato mundial. Tuvo a su hija hace pocos meses, le hicieron un documental y una película. Las chicas la cruzan y le dicen que quieren ser como ella. Y aún así, durante la pandemia tuvo que buscarse el mango con su otra habilidad: la albañilería.
Con la Princesita comparten una mirada cómplice. “Todo el tiempo la miraba y le decía vos podes creer lo que estamos haciendo, qué cosa de locos”, y agrega: “pero siempre con humildad, estamos muy agradecidas, porque además tenemos una familia que nunca nos soltó la mano, entre todos nos ayudamos y así podemos enfrentar cualquier pelea”.
Ella, Evelin “La Princesita”, comenzó a boxear a los 7 años, siguiendo los pasos de sus hermanas. También es campeona del mundo. El 23 de julio se enfrenta a la venezolana Yairineth «La China» Altuve en el Polideportivo de la ciudad de San Lorenzo buscando defender el título mini mosca de la OMB y FIB. Toda la familia está expectante y ansiosa. Las tres hermanas entrenan juntas y palpitan este momento con la misma intensidad.
Guantes, pañales y rosarios
Una sensación de familiaridad me llenó desde que me subí al auto de Tito para dirigirnos al gimnasio donde las hermanas entrenaban. A Tito se le agolpan las palabras en la boca, se nota que es una persona que tiene mucho para contar. Me enumera las peleas que se vienen. Le están dedicando muchas horas porque quiere ascender de categoría. Me gusta el plural que utiliza. Por más que se trate de un deporte individual, en este caso, es más que nada un deporte familiar.

Me habla la nena que está sentada al lado mío en los asientos de atrás: “mi mamá también tiene una pelea”. Su mamá es Roxana. Ya en el gimnasio, llegando al final de la entrevista, les menciono este momento. Roxana se ríe y en sus ojos brilla algo que no sé si se asemejará al brillo que dan las medallas y los trofeos. Intuyo que ese es su mejor golpe a la vida. Al igual que Daniela, adoptan una postura distinta y sus sonrisas se alivianan cuando hablan de sus hijas.
Les hago la pregunta de rigor. La dejé al final porque un poco nos cansa la típica: “y qué se siente ser mujer en este ámbito”. Bufaron. Y ahora la mirada se asemeja a la que tienen cuando miran la bolsa y comienzan a pegarle. “Es re difícil, cuando sos madre mucho más. Nos sentimos en desventaja en comparación a los hombres” Pum, un derechazo. “A los hombres les pagan más por cada pelea ganada. Ellos pueden retirarse y están tranquilos, nosotras no”. Pum, una con la izquierda. “Nosotras nos repartimos el tiempo entre ser madres, ser hijas, entrenamos lo mismo y aún así no estamos reconocidas”. Pum, otro derechazo. “Pero gracias a Dios y la virgen, podemos seguir haciendo esto que amamos, y agradecemos esta pelea”, concluye la bonita. La mirada vuelve a estar liviana. La bolsa queda pendulando. Silencio.
En la vereda hay un altar al Gauchito entre rejas. ¿Qué hay con la fé?, les pregunto. Quieren hablar las tres. Y, como si algo les sostuviera la espalda desde atrás, se enderezan. La Bonita me dice: “yo soy devota de la virgen de Luján”. “Yo de San Expedito”, agrega Roxana. “Yo de San Nicolás. Ahora vamos a hacer la procesión. Todos los años la hacemos, pero esta va a ser especial porque por la pandemia no se pudo”, agrega Evelin.
“Ante la situación que atravesamos como país, la fe ayuda un montón. Rezamos, pedimos siempre para que todos y todas estemos bien” expresan en conjunto. Me acordaría de esa frase al volver en el auto de Tito. Del espejo retrovisor cuelga un rosario junto a unos guantecitos de boxeo y una cinta roja contra la envidia.
¿Alguien ve esas peleas?
En el documental que muestra su vida, se ve el momento en el que la Bonita es campeona del mundo. La escena, posterior a la del ring, es en la casa de la familia: entre todos miran el cinturón. Se lo prueba Gustavo, se lo prueba Tito, se lo prueba Evelin. De alguna manera, fue un cinturón que se ganaron todos.
Un mismo techo albergó un puñado de sueños, que hoy hacen que puedan vivir mejor que en los comienzos. Un sueño fortalecido por mucho más que dos manos y dos pies en el ring. Son una familia en posición, con los puños protegiendo los rostros, esperando el momento para meter un cross a la mandíbula de la dura realidad que se vive en los barrios de la ciudad y alcanzar nuevos sueños que les permitan seguir soñando.
Cuando me voy, pienso que, sí Uganda es un ring, Gálvez es uno de sus rincones. Desde esas periferias, día a día boxeadores y boxeadoras de la vida se impulsan desde las cuerdas para esquivar las piñas de la realidad y en una de esas, meter una mano y robarse un nocaut.
Enfrentemos esta semana como si fuéramos la princesita preparándose para la pelea del sábado en San Lorenzo. Con garra y con fe. Hasta la próxima.

Sofía Fernández (1992) es periodista. Redacta para Noticias D. Coordina y produce la Revista Posta de Ideas. Trabaja como CM para el centro cultural Estación Cultural, entre otros.
Notas relacionadas
-
24 de abril María Magdalena en El Rosedal
Por Sofía Di Fulvio
-
14 de noviembre Activismo gordo
Por Marco Mizzi
-
5 de septiembre República de la Secta
Por Marco Mizzi
-
1 de agosto Cementerio de elefantes
Por Marco Mizzi
tremenda
[…] del remate. El Gordo lo salvó, lo reformó y creó el Polideportivo Municipal, donde se entrenó la Bonita Bermúdez antes de ser campeona mundial de […]